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Mi gratitud por la Ciencia sanadora...

Del número de julio de 1969 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi gratitud por la Ciencia sanadora del cristianismo, tal como Jesús la enseñó y como Mrs. Eddy la interpretó y demostró espiritualmente, tiene raíces profundas y sostenedoras.

Hace ya muchos años tuvimos nuestro primer contacto con la Ciencia Cristiana cuando a nuestra hijita, que tenía entonces dieciocho meses, le aparecieron unas manchas en la muñeca y en un brazo. Me dijeron que era tiña y me dieron un medicamento para que se lo pusiera sobre las manchas. Este era una trabajo tan desagradable que me rebelé. Una amiga mía, que asistía a una Iglesia Científica de Cristo, y que vio mi problema, me dijo que su hijito había sido sanado de la misma condición por medio de la Ciencia Cristiana. Ansiosamente seguí su consejo y visité a una practicista quien me prestó un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mrs. Eddy.

Al comienzo había muchas cosas que no comprendía, pero la practicista me dijo: “Lee el capítulo sobre la Oración”. La lectura de este capítulo y las conversaciones diarias que tuve con la practicista, me dieron confianza y abrieron mi pensamiento a nuevas ideas. Mi primera visita a la practicista fue un lunes por la noche. Y para la mañana del viernes de esa misma semana, ya no había indicios de las manchas en el rollizo bracito. Tampoco ha habido una recaída en esta molestia. Mi gratitud fue ilimitada. ¡Dios en realidad sanaba! Desde ese momento empecé el estudio de la Ciencia Cristiana y he tenido muchas curaciones a través de los años. La niñita de entonces ahora tiene sus propios hijos quienes están aprendiendo en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana la verdad acerca de Dios y del hombre.

Mientras escribo vienen a mi memoria numerosas pruebas de la amorosa protección y dirección de Dios. Un período de mi vida se destaca con especial significado. La compañía para la cual trabajaba mi esposo, como ingeniero, le ofreció un empleo de más responsabilidad en Venezuela con un sueldo mucho mejor. Por primera vez desde que nos casáramos, nos habíamos establecido en una casa confortable de nuestra propiedad hacía ya diez años, y nuestros tres hijos ya estaban encaminados en la escuela y actividades deportivas.

Detenidamente analizamos los motivos que teníamos para aceptar esta oportunidad. Mrs. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Si trabajáis y oráis con móviles sinceros, vuestro Padre os abrirá el camino” (pág. 326). El aumento de salario haría posible que los niños pudieran ir a cierta escuela a la cual queríamos mandarlos. Como Científicos Cristianos habíamos aprendido que “Dios está en todas partes, y nada fuera de Él está presente ni tiene poder” (ibid., pág. 473). Sabíamos que nunca podríamos estar separados del bien.

El poder de la decisión correcta que hicimos, eliminó el pesar que habríamos sentido al separarnos de la familia, las amistades y de nuestras preciadas pertenencias, y nos dio un sentido liberador para emprender la aventura hacia amplios horizontes de bendiciones. Durante los cinco años que vivimos en el extranjero, tuvimos muchas demostraciones de bien no tan sólo en una, sino en varias ocasiones. El beneficio que obtuvimos durante nuestra residencia en Sudamérica al aprender un nuevo idioma, las nuevas amistades que hicimos y las nuevas costumbres vividas, resultó en una bendición duradera para todos nosotros. Estamos muy agradecidos por las lecciones que aprendimos en lo concerniente a la apreciación mutua, y por una comprensión y compasión más extensa, pero más que nada por una mayor confianza en el afectuoso Padre de todos nosotros.

Las palabras son inadecuadas para expresar mi gratitud por las enseñanzas de Cristo Jesús, por la revelación de Mrs. Eddy del poder y la presencia del Cristo, por instrucción en clase Primaria de Ciencia Cristiana, mi afiliación a una iglesia filial, y por el constante desenvolvimiento de bien que todas estas bendiciones han traído a nuestra familia.


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