Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Un mapache debajo de la mesa

Del número de enero de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


David comenzó a asistir a la Escuela Dominical cuando tenía tres años. A David le gustaba su maestra y le gustaban los otros niños de la clase. Pero no le gustaba cómo comenzaba la Escuela Dominical, porque los chicos grandes y pequeños cantaban y oraban juntos. Él era muy tímido, y no sabía leer. Entonces cuando los otros niños cantaban un himno y oraban, David se escondía debajo de una mesa.

—¿No quieres cantar con nosotros? —le preguntó un día su maestra, la Srta. Julia, agachándose para mirar debajo de la mesa.

—No puedo —le contestó David—. Mi mapache está aquí abajo y no quiero que esté solo—.

El mapache de David era una mascota imaginaria, y su maestra entendió muy bien lo que él había dicho.

David iba a la Escuela Dominical todas las semanas. Y siempre permanecía debajo de la mesa mientras los otros chicos cantaban y oraban juntos.

—¿No quieres acompañarnos hoy? —le preguntaba la Srta. Julia.

—No puedo salir —decía David—. Mi mapache me necesita.

—¡Hola! ¿Qué haces? —le preguntó un chico grande de otra clase.

—¡Vamos! ¡Sal de ahí! —le dijo una niñita que estaba junto a David.

Pero David no salió. Semana tras semana, David se quedaba debajo de la mesa en la Escuela Dominical. Pero espiaba desde donde estaba. Observaba a los otros niños. Un día le dijo a su mapache: —Yo sé esa oración, es el Padre Nuestro. Yo puedo decirla.

Otra día le dijo a su mapache: —Yo conozco esa canción que están cantando. Me sé casi toda la letra. Yo puedo cantarla.

David notó que cuando los chicos más grandes leían versículos de la Biblia todos juntos, los pequeños no leían realmente. Sólo movían la boca con gestos graciosos como si estuvieran leyendo. “Yo puedo hacer eso”, pensó David.

Pero David seguía debajo de la mesa.

Un domingo, la Srta. Julia leyó una historia de la Biblia sobre un hombre llamado Nehemías. Nehemías amaba la ciudad de Jerusalén. Y se puso muy triste cuando se enteró de que el muro que rodeaba Jerusalén había sido derribado. Entonces Nehemías viajó a Jerusalén para reconstruir el muro. Algunos hombres de otros países hicieron todo lo posible para que Nehemías no terminara su trabajo. Pero Nehemías no se detuvo. Nehemías sabía que Dios estaba ayudándolo a reconstruir el muro. Sabía que nada podía impedirle hacer lo que era correcto.

De pronto, David pensó: “Yo soy como Nehemías. Nada me puede impedir hacer lo que es correcto”.

El domingo siguiente, David no se escondió debajo de la mesa. Cuando llegó el momento de cantar y orar, se unió a los otros niños. Dijo el Padre Nuestro perfectamente. No sabía el himno y no podía leer las palabras de la Biblia, pero hizo gestos muy graciosos con la boca como hacían los otros chicos de su clase. Fue divertido. Pero lo mejor fue cuando todos los maestros y chicos grandes lo abrazaron. Uno de los chicos le dijo:— ¿Sigue tu mapache debajo de la mesa? David pensó un minuto. —No, hoy le dije que saliera, porque nada puede impedirle hacer lo que es correcto. Todos se rieron y lo abrazaron OTRA VEZ.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 2001

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.