A pesar de las apariencias materiales, la humanidad se encuentra ante una magnífica oportunidad de progresar. La promesa de gran bien puede que parezca estar sumida en las angustias de la efervescencia, pero se está obligando al mal a que salga a la superficie para verlo, dominarlo y destruirlo.
La esperanza más grande del mal de continuar con su trastorno, consiste en que puede permanecer oculto. Si se le deja solo, sus ocultas maquinaciones pueden continuar, y podría parecer que su obra diabólica aumenta. Pero el mal es autodestructivo porque su único poder es el de destruirse a sí mismo. Apresurándose hacia su ruina, parece, sin embargo, alcanzar tales proporciones que la humanidad tiende a retroceder aterrorizada ante él o a reaccionar violentamente sublevándose contra él. Pero el mal, una vez descubierto, se destruirá y en su lugar se verá el bien, porque la eternidad del bien es un hecho del ser verdadero.
A través de la historia humana ha sido así. Han surgido imperios y desaparecido. En muchos casos los males inmediatos que acarrearon han desaparecido también, pero ha permanecido el bien para influir instituciones y gobiernos. César murió, pero la influencia del Derecho romano permanece. Con el correr del tiempo, la humanidad ha progresado, y el nivel de la consciencia humana se ha elevado.
Cristo Jesús no era ajeno a las inquietudes sociales. Vivió en una época de esclavitud, tiranía y rebelión. Advirtió a sus seguidores que oirían hablar de guerras y rumores de guerras y de pestes y hambres. Sin embargo, avanzó sereno en medio del mal evidente porque sabía que, como dice Mrs. Eddy, “Dios reina y reducirá ‘a ruina, a ruina’, hasta que la justicia sea reconocida como suprema” (Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneos, pág. 80).
Esta reducción a ruina es lo que se está presenciando hoy. Está trayendo a la superficie el odio latente en el pensamiento humano y, por otra parte, revelando a la humanidad la gran necesidad de expresar más amor. La Ciencia Cristiana muestra que el gran desafío que enfrenta la humanidad hoy, es el de expresar un amor que sea imparcial, inmutable y universal; un amor que refleje destellos del Amor divino.
Un amor desinteresado, que procura el bien de los demás, sin dejar que la intervención de la voluntad humana estropee su móvil, no incita a la confusión. “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”, dice la Biblia (I John 4:18). El Apóstol Pablo nos dice que el amor “no guarda rencor” (I Corintios 13:5). En el amor no hay engaño y es absurdo pensar que la violencia pueda ser parte del amor. Si el amor reina supremo en todos los corazones, la inquietud social, la tirantez racial y la guerra no tendrán razón de ser.
“¡Pero el género humano parece estar muy lejos de este ideal!” “¿Cómo puede esperar lograrlo alguna vez?” gime la cansada humanidad. Cada uno de nosotros puede contribuir a que el amor universal sea una realidad presente comenzando a vigilar y a trabajar para que el Amor divino reine supremo en nuestra consciencia. Debemos ser capaces de responder gozosa y afirmativamente cuando nos preguntamos si amamos a cada uno de nuestros familiares, a cada uno de nuestros amigos, a cada uno de nuestros conocidos. ¿Esperamos que se nos exprese amor? ¿Expresamos cordialidad y afecto a quienes vemos por primera vez?
Una actitud afectuosa ennoblecería en parte este mundo, y serviría de ejemplo a los demás. Pero el estudiante de Ciencia Cristiana puede y debe hacer mucho más. Es su deber comprender, reconocer y recordar constantemente que porque Dios es Amor y es Todo, el Amor es todo lo que puede existir. Tiene que comprender que el hombre, hecho a la imagen y semejanza de Dios, expresa amor. Tiene que reconocer al Amor como la influencia guiadora de toda acción correcta y afirmar la supremacía del Amor en cada faceta de la escena humana. Tiene que aferrarse al hecho de que la totalidad del Amor imposibilita cualquier fuerza o poder que se le oponga. Este estado de pensamiento no sólo armoniza la experiencia humana individual, sino que exhala una influencia poderosa y purificadora que bendice al mundo y apresura la época en “que la justicia sea reconocida como suprema”.
Se hará frente al gran desafío de amar y a la necesidad de amar. Tiene que demostrarse el hecho inevitable de que Dios, el Amor, es Todo-en-todo. En esto consiste la promesa de bien que se halla bajo el batiente mar de trastornos. Por cierto que vivimos en una era de promisión. Mrs. Eddy resume la época actual cuando manifiesta: “Vivimos en una época en que la divina aventura del Amor consiste en ser Todo-en-todo” (Miscellany — Miscelánea, pág. 158). ¡Cuán agradecidos podemos estar de saberlo y de participar en “la divina aventura del Amor”!