“Al que venciere, le daré a comer del maná escondido,” así prometió el Apóstol Juan a aquellos que nombran el nombre de Cristo (Apoc. 2:17). El se refería a una antigua costumbre de la era del Exodo. Cuando el maná alimentó al principio a los hijos de Israel, Moisés ordenó a Aarón a que tomara una olla y la llenara con maná y la pusiera “delante del Testimonio” y la escondiera en el santuario donde permanecería para las generaciones futuras. Debía servir como una constante señal que recordara a la gente, en caso que dudaran de la eterna presencia del poder sustentador de Dios, y del cual habían tenido abundantes pruebas en el desierto.
La Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. enseña con absoluta claridad que la duda de esta clase carece de base, pues aunque el pan no siempre está a la vista del hambriento, el maná verdadero jamás se halla escondido para aquellos que están despiertos espiritualmente. Así como el maná caía diariamente del cielo para alimentar a los hijos de Israel, también el pan de la Vida se manifiesta cada día para aquellos cuyos ojos y corazones están abiertos para recibirlo.
Este pan es el Cristo. Está escondido para aquellos que lo buscan o insisten verlo con el sentido material, ignorantes del hecho que mediante la Christian Science este pan de la Vida se ha hecho perfectamente tangible para el sentido espiritual. Cristo Jesús mismo declaró (Juan 6:33–35): “El pan de Dios es aquel que descendió del cielo, y da vida al mundo... Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca jamás tendrá sed.”
Desde el día en que los israelitas partieron de Egipto tuvieron amplias pruebas de la realidad tangible del cuidado totalmente adecuado que Dios otorga a Sus hijos. La liberación de la esclavitud egipcia, el cruce del Mar Rojo, la purificación de las aguas amargas en el desierto de Shur, dan testimonio de cuán enteramente podemos confiar en la provisión infalible de Dios. Pero ninguna de estas señales tuvo éxito aparentemente para despertarles al importante hecho de que Dios, y no la materia, es la fuente infalible de la substancia verdadera. Después de vagar un mes y medio por el desierto y habiendo consumido las provisiones que habían traído de Egipto, la gente reprochó amargamente a Moisés por la situación en que se hallaban, en vez de tornarse a Dios con la confianza basada sobre las maravillosas pruebas que habían tenido en las semanas anteriores.
De igual modo, ¿no nos sentimos a veces inclinados a quejarnos porque aún otro problema, aún otra fase de carencia nos enfrenta y al parecer el maná necesario se halla escondido? En ocasiones así nosotros también debiéramos recordar las veces que hemos probado la constante disponibilidad del sostén divino, nunca escondido al sentido espiritual, y sentirnos justificados enteramente al mantener una seguridad absoluta que Dios, el afectuoso Padre-Madre del hombre, no podría de ningún modo olvidar ni a uno solo de Sus hijos o dejar de satisfacer sus necesidades mediante Su misma presencia y totalidad.
Pablo también da a entender que el maná verdadero es el Cristo sostenedor, la Verdad, el mensaje del cielo, que nos trae la sabiduría fundamental innata de la comprensión de Dios. El nos dice (I Cor. 2: 7–10) “Hablamos la sabiduría de Dios en misterio; es decir, sabiduría que ha estado encubierta, la cual predestinó, Dios, antes de los siglos, para gloria nuestra ... más, según está escrito: Cosas que ojo no vió, ni oído oyó, y que jamás entraron en pensamiento humano — las cosas grandes que ha preparado Dios para los que le aman. Pero a nosotros nos las ha revelado Dios por medio de su Espíritu; porque el Espíritu escudriña todas las cosas y aun las cosas profundas de Dios.”
Así como el maná jamás dejó de sustentar al pueblo de Israel, en los cuarenta años de vida que pasaron en una tierra cruel sin provisiones visibles de alimento, así también los que hoy en día vagan en el desierto de los sentidos humanos ciegos, no es necesario que sufran por la falta de alimento y la guía que ofrecen la Verdad y el Amor. El Cristo está siempre con nosotros. El Amor jamás está escondido. La Verdad única jamás está fuera de nuestro alcance. La manifestación de este pan diario de la Vida no dejará de aparecer en tanto que vivamos de acuerdo a la luz de la comprensión espiritual que al respecto imparte la Christian Science. Aparecerá siempre en la forma que mejor convenga a nuestras necesidades en cualquier circunstancia.
El maná de la ayuda divina se vierte con la constancia del amor infinito de Dios y con la certidumbre de la ley de la Mente mediante la cual se manifiesta ese amor. No se trata de un amor fortuito, mas es del todo seguro, ya que su ley es universal y científica, que define y asegura el orden del universo que Dios mantiene. Sus bendiciones son las riquezas espirituales a las cuales se refiere Mary Baker Eddy cuando dice en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 15): “Los cristianos se regocijan en belleza y abundancia secretas, ocultas al mundo, pero conocidas a Dios.”
El precio que debemos pagar para usufructuar de esta integridad de la vida, es obedecer las demandas de la ley de Dios del amor tal como lo enseña la Christian Science, la que a su vez ha sido definida por su Descubridora y Fundadora en estas palabras (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 1): “Como la ley de Dios, la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal.”
Moisés, cuya comprensión de la ley de Dios e inspirada obediencia a ella trajeron por primera vez el maná divino que sustentó la vida de los hijos de los hombres, habló de la presencia discernible de esta ley cuando declaró (Deut. 30: 11–14): “Este mandamiento, que te ordeno hoy, no es demasiado difícil para ti, ni está lejos: no está en el cielo. ... Ni está más allá del mar ... sino que la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas por obra.”
Si aceptamos esta admonición y vivimos de acuerdo a ella en nuestra existencia y actitud diarias, el maná— la manifestación de la sabiduría y bondad divinas—jamás estarán escondidas para nosotros.
