“Una vez que haya vencido esta dificultad, todo estará bien.” ¡ Cuántas veces hemos oído decir esto; quizás lo hemos dicho nosotros mismos! Pero a veces cuando hemos sido capaces de sobreponernos a una dificultad, nos hemos visto en seguida enfrentados por otra. Y entonces nos hemos sentido tentados de decir con desdeño: “La vida se reduce a una dificultad tras otra.”
Cuando David era sólo un pastorcito destruyó un león y un oso que atacaban a su majada. Más tarde la libertad de Israel se vió amenazada por Goliat. David no se quejó que él había tenido ya sus dificultades venciendo al león y al oso o que había cumplido ya con su cometido; alegremente aceptó este nuevo y gran desafío. “¡ Jehová que me libró de las garras del león, y de las garras del oso,” dijo, “él también me librará de la mano de ese filisteo!” (I Samuel 17:37), y mató a Goliat. Este fué el preludio de muchos otros desafíos aún más grandes a los cuales hizo frente como rey.
Las demandas que se le presentaron a Jesús fueron también de orden progresivo, y él les hizo frente a cada una de igual manera, es decir, vigorosa y afirmativamente. Después de haber restaurado al enfermo y al pecador, fué llamado a resucitar a los muertos. El poder de sus palabras y obras causó tal oposición que sus enemigos conspiraron en contra de él con el fin de crucificarle, mas él oró así (Lucas 22:42): “Padre, si tú quieres, aparta de mí esta copa; pero no sea hecha mi voluntad, sino la tuya.” Y se dispuso a vencer a la muerte en su propia experiencia para ascender finalmente triunfando así sobre toda la materialidad.
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