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El deber y el amor

Del número de octubre de 1965 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El reconocimiento de nuestras obligaciones, unido a un sentido del deber, es necesario para obtener éxito en la vida. También debemos sentir amor por nuestras responsabilidades y hacia nuestro prójimo. La combinación de estas cualidades es lo que nos incita a cumplir con nuestros deberes haciendo caso omiso de las consecuencias personales que el sentido humano sugiere nos podrían suceder.

No obstante de tiempo en tiempo puede que se presenten situaciones en que el deber y el amor parecerían querer empujarnos en direcciones opuestas, y donde el deber exije una acción contraria a los impulsos del Amor, Dios, o donde la devoción humana sería la causa de que descuidáramos nuestro deber. La Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. pone en claro el hecho de que una situación de esta clase, con su conflicto interno e infelicidad, es errónea, puesto que es el resultado de una concepción equivocada del verdadero significado del deber y de sus obligaciones.

¿ En qué consiste, entonces, el deber verdadero? Hablando en términos generales, el deber es aquello que debe ser hecho. En un sentido más elevado, es una obligación impuesta por la ley moral. En tanto que las reglas humanas de la moralidad cambian con la evolución de los gustos y las normas humanas, la Ciencia Cristiana enseña que la moralidad verdadera consiste en estar en armonía con la bondad absoluta y divina que expresa el propósito y la ley del Amor divino y no la noción temporal de la mente humana. De modo que sólo aquello que está en armonía con la ley del Amor constituye nuestro deber verdadero.

El Amor divino jamás exige, no puede demandar ninguna acción que esté en oposición a sí mismo y que podría infligir la injusticia o el sacrifico a nuestro prójimo. Una demanda de esta clase sólo puede provenir de la voluntad propia ciega que es lo opuesto a la ley universal de la Vida, Dios. ¿Acaso no dijo Pablo (Romanos 13:10): “El amor no obra mal al prójimo: el amor pues es el cumplimiento de la ley”? Cuando el llevar a cabo nuestro verdadero deber amenaza intervenir con el bienestar de los demás, la comprensión de esta verdad puede tornar una injusticia inminente en una bendición para todos a quienes concierne.

Bien puede ser que el adherirse al Principio divino a veces aparente ser poco afectuoso o cruel para aquel que necesita corrección. En realidad, el cumplir con la ley del Amor divino sirve los intereses verdaderos de todos, en razón de que el Amor demanda que siempre expresemos la bondad inteligente de la Mente divina cuya finalidad es bendecir a todos. Este deber no está jamás en oposición al Amor mas es el cumplimiento de su ley universal del bien.

Cristo Jesús resumió el deber verdadero del hombre en los dos grandes mandamientos que él declaró son la base de todos los demás, es decir: amar a un solo Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Estos dos mandamientos no pueden estar separados en nuestro corazón. Si tratamos de obedecer sólo uno es casi seguro que desobedeceremos los dos.

De completo acuerdo con estas enseñanzas del Maestro, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, reitera estas dos demandas al decir: “Aprenderéis que en la Ciencia Cristiana el primer deber es obedecer a Dios, tener una sola Mente y amar al prójimo como a sí mismo” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 496). Todo requisito humano correcto y toda obligación moral verdadera es sólo una derivación de estas demandas.

¡Cuán claramente explica nuestra Guía, Mrs. Eddy, la relación que existe entre el deber y el Amor en su obra Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos, pág. 12) donde dice: “En la Ciencia Cristiana, la ley del Amor alegra el corazón; y el Amor es Vida y Verdad. Todo aquello que manifiesta algo diverso en sus efectos sobre la humanidad, evidentemente no es Amor. Debiéramos medir nuestro amor por Dios por el amor que sentimos por el hombre, y nuestra comprensión de la Ciencia será avaluada por nuestra obediencia a Dios, cumpliendo con la ley del Amor, haciendo el bien a todos; impartiendo la Verdad, la Vida y el Amor en la medida en que nosotros reflejamos estas cualidades a todos los que ocupan nuestra esfera de pensamiento.”

En razón de que Dios nos asigna nuestros deberes, El nos da todo lo que necesitamos para cumplirlos. Llevarlos a cabo no puede producir el agotamiento; sólo puede aumentar nuestra estatura moral, nuestra fortaleza, nuestra alegría y nuestra capacidad de expresar el Amor bajo cualquier circunstancia. Por otra parte, si las tareas son llevadas a cabo sin el aprecio de su bondad, se tornan molestas y pesadas.

El cumplir con nuestro deber puede que requiera el sobreponerse al ser propio con sus aversiones y preferencias personales. También es menester rechazar toda tendencia de postergar lo que para los sentidos parecería ser una tarea desagradable.

El temor que abrigamos en cuanto a nuestros deberes, que a veces podría ser una desventaja para nosotros, no es más verdadero ni justificable que el sentido falso que la produce, es decir, que el hombre es un mortal material dotado de capacidad, fuerza e inteligencia limitada por un cuerpo material. Cuando percibimos la naturaleza del Amor divino y vemos que la moralidad y corrección de una tarea se hallan a la altura de la norma absoluta del Amor, sentimos la inspiración que con certeza neutraliza todo el temor de que de alguna manera no somos capaces de cumplir con la tarea que nos ha asignado Dios.

El servir a Dios encierra en sí su propia protección, en razón de que aporta el sentido verdadero y vital de que vivimos en la luz, en la morada sin sombras del Espíritu, Dios, que El comparte eternamente con Sus hijos. Nadie ha visto que una linterna haya lanzado un rayo de oscuridad en una habitación iluminada y que haya alcanzado a alguien allí. Ningún dardo de enojo, mala voluntad o resentimiento puede penetrar ni afectarnos, puesto que vivimos en el reino de la luz espiritual. Cuando cumplimos las tareas que Dios nos da, lo hacemos bajo la protección de la ley de la Vida misma.

Nuestro deber primordial es el de probar siempre nuestra verdadera naturaleza como reflejo de Dios deshaciéndonos de todas las creencias mortales que arguyen en contra de esta realidad fundamental. Para llevarlo a cabo debemos seguir las instrucciones de nuestra Guía, que nos dice que sólo un razonamiento a priori, o de causa a efecto, puede guiarnos al reconocimiento de la verdad del ser. De modo que para razonar considerando a la Mente como la causa única y luego contemplar al hombre espiritual como Su efecto o emanación es parte de nuestro deber primordial. No hay otro razonamiento que pueda guiarnos a la comprensión del hombre y a la naturaleza de las demandas que Dios le exige.

Hace veintiséis siglos el profeta Miqueas resumió nuestro deber hacia Dios, el Amor divino, y hacia nuestro prójimo, escribiendo lo siguiente (6:8): “El te ha dicho, oh hombre, lo que es bueno; ¿y qué es lo que Jehová pide de ti, sino hacer justicia, y amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?”

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