Mi gratitud por la Ciencia sanadora del cristianismo, tal como Jesús la enseñó y como Mrs. Eddy la interpretó y demostró espiritualmente, tiene raíces profundas y sostenedoras.
Hace ya muchos años tuvimos nuestro primer contacto con la Ciencia Cristiana cuando a nuestra hijita, que tenía entonces dieciocho meses, le aparecieron unas manchas en la muñeca y en un brazo. Me dijeron que era tiña y me dieron un medicamento para que se lo pusiera sobre las manchas. Este era una trabajo tan desagradable que me rebelé. Una amiga mía, que asistía a una Iglesia Científica de Cristo, y que vio mi problema, me dijo que su hijito había sido sanado de la misma condición por medio de la Ciencia Cristiana. Ansiosamente seguí su consejo y visité a una practicista quien me prestó un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mrs. Eddy.
Al comienzo había muchas cosas que no comprendía, pero la practicista me dijo: “Lee el capítulo sobre la Oración”. La lectura de este capítulo y las conversaciones diarias que tuve con la practicista, me dieron confianza y abrieron mi pensamiento a nuevas ideas. Mi primera visita a la practicista fue un lunes por la noche. Y para la mañana del viernes de esa misma semana, ya no había indicios de las manchas en el rollizo bracito. Tampoco ha habido una recaída en esta molestia. Mi gratitud fue ilimitada. ¡Dios en realidad sanaba! Desde ese momento empecé el estudio de la Ciencia Cristiana y he tenido muchas curaciones a través de los años. La niñita de entonces ahora tiene sus propios hijos quienes están aprendiendo en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana la verdad acerca de Dios y del hombre.
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