Conocí la Ciencia Cristiana cuando era adolescente. En aquella época tenía hemorragias nasales siempre que estaba bajo los rayos del sol o el día era muy caluroso. También sufría de migrañas. Estas condiciones físicas continuaron cuando estaba en el bachillerato.
Además, sentía que era víctima de una superstición africana que dice que uno no debe comer la cabeza de ningún pescado porque causa todo tipo de problemas.
Aunque la Ciencia Cristiana me estaba enseñando justamente lo contrario —que todo lo que creó Dios es absolutamente bueno (véase Génesis 1:31) y es inofensivo— mis parientes estaban convencidos de que yo tenía hemorragias nasales porque comía esa parte “prohibida” del pescado.
En mis oraciones, negaba categóricamente que eso fuera verdad. Yo sabía que por ser la hija de Dios no podía sufrir a causa de esa creencia falsa. La Biblia dice que Dios, nuestro Padre, nos ama inmensamente, y que nos ha dado poder y dominio sobre todas las cosas, sobre “los peces del mar, las aves de los cielos, las bestias, toda la tierra, y todo animal que se arrastra sobre la tierra” (véase Génesis 1:26).
Continué orando, y debo decir que con el tiempo adquirí un gran crecimiento espiritual. Pero un día, la condición física se manifestó de una manera muy severa. Hacía muchísimo calor, y mi nariz empezó a sangrar abundantemente. Oré con las verdades acerca de la naturaleza del hombre como lo explica el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y con este pasaje en particular: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. La semejanza del Espíritu no puede ser tan desemejante al Espíritu. El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana” (pág. 475). Confiaba totalmente en el hecho de que mi naturaleza es enteramente espiritual.
Al día siguiente, mi familia me mandó que fuera al hospital a hacerme algunos análisis médicos, aunque la hemorragia se había detenido después de mis oraciones el día anterior.
Confiaba totalmente en el hecho de que mi naturaleza es enteramente espiritual.
Yo tenía miedo de lo que el médico pudiera decir o encontrar. Después de las pruebas, me dijo que regresara en un par de días a buscar los resultados. De camino a casa me sentí un poco ansiosa, pero recordé que el temor y la duda no forman parte de nuestra verdadera naturaleza como hijos de Dios. Este pasaje de la Biblia me alentó: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2° Timoteo 1:7). Decidí estudiar nuevamente la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana de esa semana. Ya no pensé en los resultados de los análisis médicos. Estaba convencida de que todo estaría bien.
Dos días después, acudí a la cita que tenía en el hospital. El doctor me informó que no habían podido encontrar nada malo, y que yo estaba perfectamente sana. A partir de ese día estuve libre de las hemorragias nasales y de las migrañas. Tengo la certeza de que esta curación se produjo porque las creencias supersticiosas de que la enfermedad y el mal son reales, ya no tenían ningún control sobre mi pensamiento. En cambio, yo había tomado consciencia de mi perfección espiritual.
Esto ocurrió hace varios años. Vivo en la parte central de África, que tiene un clima ecuatorial. Hoy, por más calurosa que sea la temperatura y esté bajo el sol, me siento bien. También como con gusto todas las partes del pescado sin temor alguno, y sin ninguna de las consecuencias que predicen las supersticiones populares. Mi gratitud no tiene límites.
Brazzaville
