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El Amor cura la desunión

Del número de octubre de 1972 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la actualidad parece muy fácil separarse del curso principal que sigue la vida humana, y, en especial, de aquellas personas a quienes nos inclinamos a culpar por las condiciones de vida según las vemos nosotros. En efecto, algunas personas levantan las manos en señal de protesta y disgusto retrocediendo a una contracultura. Estos problemas les parecen demasiado grandes y la sociedad, según ellas, dolorosamente lenta en encontrarles solución.

No cabe duda que ha habido mucha demora, mucha apatía y una egoísta indiferencia, pero con volverle la espalda a estos males no los destruimos. Lo que se necesita es más amor, y esa necesidad empieza con nosotros. Viviendo una vida de verdadero amor podemos arrancar de raíz la desdicha y la confusión que puedan estar oscureciendo nuestra perspectiva de la vida.

Ya seamos jóvenes o viejos, el cariz de la vida puede ser bastante bueno cuando se ve a través de la lente del amor. Entonces empezamos a ayudarnos a nosotros mismos y a los demás. Nuestro amor empieza a transformar el pensamiento de toda la humanidad. El estudio y práctica de la Ciencia Cristiana anula todo sentimiento de tristeza y revela que la vida es una aventura que merece emprenderse — una experiencia rica y satisfactoria en la que obtenemos vislumbres de nuestra verdadera identidad y un sentido más firme de dirección. En lugar de ver la existencia como una lucha inhumana por salir adelante, empezamos a ver una realidad espiritual más allá del alcance de los sentidos materiales. Aprendemos que comprender a Dios y el parentesco del hombre con Él, puede transformar, para bien, nuestro concepto y experiencia, inspirándonos de tal manera que, olvidándonos de nosotros mismos, ayudamos a los demás. Fue esta verdad acerca de Dios y el hombre la que dio vida a la bondadosa misión de Cristo Jesús en bien de la humanidad. Él dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

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