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Estemos satisfechos

Del número de julio de 1962 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La economía del ser divino siempre muestra hallarse en balance perfecto. Muestra la abundancia del bien para todos, y en consecuencia jamás hay la más mínima parte de bien innecesario o superfluo. En este estado de balance divino, en este equilibrio mundial del bien, el hombre se encuentra satisfecho.

Comprendiendo estas verdades espirituales es posible demostrar que siempre puede usarse de inmediato aquello con que Dios nos suple. De modo que podemos enfrentar cada día felices y conscientes de que el bien es siempre suficiente para hacer frente a toda necesidad, y de que su demanda es lo bastante amplia para absorber y utilizar todas las buenas ideas que reflejemos.

En realidad el hombre refleja la condición divina que Mrs. Eddy describe en la página 519 de Ciencia y Salud que dice: “La Deidad estaba satisfecha con Su obra. ¿Cómo podría no estarlo, ya que la creación espiritual fue el producto, la emanación, de Su plenitud infinita y sabiduría inmortal?”

El hecho consolador es que todas las criaturas de Dios se hallan satisfechas, nadie está hambriento, triste o desamparado. Nadie es inútil, está desocupado, o está demás. En el universo de Dios no existe “la quinta rueda.”

Demasiado a menudo comenzamos el día con ansiedad, preocupados por el hecho de que a lo mejor no estaremos a la altura de las demandas que el día nos impondrá, temerosos de que no se hará uso de o serán reconocidos los talentos que poseemos; convencidos de que no somos listos, atractivos o poderosos. A pesar de estas deficiencias nos resolvemos de todas maneras a triunfar.

El remedio para todo esto es seguir adelante satisfechos con nuestra propia naturaleza como imagen de Dios. Este concepto de nuestra semejanza con Dios, el Unico divinamente perfecto, puede contemplarse como el yugo acerca del cual habló Cristo Jesús cuando dijo (Mateo 11:29, 30): “Tomad mi yugo sobre vosotros, ... y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave, y ligera mi carga.”

Nosotros que hemos obtenido el nuevo nombre de “Científicos Cristianos” hemos aceptado esta enseñanza fundamental de la Christian Science (Ciencia y Salud, pág. 527): “El hombre es el reflejo de Dios, que no necesita cultivo, sino que es siempre bello y completo.”

Podemos hallar satisfacción en ser este hombre, y este sereno concepto del ser, satisfecho con nuestro origen y naturaleza espirituales, nos elevará por encima de las sugestiones agresivas de la mente mortal, la cual si le fuera posible, trataría de frustrar nuestros loables impulsos y esfuerzos. Esta satisfacción es totalmente diferente de la satisfacción propia humana que cree que el hombre puede ser bueno aparte de Dios y de que merece ser elogiado por ser personalmente bueno, tener éxito y gozar de prosperidad, ser fuerte, sano o bien parecido.

La satisfacción propia de la mente humana es un estado de pensamiento muy peligroso y vulnerable que separa el bien de su verdadero origen, Dios. Este concepto falso de la satisfacción es diametralmente opuesto a la satisfacción que se basa y se regocija en el conocimiento de que el hombre es tan inseparable de Dios como el reflejo en un espejo lo es de su original.

El hombre recibe constantemente de su fuente divina que jamás se extingue, esas cualidades que son verdaderas y buenas y que al comprenderlas perfectamente, a su vez las emite como reflejo radiante del Padre. Nada de este gran bien que fluye de Dios al hombre puede acumularse y permanecer sin ser usado. Es de acuerdo a tal demanda que debemos expresarlo, y la habilidad para llevarlo a cabo procede de Dios.

San Juan nos dice en el capítulo 10 del Apocalipsis que oyó una voz del cielo que le decía: “Anda, toma el rollo que está abierto en la mano del ángel.” Y el angel dijo: “¡Toma, y cómelo! ... Es menester que tú, otra vez, profetices, como constituído sobre muchos pueblos, y naciones, y lenguas, y reyes.” Nosotros no podemos almacenar la revelación de la Christian Science. Debe ser usada; libremente la hemos recibido, libremente debemos darla.

La mente mortal declara que es posible sobrecargarse, absorber más de lo que precisamos o podemos usar. Cuando comprendemos el equilibrio perfecto que el Poder divino mantiene entre la oferta y la demanda, descubrimos que es imposible recibir demasiado bien, absorber más de lo que podemos impartir, saber más de la verdad de lo que podemos demostrar, aprender más de lo que comprendemos.

El Científico Cristiano puede hacer uso de cada idea espiritual que comprende, pues siempre tiene oportunidades de aplicarla. A medida que satisface las demandas que se le hacen, él a su vez es satisfecho con la provisión del Amor para suplir sus necesidades.

Permanezcamos satisfechos con nuestro ser verdadero en razón de que somos la creación de Aquel que dijo (Génesis 1:26): “Hagamos al hombre a nuestra imagen.” Si en el mundo parecen abundar el mal, la corrupción, la tiranía, hagámosles frente tal cual el practicista se encara con el problema del paciente, recordando que la demanda no excede la habilidad que Dios nos ha conferido de satisfacerla. La consciencia del Cristo muestra que el mal carece de poder porque contempla al bien como omnipotente y omnipresente. Esa consciencia a semejanza del Cristo es nuestra por medio de la Christian Science.

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