El hombre ha sido creado a imagen de Dios, por lo tanto es inmortal y eterno. ¿Qué es lo que nos impulsa a contemplarnos como mortales, incapaces de comprender la ley de la armonía y libertad de Dios, y ser beneficiados por ella? Tal menosprecio por nosotros mismos sólo puede sernos impuesto por la ignorancia que abrigamos respecto a nuestra verdadera identidad como reflejo espiritual de Dios, ignorancia que sostiene que la materia es real e indispensable para la existencia.
La Ciencia Cristiana nos revela las verdades de nuestro ser real e inmortal. Por medio de esta Ciencia aprendemos que el Espíritu, Dios, es representado sólo por el hombre espiritual, el hombre verdadero y perfecto. Es hacia la realización de esta identidad espiritual que debieran dirigirse nuestros más sinceros esfuerzos, porque sólo así podemos estar conscientes de nuestra unidad con Dios.
Quienquiera que pretenda que puede vivir sin necesidad de espiritualidad, puede que encuentre que la parábola de Cristo Jesús sobre el hijo pródigo está siendo ilustrada en su propia vida, y que su razón, su voluntad y su inteligencia están siendo subordinadas a los dictados mesméricos del error.
Gracias a la Ciencia Cristiana, aquellos que son víctimas de su propio sentido erróneo, pueden obtener su perdón y estar listos para emprender la ruta de regreso a la casa del Padre por medio del arrepentimiento y la reforma. Entonces podrán escuchar la bienvenida que se les da en estas palabras: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:22–24) .
Nuestro estudio de la Ciencia Cristiana nos muestra que como hijos de Dios moramos en Dios, completamente seguros en la perfección del bien absoluto. Nuestra Guía, Mrs. Eddy dice: “Bien comprendido, en vez de poseer un cuerpo material y sensible, el hombre tiene un cuerpo insensible; y Dios, el Alma del hombre y de toda la existencia, al ser perpetuo en Su propia individualidad, armonía e inmortalidad, comunica estas cualidades y las perpetúa en el hombre, — por medio de la Mente y no de la materia” (Ciencia y Salud, pág. 280).
Regocijémonos de que no somos herramientas de un destino caprichoso, sujetos a vicisitudes similares a las del hijo pródigo. A medida que reconozcamos la relación del hombre con Dios, sentiremos la dulce seguridad de haber encontrado la totalidad de nuestra existencia espiritual en el reino de Dios. Como nuestra Guía lo dice: “El hombre es algo más que un cuerpo material con una mente adentro, la cual tiene que escapar de su ambiente para ser inmortal. El hombre refleja lo infinito, y este reflejo es la idea verdadera de Dios. Dios expresa en el hombre la idea infinita, desarrollándose eternamente, ensanchándose y elevándose más y más desde una base ilimitada” (ibid., pág. 258).
Varios capítulos de la Biblia contienen descripciones del hombre real. Por ejemplo, en los Salmos encontramos este pasaje: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria? ... Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmo 8:4–6). Y Eliú dijo a Job: “Espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda” (Job 32:8). Cada uno de nosotros puede obtener vislumbres alentadoras de este hombre si persevera en el estudio de la Ciencia Cristiana y se esfuerza por aplicar lo que comprende de las verdades espirituales, a fin de progresar en el camino hacia la santidad.
El trabajo de un practicista en la Ciencia Cristiana generalmente consiste en ayudar a su paciente a que vuelva al sendero que conduce a la casa del Padre. Para lograrlo, el trabajo del practicista será mucho más efectivo si eleva su pensamiento por sobre cualquier experiencia aparentemente desdichada, sabiendo que tal experiencia es sólo un sueño mortal que nada tiene que ver con la realidad.
A medida que dirigimos sin reservas nuestra atención a Dios, a todo lo que es bueno en el universo espiritual, nos encontramos morando en una atmósfera de benevolencia, de misericordia y de protección. Y ya no pensaremos en las dificultades de la existencia mortal como realidades.
La aventura del hijo pródigo muestra claramente lo absurdo de desear encontrar algo mejor que Dios. Por otra parte, el volver al Padre y a Sus tesoros de bien inagotable, ilustra el adelanto espiritual que se obtiene, y por medio del cual cada uno de nosotros, guiados por el Cristo, la verdadera idea de parentesco filial, puede demostrar su unidad con el Amor divino.