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CÓMO NOS AYUDÓ DIOS

Del número de enero de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Dios me sanó

El año pasado, cuando estaba todavía en pre-escolar, volví de la escuela un sábado sintiéndome muy enfermo. Me dolía la cabeza y tenía fiebre.

Mi mamá me leyó de la Biblia y de Ciencia y Salud. También me leyó una historia para niños del Bentara [Heraldo en indonesio]. Esto me ayudó mucho.

En la Escuela Dominical, mi maestra dice que Dios está en todas partes, y que sólo te da el bien. Así que yo sabía que Dios me hizo perfecto.

En um momento comenzó a dolerme mucho la cabeza, y llorando le pregunté a mi mamá: —Mami, ¿por qué estoy tan enfermo?

Y ella me decía: —La enfermedad no viene de Dios. Así que no tiene nada que hacer aquí.

Entonces me puse a orar. Y como tenía fiebre muy alta, comencé a transpirar; pero pronto me bajó y me quedé dormido. Por la tarde. cuando me desperté, ya no me dolía la cabeza. Pero me volvió la fiebre.

Mi mamá me dijo: —No tengas miedo, porque la enfermedad no tiene poder. No pienses en la fiebre, más bien, siéntete agradecido porque Dios es tu Padre.

Salí de mi cuarto, y cuando me puse a jugar con mi hermanito Martín, me di cuenta de que había sanado.

Al día siguiente era domingo y fui a la Escuela Dominical. Gracias Dios por haberme sanado.


Ya no me duele el diente

Me llamo Raymore y tengo seis años. Vivo en las Filipinas.

Una noche me dolía mucho el diente. Estaba llorando y fui a ver a mi mamá. Ella me tomó en sus brazos y me dijo que Dios me quiere mucho. Me dijo también que Dios no me hizo para que sufriera.

Mi mamá siguió diciéndome que Dios me quiere muchísimo.

Después de unos minutos, me sentí mejor, y no tuve que tomar ninguna medicina. Por la mañana, el diente ya no me dolía más y pude ir a la escuela.


Nuevos amigos

Un día en el colegio, encontré dos palitas en la arena, una grande y una chica. Yo no sabía que las palitas eran de un chico de mi grado que se llama Roberto. Como nadie estaba jugando con ellas, comencé a hacer hoyos en la arena.

De pronto, Roberto vino, me quitó las palitas de la mano y se fue corriendo. Les pedí a las maestras que me ayudaran, pero me dijeron: “No, tú sola tienes que resolver la situación”. Roberto me había hecho sentir mal, y pensé que todos eran malos porque no me querían ayudar.

Entonces, llorando, me fui corriendo adentro. Abrí mi bolsa de la escuela y saqué el folleto de “Los diez Mandamientos”. Leí el número nueve: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16). Me hizo sentir mejor, y comprendí que debía querer a mi prójimo, y Roberto era mi prójimo. Me hice amiga de él otra vez.

Otra día, estaba sentada sola en los juegos, y nadie quería jugar conmigo. Una chica de mi clase que se llama Gisela y otras más estaban jugando juntas. Me acerqué y les pregunté si podía jugar con ellas, pero me dijeron que no.

Volví a los juegos y oré. Pensé que todos somos perfectos y que nadie puede estar solo porque Dios nos ama a todos. Entonces Gisela se me acercó y me preguntó si quería jugar con ella. Le dije que sí, y me sentí muy contenta.

Estoy feliz de que la Christian Science haya venido al mundo, y que Mary Baker Eddy haya escrito Ciencia y Salud. Me gusta mucho. Dice que fuimos creados por el amor de Dios, y que por eso somos “la imagen del amor” (pág. 475).


De camping

Me llamo Brady y vivo en Australia. Estamos en el hemisferio sur y acá la Navidad es en verano. La Navidad pasada mi familia y yo fuimos de camping a la isla de Fraser. Es la isla de arena más grande del mundo.

