Un pequeño caracol se despertó una noche y vio las estrellas. La marea había bajado, mucho más que de costumbre, y él vio, por primera vez, esos puntitos de luz en el cielo. Estrellas que parpadeaban y centelleaban, y daban un guiño y brillaban sobre el mar.
A su alrededor, todos los caracoles tenían sus caparazones marrones y redondos hacia el cielo. El caracolito, en cambio, estaba panza arriba, preguntándose qué eran realmente las estrellas. Estrellas, estrellas, estrellas. Cuántas estrellas. Las empezó a contar.
—Una... dos... tres... ¿Cuántas estrellas hay? —se preguntó—. Cuatro...cinco... Un cangrejo de mar saltó fuera de una burbuja en la arena.
—Cuenta de dos en dos —le dijo—. Es más rápido. Dos... cuatro... seis...
—¿Cuántas estrellas hay? —preguntó el caracolito.
—Más que caracoles en la arena —dijo el cangrejo.
—Más que ondas en el mar —suspiró el erizo, despertando de su sueño—. Más que burbujas en las profundidades.
—Infinitas —suspiró el caballito de mar.
—¿Cuánto es eso? —preguntó el caracolito intrigado por las estrellas que llenaban la noche.
—Que no tienen fin —dijo el caballito suavemente—. Muchísimas, imposibles de contar.
—¡Mar! —dijo el caracolito—. ¡Tú eres infinito!
—Me temo que no —suspiró el mar—.
Yo termino donde comienza la tierra.
—Seis... siete... ocho... —comenzó a contar de nuevo el caracolito.
—¡Arena! —llamó el caracolito—. ¿Eres tú infinita?
—Yo no —suspiró la aren8a—. Con paciencia tú podrías contar mis granitos.
—Nueve, diez... Entonces, ¿qué es el infinito? —preguntó a gritos el caracolito, contando más rápido—. Once... doce...
—El Amor —susurraron las estrellas—. El amor de Dios está contigo siempre, y llena todo el espacio.
—Trece, catorce... —El caracolito no escuchaba a las estrellas. Estaba contando—. Quince, dieciséis... diecisiete...
—Shshshshshsh, —le chistó enérgico el caballito—. Las estrellas están cantando.
—Dieciocho, diecinueve...
—¡Deja de contar! —le dijo el delfín—. ¿No ves que las estrellas te están enseñando?
El pequeño caracol se quedó quieto. Se puso a escuchar en la lejanía. el suave, ondulante y lejano sonido, allá arriba en el cielo, y muy pronto oyó con claridad: El Amor es infinito, decían las estrellas doradas, y las estrellas plateadas susurraban “Dios es Amor”, y las estrellitas que se veían como un puntito en el alto cielo, tintineaban, Amor infinito.
—¿Amor? —se preguntó el pequeño caracol.
—Es la bondad misma que me eleva cuando salto — le explicó el delfín.
—Es la tierna presencia que cuida de mí cuando duermo — suspiró el erizo.
—Es el poder —dijo la ballena levantando su voz—, que me da fortaleza en las profundidades del mar.
El caracolito había
aprendido a escuchar
a las estrellas que
cantaban en la noche
tranquila: “Dios es
amor... y cuida de las
ballenas cuando saltan
fuera del agua y de cada
eriza de mar que está en
la playa”.
Lentamente la marea comenzó a subir y las olas ondearon sobre el caracolito, y vio burbujas, plateadas y brillantes burbujas, tantas que eran imposibles de contar. Ya no podía ver las estrellas, pero sabía que seguían titilando en la noche, recordándole que el Amor es infinito.
Al caracolito le gustaba mucho contar, así que comenzó a contar las burbujas.
“Una, dos tres ...”
—Cuenta de dos en dos —le dijo el cangrejo—. Es más rápido.
La marea subió y subió, y el pequeño caracol siguió contando. “Cuatro, cinco, seis brillantes y plateadas burbujas”.
Contaba de a uno porque le gustaba contar, pero ahora contaba bajito, porque escuchaba a las estrellas cantar: “Amor. Dios es Amor, que guía a las gaviotas en su vuelo, y ama a ese caracolito que cuenta estrellas en el cielo”.