Conocí la Ciencia Cristiana cuando era adolescente. En aquella época tenía hemorragias nasales siempre que estaba bajo los rayos del sol o el día era muy caluroso. También sufría de migrañas. Estas condiciones físicas continuaron cuando estaba en el bachillerato.
Además, sentía que era víctima de una superstición africana que dice que uno no debe comer la cabeza de ningún pescado porque causa todo tipo de problemas.
Aunque la Ciencia Cristiana me estaba enseñando justamente lo contrario —que todo lo que creó Dios es absolutamente bueno (véase Génesis 1:31) y es inofensivo— mis parientes estaban convencidos de que yo tenía hemorragias nasales porque comía esa parte “prohibida” del pescado.
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