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El dolor había desaparecido

Del número de septiembre de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


Yo practico un deporte que se llama “paddle”, algo parecido al tenis. La diferencia es que la cancha tiene paredes alrededor y se juega generalmente en dobles. 

Un día comenzó a dolerme el brazo derecho mientras practicaba este deporte. Así que me puse a orar reconociendo que Dios me hizo a Su imagen y semejanza. Sin embargo, la curación no se producía, y el brazo me molestaba cada vez más al jugar. 

Como la molestia era notoria, unos amigos empezaron a decirme que fuera a ver a un médico especialista, otros aseguraban que este tipo de dolor no se podía sanar. Alguien incluso me dijo que, por mi edad, era lógico que empezara a tener estos problemas haciendo deportes. Yo no estaba de acuerdo con lo que ellos decían, pero ahora el dolor no solo se hacía presente cuando jugaba, sino que era cada vez más intenso y permanente.

La condición continuó por unos ocho meses, y yo sentía la presión de la gente que me veía con cara de dolor. 

No obstante, continuaba orando, y un día me vino al pensamiento que no debía doblegarme ante esta situación, sino que tenía que rechazarla con firmeza. Esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras me ayudó: “Las relaciones de Dios y el hombre, el Principio divino y la idea, son indestructibles en la Ciencia; y la Ciencia no conoce ninguna interrupción de la armonía ni retorno a ella, sino que mantiene que el orden divino o la ley espiritual, en el cual Dios y todo lo que Él crea son perfectos y eternos, ha permanecido inalterado en su historia eterna” (pág. 470-471).

Esta cita cobró un nuevo sentido para mí porque me di cuenta de que por un lado estaba viendo que esta relación entre Padre e hijo era indestructible, pero por el otro, había aceptado que el dolor en el brazo era muy real. Fue entonces cuando entendí que debía cambiar mi forma de pensar y enfrentar la situación con determinación. 

Así que antes de ir a jugar, oraba insistiendo en reconocer mi perfección innata. Afirmaba que el mal era simplemente una creencia mortal, y que Dios jamás lo había creado, razón por la cual yo no podía tener dolor en el brazo. Al reconocer mi identidad espiritual como hijo de Dios, perdí el temor a que el brazo me doliera y empecé a jugar con toda libertad.

También me sentí identificado con la historia bíblica de David y Goliat. El dolor para mí era como un “Goliat” que debía enfrentar. No contaba con ninguna arma material para hacerlo, pero sí expresaba cualidades de Dios, tales como fortaleza, seguridad y entendimiento espirituales, que eran mucho más poderosos que cualquier medio material. En la Ciencia Cristiana había aprendido que como el dolor es tan solo una creencia, puede enfrentarse con verdades espirituales acerca de Dios y el hombre. Estas verdades fueron para mí como las “piedras” con las que el joven David venció a Goliat, y me sirvieron para destruir al Goliat que estaba enfrentando.

Cuando cambiamos nuestro pensamiento y comprendemos que somos los hijos absolutamente perfectos de Dios, y por lo tanto, no estamos expuestos a dolores ni decadencia debido a la edad ni a ninguna otra cosa, nos liberamos de la creencia en la enfermedad, y como resultado, la condición física desaparece. Dios le ha dado al hombre dominio sobre todas las cosas. 

A medida que estas ideas ocupaban mi pensamiento, menos pensaba en el dolor. Hasta que un día me di cuenta de que el brazo ya no me dolía más, y podía moverlo perfectamente bien. Esto sucedió hace algunos años y la curación ha sido permanente. 

La Ciencia Cristiana es algo maravilloso para compartir y aplicar en nuestra vida diaria. Dios es el Amor infinito, nuestro Padre-Madre, que nos ama, cuida, enseña e ilumina nuestro pensamiento día a día, en cada situación, pues, como dice la Biblia “En Él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).

Carlos Passaglia, Buenos Aires

Original en español

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