Al final de un ajetreado día de verano en nuestra granja, mi esposo informó que el maíz dulce en el jardín trasero estaba maduro y listo para ser cosechado. Teníamos que recoger alrededor de 25 docenas de mazorcas para entregar a la cooperativa de alimentos por la mañana. Era una noche calurosa y húmeda, el aire estaba aun más sofocante en la parcela de maíz, y yo estaba cansada y tenía un fuerte dolor de cabeza. ¡Tengo que decir que no era una trabajadora muy dispuesta en la cosecha! Pero a medida que recibía mis instrucciones de recolección, comencé a notar el increíble rendimiento de este modesto huerto. Me vino a la mente una estrofa de un himno que me encanta:
Las quejas son pobreza,
riqueza es gratitud;
benditas son las pruebas,
exigen fortitud.
La vida es oro eterno
que en gozo se acuñó,
el gozo es tesoro
de grato corazón.
(V. Burnett, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 249 © CSBD)
Pensar en la abundancia de Dios reflejada en este hermoso cultivo que nutriría y bendeciría a tantas familias ayudó a apartar mi pensamiento de la fatiga y el dolor, y a apreciar el significado y el propósito más profundos de mi tarea.
Consideré la parábola de Jesús en Mateo 13:3-8: “Un granjero plantó semilla. Mientras esparcía la semilla, parte de ella cayó en el camino, y los pájaros la comieron. Algunas cayeron en la grava; brotaron rápidamente pero no echaron raíces, por lo que cuando salió el sol se marchitaron con la misma rapidez. Algunas cayeron en la maleza; cuando brotaron, fueron sofocadas por la maleza. Algunas cayeron en buena tierra y produjeron una cosecha más allá de sus sueños más descabellados” (Eugene Peterson, The Message).
Esto me habló de la necesidad de ser receptivo al bien, y de la abundancia que cosechamos cuando escuchamos la Palabra de Dios y la aceptamos. Aquella noche, en la parcela de maíz, mi pensamiento fue elevado tan suavemente que apenas me di cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que el trabajo se completó con alegría. Lo que parecía una tarea pesada pronto se convirtió en una bendición mientras me maravillaba de las riquezas de Dios. Luego descubrí que ya no me dolía la cabeza y me sentía bien. ¡Qué lección sobre el poder sanador de la gratitud!
Debby Norden Miller
Bemidji, Minnesota, EE.UU.