¿ Podemos acaso esperar que algún día experimentaremos ampliamente los beneficios del dominio que la Biblia dice que Dios otorgó a Su imagen y semejanza? Por cierto, dado que la Biblia misma nos ofrece ejemplos de hombres que por medio de la comprensión del Cristo, o sea la naturaleza espiritual del hijo de Dios, salieron victoriosos de situaciones extremadamente difíciles. Con sólo leer los relatos bíblicos de Moisés, Josué, Samuel y de otros, quedaremos convencidos por sus ejemplos que el dominio no es un término abstracto.
¿ Existe acaso un método que nos capacite para ejercer este dominio? y ¿en qué consiste? La historia de Daniel y su liberación de la cueva de los leones responde a esta pregunta. Lo siguiente fue tomado del sexto capítulo del libro de Daniel: “Entonces el rey se levantó al rayar el alba, y fué a toda prisa al foso de los leones; y al llegar cerca del foso, llamó a Daniel con voz lastimera; y hablando el rey, dijo a Daniel: ¡Oh Daniel, siervo del Dios vivo, ha podido tu Dios, a quien tú sirves de continuo, librarte de los leones? Entonces Daniel dijo al rey: ¡Oh rey, vive para siempre! Mi Dios ha enviado su ángel, y ha cerrado la boca de los leones, de modo que no me han hecho mal alguno; por lo mismo que delante de él la inocencia fué hallada en mí; asimismo delante de ti, oh rey, ningún mal he hecho.”
De este episodio puede deducirse que Daniel pudo ejercer el dominio que pertenece al hombre en razón de su inocencia, es decir, su comprensión firme y absoluta del gobierno del Amor.
La mente mortal, o la inteligencia material, tal vez se asombre al ver que la inocencia puede usarse como medio para desarmar el mal. No obstante, en la Ciencia Cristiana [Christian Science] esta verdad se hace muy clara. Mrs. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La inocencia y la Verdad vencen el delito y el error. Siempre desde la fundación del mundo, desde que el error quiso establecer la creencia material, el mal ha tratado de matar al Cordero; pero la Ciencia es capaz de destruir esta mentira, llamada el mal” (pág. 568). Y ella define “Cordero de Dios” como “la idea espiritual del Amor; la inmolación de sí mismo; inocencia y pureza; sacrificio” (pág. 590).
El hecho de que no existe ninguna tendencia hacia la crueldad, ni la capacidad de cometer el mal a sabiendas, es por cierto digno de recibir nuestro respeto y aprecio, pero ninguna de estas dos características constituye la inocencia que da al hombre poder para sobreponerse a la malicia causada por la ignorancia, el orgullo o la perversidad. Este poder ha sido bien ilustrado en la escena relatada en el evangelio según San Juan en la cual aquellos que vinieron para arrestar a Jesús retrocedieron y cayeron al suelo cuando él se dió a conocer diciéndoles (18:6): “Yo soy.”
¿Cuál era el secreto de este poder que expresaba Jesús? ¿No era acaso su inocencia espiritual y moral, es decir, un estado de pensamiento tan unido con la realidad del ser, que sólo manifestaba el poder de Dios? La inocencia naturalmente tiene precedencia y supremacía por sobre todo aquello que es una pretensión falsa de la verdad y la eternidad, es decir, por sobre lo que es falso o ilusorio, lo cual sólo origina del error material.
En estos tiempos en que la humanidad se está enfrentando con el peligro de las armas nucleares, aquellos que gracias a la bondad de Dios tienen el gran privilegio de poseer el recurso protector y defensivo llamado la Ciencia del Cristo, comprenden cada vez más claramente el deber sagrado que tienen de tornarse más conscientes del poder maravilloso que ejerce la inocencia por sobre todas las tribulaciones inherentes a la existencia mortal.
No debemos esperar hasta que nos encontremos envueltos en circunstancias trágicas para probarnos a nosotros mismos el valor que tiene la inocencia, cualidad pura que está libre de toda creencia en la materialidad y que pertenece a la consciencia espiritualizada. En nuestras actividades diarias cuando nos encontramos solos, bien puede ser que creamos en ausencia de un testigo, socio o compañero que es demasiado trabajo o innecesario que nos dediquemos al esfuerzo mental que nos haría conscientes de la atmósfera de inocencia que nos rodea.
Esta manera de pensar es errónea. Es importante que todos mostremos nuestra inocencia basada sobre una premisa espiritual, fijando nuestros pensamientos sobre la unidad del hombre con Dios. Al obtener esta elevación espiritual el ideal puro de la vida y del ser se hace cada vez más patente para nosotros. Y así podemos gozar dulcemente del dominio que pertenece al hombre como la idea pura e inocente de Dios.