El hombre ha sido creado a imagen de Dios, por lo tanto es inmortal y eterno. ¿Qué es lo que nos impulsa a contemplarnos como mortales, incapaces de comprender la ley de la armonía y libertad de Dios, y ser beneficiados por ella? Tal menosprecio por nosotros mismos sólo puede sernos impuesto por la ignorancia que abrigamos respecto a nuestra verdadera identidad como reflejo espiritual de Dios, ignorancia que sostiene que la materia es real e indispensable para la existencia.
La Ciencia Cristiana nos revela las verdades de nuestro ser real e inmortal. Por medio de esta Ciencia aprendemos que el Espíritu, Dios, es representado sólo por el hombre espiritual, el hombre verdadero y perfecto. Es hacia la realización de esta identidad espiritual que debieran dirigirse nuestros más sinceros esfuerzos, porque sólo así podemos estar conscientes de nuestra unidad con Dios.
Quienquiera que pretenda que puede vivir sin necesidad de espiritualidad, puede que encuentre que la parábola de Cristo Jesús sobre el hijo pródigo está siendo ilustrada en su propia vida, y que su razón, su voluntad y su inteligencia están siendo subordinadas a los dictados mesméricos del error.
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