Nuestra Guía en la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, poseía la facultad de expresión concisa. Escogía sus palabras cuidadosamente y las usaba para dar el significado exacto de lo que deseaba expresar. En una de sus cartas, con dos frases cortas establece los cimientos para toda la práctica metafísica. Edificando sobre estos cimientos se pueden obtener resultados constructivos. Sus palabras me causaron una profunda impresión de modo que desearía relatarles la siguiente experiencia:
Un día llegué a mi oficina muy deprimido. Había estado luchando con una dificultad física que no parecía ceder, de manera que necesitaba ayuda. Al abrir la correspondencia, me sorprendió ver que alguien me había enviado un ejemplar del Christian Science Sentinel de fecha 4 de abril de 1936. En la parte superior de la página editorial aparecía un cuadrado que encerraba dos frases extraídas de una carta escrita por Mrs. Eddy en 1896, que decían: “El saber que hay sólo un Dios, una Causa, un efecto, una Mente, sana instantáneamente. Tened sólo un Dios, y vuestro reflejo de El efectúa la curación”.
Repentinamente la sensación de depresión fue olvidada. Si Mrs Eddy hubiera entrado en mi oficina y me hubiese dado ese mensaje en persona, no me habría impresionado con más fuerza.
“Un Dios, una Causa, un efecto, una Mente” — ¡qué campo tan amplio cubren estas palabras! Proveen la solución para todo problema humano. El tener un solo Dios es aceptar y obedecer el Primer Mandamiento. Reconoce que todo el poder está establecido en Dios, el bien, y no deja posibilidad alguna de que exista algún otro poder. Saber que el bien es Todo, es comprender que el mal, el error, el pecado, la enfermedad o la muerte no poseen ninguna realidad o presencia. Saber que sólo hay una Mente, significa no tener ninguna otra consciencia y estar siempre conscientes de que el bien está presente.
Una causa buena debe ser seguida siempre por un efecto bueno. El creador perfecto se refleja en una creación perfecta y armoniosa. El profeta Isaías dijo (32:17): “La operación de la justicia será la paz, y el resultado de la justicia, calma y confianza para siempre”. La noción de que Dios creó al hombre sujeto al pecado, la enfermedad y la muerte es inconcebible cuando recordamos que Dios es bueno.
Los mortales tratan de atribuir todo efecto material a una causa material, en vez de apartar la vista de la materia y encontrar en el Espíritu la causa y el efecto. En caso de enfermedad, los que confían en la materia médica consideran indispensable un diagnóstico, pero para un Científico Cristiano tal diagnóstico carece de valor. De nada sirve morar en los tales llamados síntomas, porque si la enfermedad no es real, tampoco lo son sus síntomas. El mismo Cristo, la Verdad, elimina a ambos.
La enfermedad es un producto de la mente mortal, no de la materia ni de la Mente divina. Es error manifestado en el cuerpo. No es real porque no tiene apoyo en la Verdad. Quizás todo esto no parezca concordar con nuestra experiencia humana, pues para el sentido material que sufre, la enfermedad puede parecer real y muy presente; sin embargo, cuando la verdad es conocida y mantenida persistentemente en el pensamiento, se obtiene la curación.
Nuestra Guía nos dice que debemos empezar cada tratamiento apaciguando el temor del paciente. Este es un procedimiento necesario porque el temor es parte de toda enfermedad. ¿Existe algo que debemos temer? No se teme aquello que es bueno. El temor proviene de una creencia supersticiosa en el mal o en la enfermedad y de un terror a las probables consecuencias que podrían acarrear.
La comprensión de que no hay lugar para el mal ya que Dios, el bien, llena todo el espacio, le permite a uno vencer sus temores. Al prevalecer una Mente omnipotente, no queda nada a que temerle. El temor es como la obscuridad: parece muy real, pero desaparece con la luz.
Lo que no tiene realidad nunca ha tenido comienzo. Es de ayuda el comprender que la enfermedad no tiene ningún punto de partida. Esto es verdad aunque el mal parezca haberse originado en uno mismo o en un antepasado; aunque la mente mortal lo atribuya a una infección o a un contagio; a gérmenes, a virus o a una alergia. Siendo irreal, la enfermedad no tiene ni historia, ni síntomas, ni desarrollo, ni continuidad, ni manifestación actual. El hecho de que la enfermedad sea clasificada como aguda o crónica, funcional u orgánica, no tiene importancia, ya que todas estas condiciones ceden ante el entendimiento de la unidad y la totalidad de la Mente.
La salud no es meramente la ausencia de enfermedades o de dolencias, de gérmenes peligrosos o de los tales llamados virus. Tampoco es una condición del cuerpo humano, ni depende de alimentos, ejercicios, leyes médicas, drogas o del ingerir una cantidad suficiente y variada de vitaminas.
La salud no es la ausencia de algo; es la presencia de esa paz espiritual que viene cuando se está consciente de la omnipresencia del Amor divino. La salud es un estado de consciencia en el cual la armonía es aceptada como la condición normal del hombre hecho a la semejanza de Dios.
La salud es la comprensión de la unidad del hombre con su Hacedor. La salud se manifiesta cuando la mente mortal cede a la Mente divina y cuando la ley de la perfección de Dios es demostrada en forma práctica en la experiencia humana. La curación resulta cuando un sentido positivo de salud prevalece sobre una creencia negativa de enfermedad. Cuando esto ocurre, la enfermedad es totalmente destruida y no puede retornar jamás.
Las curaciones que se efectúan instantáneamente bajo el tratamiento de la Ciencia Cristiana no son poco comunes. No se requiere ni un restablecimiento lento, ni un período de convalescencia. En el Apocalipsis está escrito (21:4): “Dios limpiará toda lágrima de los ojos de ellos; y la muerte no será más; ni habrá más gemido, ni clamor, ni dolor; porque las cosas de antes han pasado ya”.
En esta era atómica la solución correcta para muchos problemas es una necesidad urgente si es que el mundo ha de ser salvado del desastre. Es evidente que para empezar una disputa son necesarios dos o más. La creencia de que hay muchas mentes en pugna ocasiona todas las dificultades que experimenta la humanidad. Cuando se entiende que no hay sino una sola Mente y que el hombre no tiene mente propia separada de Dios sino que refleja la voluntad divina, prevalece la armonía. ¿Hay algo que pueda oponerse a la omnipotencia?
Los Científicos Cristianos tienen la responsabilidad de orar diariamente para que reine la paz en el mundo para toda la humanidad. Mrs. Eddy, en su modo inimitable, nos dice en Ciencia y Salud cuál será el resultado final de esa oración (pág. 340): “Un Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad de los hombres; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; aniquila la idolatría pagana y la cristiana, — todo lo que es injusto en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; establece la igualdad de los sexos; anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido”.