¡Sí, tú tienes autoridad! ¿Cómo lo sé? Lo sé porque la autoridad de la que estoy hablando le pertenece a todos. No es una autoridad que tenga nada que ver con rangos o posiciones humanas, ni tampoco con el tiempo que una situación difícil pueda haber estado pretendiendo tener autoridad sobre ti. Es la autoridad para ser gobernado por el bien únicamente; y cada persona la tiene. Esta autoridad no puede ser usurpada por otra persona, por la burocracia o las circunstancias. No es una autoridad que una persona tiene sobre otras personas, sino una autoridad que tenemos sobre toda forma de mal. Esta autoridad es totalmente benevolente, y cuando la ejerces tiene el poder de eliminar el mal de tu experiencia y ayudar a otros a eliminarlo de la experiencia de ellos, incluso el poder para transformar el carácter, sanar enfermedades y resucitar muertos.
¿Qué es esta autoridad? Es la autoridad de la totalidad de Dios. Es la autoridad de Dios para ser El que es, el supremo y único gobernador de todo, que mantiene a Su reflejo espiritual, el hombre. Es la autoridad que Dios te ha dado porque eres Su reflejo; la autoridad de ser gobernado por Dios, el bien, únicamente, y por nada más. En realidad solo existe una autoridad, Dios. ¡Y todos pueden comprenderla y demostrarla!
La autoridad de Dios consiste en el hecho de que Él, el Espíritu infinito, llena todo el espacio, y no deja lugar para que exista nada desemejante a Él. El Espíritu es el único creador y la única presencia, poder, sustancia y ley reales. Por lo tanto el hombre —toda mujer, hombre y niño en su verdadera identidad e individualidad— es espiritual, creado a semejanza del Espíritu. De modo que tú tienes la autoridad de conocer quién eres, la semejanza de Dios; de ser quien eres; y de pensar y actuar en armonía con esta verdad sin interferencia alguna.
Cristo Jesús ilustró la autoridad que Dios le había dado en su vida, enseñanzas y obras, de manera que todos aprendieran de ella y la ejercieran, es decir, la vivieran activamente en sus propias vidas.
Cuando Jesús sanó a un hombre que “tenía un espíritu de demonio inmundo”, diciendo: “Cállate, y sal de él”, la gente estaba maravillada, y hablaban entre ellos diciendo: “¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen?” (véase Lucas 4:33-36). En otra ocasión, los escribas y los ancianos del pueblo querían saber con qué autoridad hacía él esas cosas, y quién se la había dado (véase Mateo 21:23).
Un centurión, soldado que tenía 100 hombres bajo su mando, reconoció que Jesús estaba bajo una autoridad que no podía ser subyugada. Cuando su sirviente enfermó, él sabía que Jesús podía sanarlo sin siquiera ir a la casa, porque Jesús estaba bajo un mando más elevado. Envió a sus amigos a ver a Jesús con un mensaje: “También yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.… Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” (véase Lucas 7:2-10). En realidad, Jesús no estaba ejerciendo autoridad sobre el centurión o su sirviente, sino sobre la enfermedad que pretendía existir y tener autoridad sobre el sirviente.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy hace una declaración inequívoca: “La Verdad, la Vida y el Amor divinos le daban a Jesús autoridad sobe el pecado, la enfermedad y la muerte” (pág. 26).
Esta era la autoridad que Jesús dio, o impartió, a sus discípulos (véase Lucas 9:1). Era la única autoridad que había para dar, la autoridad del Dios Todopoderoso. Jesús también se la dio a todos los que lo seguirían ahora y para siempre. Lo que ocurre es que él no tenía un derecho exclusivo sobre esta autoridad. Él ejercía el derecho que tenía, y que todos tenemos, de ser gobernados exclusivamente por Dios, por el Espíritu, no la materia. Esta es la enseñanza de la Ciencia Cristiana.
Yo vi a mi abuela, que era practicista de la Ciencia Cristiana, ejercer esta autoridad tan intensamente, que me llevó a explorar las enseñanzas de la Ciencia Cristiana sin demora. Ella había sufrido una mala caída y no podía cuidar de sí misma. La llevaron al hospital porque no había un sanatorio de la Ciencia Cristiana cerca. Un doctor la examinó y le dijo que se había quebrado la espalda. Ella permaneció en el hospital para que la asistieran en la cama, pero se negó a recibir tratamiento médico.
Cuando la fui a visitar, me quedé de lo más sorprendida al encontrarla rebosando de alegría. Me explicó que el médico estaba leyendo una copia de una conferencia de la Ciencia Cristiana. Le causaba gracia que las enfermeras estuvieran tan alboradas por el hecho de que una mujer de su edad (de más de 80 años), pudiera estar tan animada en esas circunstancias. Al día siguiente fui a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana para averiguar por qué ella sentía tanta alegría y confianza. Compré Ciencia y Salud, y empecé a tener curaciones tan pronto comencé a ahondar en él.
Mi abuela regresó a su casa en dos semanas, y quince días después estaba tomando el tranvía al centro de la ciudad para ir a su oficina de practicista, perfecta y permanentemente sanada de la condición. El médico le había dicho que conocía hombres que tenían la mitad de edad que ella, y que jamás se habían recuperado de una lesión así. Su curación fue posible porque ella sabía quién era, la hija de Dios, y estaba bajo Su suprema autoridad. Ella ejerció esa autoridad sobre las pretensiones de la edad y el accidente, las cuales surgen de la creencia errada de que vivimos como sirvientes de la materia, en lugar del Espíritu. Con alegría se sometió a la única autoridad que existe, la Vida, la Verdad y el Amor divinos: Y triunfó. El uso que hizo de la autoridad que Dios le dio a ella y nos ha dado a nosotros, es la razón por la cual yo soy Científica Cristiana hoy.
Mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, me ha encantado vivir bajo la autoridad de Dios, aprendiendo cada día más sobre quién soy yo realmente como hija de Dios, sobre cómo pensar y actuar de acuerdo con ello, y experimentar la maravillosa transformación del carácter, las obras sanadoras y salvadoras que esta autoridad puede y logra para otros, así como para mí misma. Pero más que nada, me regocijo de saber que tú tienes esta autoridad también. Está aquí para ti para que la comprendas y utilices. ¡Hazlo!
Barbara Vining
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 6 de julio de 2015.
