“¡Uf!” —se quejó Martín—.
A los dos o tres minutos otro ¡uf¡ más fuerte aún se escuchó desde el sillón junto a la ventana donde se había sentado a mirar la lluvia. Era una tarde de domingo lluviosa, ventosa, fría, pero sobre todo, ¡ABURRIDA!
Martín no tenía permiso para salir a jugar cuando llovía y esto no lo hacía nada feliz.
Pensó en mirar televisión pero a esa hora no daban su programa preferido.
Luego recordó a su amigo Mateo y en lo mucho que se divertían juntos. Pero Mateo estaba de vacaciones en un lugar bastante lejos.
Entonces Martín pensó en su abuelita, la que vivía arriba.
Su abuelita siempre estaba dispuesta a jugar con él, a compartir sus alegrías, a secar sus lágrimas. También sabía contar maravillosas historias que Martín escuchaba con mucha atención. Un día, cuando Martín tenía miedo de la oscuridad, la abuelita le dijo que Dios llena todo el espacio. Y después de eso ya no tuvo miedo.
Este día lluvioso, Martín la encontró en el lugar favorito de la abuela, el pequeño jardín, entre los malvones.
—¿Cómo estás, Martín? —La abuela siempre estaba feliz de verlo.
La cara de la abuelita se iluminó como una mañana soleada cuando vio a Martín. Con esa sonrisa que sólo las abuelas pueden lograr. Sonrisa de dulce de leche casero, torta de chocolate y bolsita de agua caliente en la cama una noche fría.
—Cuéntame una historia, abuelita.
Martín se sentó en un banquito junto a la abuela, y ella comenzó a contar de los tenues deditos de agua que golpean el techo de la casa cuando llueve.
Le habló del invierno de larga barba y aliento helado, que en algunos países se pone un sobretodo de nieve sobre los hombros.
Le habló de la primavera que parece reír como una niña mientras dibuja flores azules, amarillas y rojas en todos los jardines.
Le contó que la lluvia viene desde muy lejos allá arriba para regar la tierra y hacer que las flores y los árboles crezcan en todos los jardines. Y a veces cuando se marcha, pinta un arco iris de colores en el cielo para despedirse.
—Dios es quien hace todas estas cosas posibles —le dijo la abuela— Es una manera de mostrarnos que siempre está cuidando de nosotros.
Todavía estaba lloviendo. Pero a Martín el jardín de pronto le pareció lleno de cosas hermosas: la glicina cargada de diamantes temblones por la lluvia; un pájaro trinando a toda voz en una rama del manzano.
Martín comenzó a ver que Dios siempre pone alegría en tu corazón. Martín podía encontrar felicidad a todo su alrededor: en una flor, un pájaro, una gota de lluvia, o en un amigo.
—Todo está dentro de ti; sólo necesitas buscarlo —dijo a abuela. Tal vez fue eso lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “El reino de Dios dentro de vosotros está”.1
La abuelita lo abrazó con un abrazo quietito y tibio como osito de peluche. Y juntos se fueron a la cocina para disfrutar de una rica taza de chocolate y algunas galletas recién horneadas que había hecho la abuela.
    