Una noche, al regresar apresuradamente del trabajo a mi hogar, resbalé en el porche de mi casa y me golpeé la cabeza contra una gran maceta de cemento. Horas después, un compañero de trabajo me halló inconsciente y llamó por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana. La practicista hizo los trámites para que una ambulancia me llevara a un hospital, en cumplimiento de una ley del estado de California que establece que cualquier persona que sufra heridas en la cabeza debe ser trasladada por profesionales y examinada por un médico.
Ya en el hospital tres médicos declararon que la herida era seria, y que tendrían que hacerme unos exámenes para determinar el daño que había sufrido el cerebro. La practicista estaba orando para saber que Dios es Todo y que por eso, como idea espiritual de Dios, yo estaba a salvo. La practicista se mantuvo consciente de que el mal es una mentira y que yo ni por un instante había sido tocada, ni jamás podría serlo, por una falsa creencia llamada accidente.
Me encontraba en un estado de semiconsciencia e incoherencia de manera que no podía hacer mi parte en el trabajo de oración, pero la practicista continuó suministrándome, incansable y fielmente, el tratamiento de oración en la Ciencia Cristiana, y el resultado fue una completa curación. Tan pronto como recuperé totalmente el conocimiento, pedí que me trasladaran a mi casa. Los médicos se rehusaron a darme de alta, porque querían efectuar más exámenes para descubrir cómo se había efectuado una curación tan repentina. Nuevamente efectuaron minuciosos exámenes, y se asombraron al no hallar señales de la herida.
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