A ferrarse a imágenes de fracaso y de mal obstruye el progreso. Opaca nuestra esperanza en lo que se refiere tanto a expectativas personales, como al futuro de nuestras iglesias y de sociedad en general. No obstante, podemos resistirnos a aceptar que los cuadros fatídicos ocupen nuestro pensamiento. La Mente divina está siempre lista para prodigar imágenes de progreso y de bien en la consciencia de todo aquel que anhele encontrar algo mejor de lo que aparece superficialmente en la vida.
A modo de ilustración, la Biblia cuenta de una mujer que hacía mucho tiempo que sufría de "flujo de sangre".Véase Lucas, cap. 8. Imagínese el estado mental en el que se encontraba. Había gastado todo su dinero en médicos y no había logrado encontrar curación alguna. Sin duda, ella también había orado, no sólo para sanar, sino para ser perdonada. En aquel entonces, la sociedad creía que la enfermedad y otras calamidades eran el resultado del pecado, o sea, castigos de Dios. (La convicción que se tiene hoy en día de que las mismas son el resultado de errores humanos o fuerzas físicas que escapan a nuestro control, tampoco ayuda mucho.) Además de esta condena general, la condición tan particular de esa mujer hacía que fuera un paria.
Aun así, a pesar de todos sus fallidos intentos para encontrar ayuda, ese día ella se abrió paso entre la multitud para acercarse a Cristo Jesús. El temor y la vergüenza no la detuvieron. Piense en esto: Tal vez no la pudieron detener porque en ese momento su fe ya no era meramente encontrar curación u obtener el perdón por algún error cometido. Quizás ella ya había agotado esa fe. Y es posible que esa pérdida misma, esos "fracasos", la hayan preparado para aceptar un beneficio mucho más grande: la percepción de que el amor de Dios estaba allí mismo, que era lo único real y lo único que ella deseaba y necesitaba. Ella sólo tocó el borde del manto de Jesús pero esa fe minúscula en la perfección que el Cristo percibe en todos, la sanó.
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