Hay montones de dunas enormes. Los caminos también están hechos de arena. Todos los días nos divertíamos nadando en el océano y jugando en las dunas. Mi hermano y yo pasábamos horas subiendo a las colinas de arena y deslizándonos hacia abajo. Los días eran soleados y cálidos.

Una noche me sentí mal. Me dolía la cabeza y tenía fiebre. Lo único que quería era acostarme y dormir. Mi mamá me dijo que cuando me fuera a la cama, sintiera que Dios me quiere mucho.

A la mañana siguiente, me sentía un poco mejor, pero no lo suficiente como para ir a jugar. Entonces me senté junto a mamá y ella me leyó la Lección Sermón. Había un versículo de la Biblia en esa lección que decía: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. (Juan 8:32)

Mamá y yo hablamos de que Dios me hizo y que eso era verdad. Dios me creó para ser semejante a Él, y Él es perfecto, por lo tanto, yo soy perfecto también. La verdad es que estoy tan bien y soy tan perfecto como Él. También sabíamos que Dios nunca permitiría que yo estuviera enfermo o que tuviera algún dolor. Esa misma tarde me sentí mejor, y pude nadar y jugar en las dunas otra vez.

Al día siguiente encontré un caparazón enorme en el océano, el más grande que jamás haya visto. Esta es una foto mía, de mi perro y del enorme caparazón que encontré en la isla de Fraser.


A salvo bajo el cuidado de Dios

Cuando estaba en primer grado, fui a visitar a una amiga a su casa. Como vivía en una calle muy tranquila, teníamos permiso para jugar en la calle. Yo andaba descalza y me puse a andar en su bicicleta. Fue entonces que me caí de la bici y me hice un corte muy feo en un dedo del pie.

La madre de mi amiga me ayudó a limpiar y vendar el dedo. Al principio yo estaba muy preocupada y ella también. Entonces recordé mi pasaje favorito de la Biblia: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmo 91:1). Esto me hizo pensar que estoy siempre a salvo en Dios. A mí me gusta estar a salvo bajo el cuidado de Dios.

Después de orar así, comencé a sentirme mejor. La mamá de mi amiga seguía preocupada por mi dedo. Le dije que yo estaba muy bien. Entonces dejé de pensar en el dedo y me divertí mucho jugando con mi amiga.

Cuando mi mamá me vino a buscar, la madre de mi amiga seguía muy preocupada por el accidente. Mi mamá y yo le agradecimos por haberme cuidado. Cuando regresábamos a casa en el coche, le conté a mamá cómo había orado y que la oración me había ayudado a sentir que Dios estaba conmigo.

Seguimos orando, y muy pronto mi dedo se sanó del todo. Esta curación fue muy especial para mí. Me enseñó que, aunque esté lejos de mi familia, puedo recurrir a Dios y orar por mí misma.


No estaba asustada

Aprendí a nadar cuando tenía cuatro años. Dios me ayudó mucho. En una ocasión, estando en la piscina, me dio miedo alejarme de mi mamá, y me aferré a mi flotador.

Pero entonces me llegó un buen pensamiento de Dios que decía: “Calla, enmudece”. Y en ese mismo momento dejé de tener miedo. Me alejé de Mamá y nadé con el flotador.

“Calla, enmudece”, está en la Biblia. (Lo puedes leer en Marcos 4:39.) En una ocasión, Jesús estaba en una barca con sus discípulos. Él dormía cuando se desencadenó una tormenta. La barca comenzó a inclinarse hacia un lado, y los discípulos tuvieron miedo. Bajaron a la parte inferior para despertar a Jesús y decirle que la barca se podía hundir. Jesús subió a la cubierta y dijo: “Calla, enmudece”. Entonces la tormenta se calmó.

De esta historia aprendí que no necesito tener miedo, porque Dios está siempre sosteniéndome en Sus brazos.


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