David comenzó a asistir a la Escuela Dominical cuando tenía tres años. A David le gustaba su maestra y le gustaban los otros niños de la clase. Pero no le gustaba cómo comenzaba la Escuela Dominical, porque los chicos grandes y pequeños cantaban y oraban juntos. Él era muy tímido, y no sabía leer. Entonces cuando los otros niños cantaban un himno y oraban, David se escondía debajo de una mesa.
—¿No quieres cantar con nosotros? —le preguntó un día su maestra, la Srta. Julia, agachándose para mirar debajo de la mesa.
—No puedo —le contestó David—. Mi mapache está aquí abajo y no quiero que esté solo—.