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La unidad del hombre con el Amor

Del número de abril de 1967 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un mensaje consolador de la Ciencia Cristiana es el que dice que Dios es Amor infinito, la Mente que abraza a todas Sus ideas, a todos Sus hijos en la infinitud de Su invariable Amor. No hay excepción. Siendo infinito, el Amor divino lo incluye todo. Sólo en creencia puede uno sentirse separado del amor de Dios.

El reconocimiento de la verdad espiritual de lo que es el amor de Dios que lo incluye todo, fue lo que impulsó a Cristo Jesús a hacer esta sincera invitación a todos los que obedecen a Dios y expresan amor (Mateo 25:34): “¡Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino destinado para vosotros desde la fundación del mundo!” El sabía que el reino de Dios — el reino de la armonía eterna — es la herencia de todos, y no el privilegio de unos pocos, porque el amor de Dios circunda a toda Su creación.

El Maestro vino a redimir a la humanidad de la creencia de que el hombre es un paria mortal, por medio de la demostración de que el hombre verdadero, creado a la imagen y semejanza de Dios, es la creación incorpórea del Amor divino y está por siempre unido con Dios y es inseparable de Su amor.

¿Con cuál de los conceptos acerca del hombre nos estamos identificando — con el hijo bendito del Amor, o con el paria mortal? Si reconocemos nuestra verdadera identidad como semejante al Cristo, ciertamente sentiremos el amor de Dios. Si por el contrario nos identificamos con el sueño de Adán — con la creencia de que el hombre es un mortal expulsado de la armonía por una Deidad iracunda — podemos sentirnos separados del amor de Dios, porque el error nunca ha estado en la presencia del Amor, la Verdad. En la Ciencia, el error y la Verdad jamás se unen.

La penosa sensación de sentirse separado del amor de Dios se elimina únicamente mediante la realización liberadora que ofrece la unidad del hombre con el Amor que lo incluye todo. Mrs. Eddy declara en Ciencia y Salud (pág. 494): “No está bien imaginarse que Jesús demostró el poder divino de curar sólo para un número selecto o por un período limitado de tiempo, puesto que a la humanidad entera y a toda hora el Amor divino suministra todo el bien”.

Aun cuando para el sentido material nuestros mejores amigos o parientes fríamente nos vuelvan la espalda, el Amor divino continúa amándonos con inagotable e invariable amor. Si escuchamos la voz del Amor, somos guiados a través de la tormenta, salvados de nuestros temores y dificultades, y conducidos a dar los pasos que nos aportarán la armonía y la paz duraderas.

El Amor divino no causa la aflicción, ni tampoco causa o permite el mal. El Amor, al incluir todo el bien, excluye todo mal. Por lo tanto, en el universo del Amor no existe el mal ni para temerlo ni para sufrirlo. Es solamente la ignorancia acerca de Dios, o el pecado lo que da aparente realidad al mal. Mrs. Eddy nos asegura en Ciencia y Salud (pág. 391): “Es erróneo sufrir por algo que no sea vuestro propio pecado. El Cristo, o la Verdad, destruirá todo otro supuesto sufrimiento, y el sufrimiento verdadero por vuestro propio pecado cesará en la proporción en que cese el pecado”. El amor de Dios por el hombre se manifiesta en salud, alegría, provisión y protección ilimitadas que constituyen la herencia del hombre, y que demostramos en nuestra propia experiencia humana cuando reclamamos nuestra unidad con Dios, el bien, y nuestra inseparabilidad de El.

Nuestros seres queridos también están por siempre incluidos en el amor de Dios. Su verdadero ser está unido con el Amor, con todo lo que es bueno y perfecto. En la proporción en que reconocemos esta verdad, dejamos de asumir un sentido falso de responsabilidad concerniente a ellos, y de preocuparnos por su salud, progreso, felicidad y éxito. Dios es tanto el Padre-Madre de ellos como lo es de nosotros. El es el responsable del bienestar de ellos.

Esto no implica que debiéramos permanecer indiferentes a sus necesidades, sino que significa que nuestra verdadera responsabilidad es la de saber que Dios las satisface plenamente, y dejar que El nos emplee en el cumplimiento de Su plan divino.

En un ambiente donde se confía plenamente en Dios, el Espíritu, donde todos están libres de ansiedades y de un falso sentido de responsabilidad, cada uno es capaz de desarrollar y ampliar sin tropiezos sus capacidades, en tanto que contribuye cada vez más al bien de otros. Los niños se sienten amados, bienvenidos y seguros. La juventud disfruta de compañía agradable y edificante sin ceder a la presión de atracciones falsas y sugestiones negativas. La vida de los adultos está llena de propósito y es progresiva y armoniosa.

La verdad de que el hombre es el hijo de Dios, el Amor, siempre uno con su Padre-Madre, fue de especial ayuda para mí y mi esposa durante una enfermedad de nuestro hijo. A pesar de los tratamientos de una practicista de la Ciencia Cristiana y de nuestros propios esfuerzos para afirmar la verdad acerca del niño, la recuperación de su salud fue lenta. Como padres, estábamos preocupados; sin embargo, tan pronto como vimos realmente que nuestro hijo estaba bajo el constante y tierno cuidado del Amor, y que en lugar de ser un mortal enfermo era una idea perfecta del Amor, inseparable de la Vida que es Amor, el niño progresó rápidamente y muy pronto sanó.

Nuestra confianza en que Dios nos ama, no es en sí suficiente para hacernos merecedores de recibir las bendiciones del Amor. En la Biblia leemos (I Juan 4:11): “Amados míos, si de tal manera nos amó Dios a nosotros, nosotros también debemos amarnos los unos a los otros”. Si declaramos que Dios nos ama, y al mismo tiempo, en pensamiento excluímos del reino de Dios a cualquiera debido a un falso sentido de superioridad, o por falta de compasión y comprensión, entonces oramos con mala intención. Cuando la curación de una enfermedad o de un problema que nos aflige se retarda, deberíamos examinar sinceramente nuestra consciencia y ver si estamos excluyendo a alguien del reino de Dios debido al rencor, a la voluntad humana o al odio.

Dios continuamente nos dice a cada uno de nosotros (Isaías 66:13): “¡Como alguno a quien su madre consuela, así os consolaré yo a vosotros!” La demostración del amor de Dios que lo incluye todo para el hombre, se encuentra a través de toda la Biblia como un hilo de oro que alcanza su culminación en las obras nunca igualadas de Jesús, cuya demostración del Cristo fue única. El amor de Dios ha encontrado su realización final en la Ciencia Cristiana, el Consolador prometido por el Maestro y que nos conduce hacia vida abundante y eterna.

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