La ciencia médica a menudo espera un proceso largo o corto para que se produzca una curación, o descarta totalmente la posibilidad de que esta pueda tener lugar. Sin embargo, la curación en la Ciencia Cristiana no consiste en usar procedimientos materiales para tratar de cambiar la materia enferma en materia saludable por medios materiales, como son los medicamentos, la cirugía, la fisioterapia, la dieta, la higiene o la tecnología.
La Ciencia Cristiana nos brinda las bases para reconocer claramente que Dios, el Espíritu, es Todo-en-todo, y que por lo tanto Su creación es espiritual y perfecta para toda la eternidad. Los puntos de vista que consideran al hombre enfermo, menesteroso o viejo, son contrarios a estos hechos espirituales y provienen de la ignorancia o del conocimiento erróneo acerca de Dios y Su creación. La Ciencia Cristiana revela leyes espirituales que, espiritual y perfectamente, sostienen y gobiernan la perfecta creación espiritual por toda la eternidad.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, discernió e investigó estas leyes y las aplicó. Esta aplicación práctica llevó a que se efectuaran muchas curaciones verificadas, que fueron prueba de la existencia y precisión de estas leyes divinas. Ella después empezó a enseñar lo que había descubierto acerca de este Principio divino sanador. Siempre que sus estudiantes aplicaban estas leyes correctamente, la curación se producía con regularidad y, por supuesto, estas leyes divinas continúan siendo eficaces hoy en día.
La Sra. Eddy escribió: “En el año 1866, descubrí la Ciencia del Cristo o las leyes divinas de la Vida, la Verdad y el Amor, y nombré mi descubrimiento Ciencia Cristiana” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 107). Pienso que este es un nombre hermoso para una Ciencia que sana como sanaba Cristo Jesús. La práctica de la Ciencia Cristiana es imposible sin el amor semejante al Cristo, el cual ve que Dios y Su creación, el hombre, son siempre uno, inalterable e invariable. Esta Ciencia describe que Dios ve perfección en Su creación, la confirma y razona a partir de esta base. El efecto de aplicar esta Ciencia es salud e integridad.
Dios no cambia Su creación. Sólo tenía que reconocer y admitir esto para mí misma.
En Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, que la Sra. Eddy publicó en 1875, dice: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (págs. 476-477).¿Podía acaso una enfermedad que había estado antes allí, desaparecer? ¿O quiere decir que se manifestó la salud que ya existía y siempre ha existido?
Considero que el punto de vista de Jesús es fascinante y sumamente útil. Él veía al hombre perfecto, a todo hombre, mujer y niño, pero no los veía simplemente con sus ojos ante él. Jesús veía al hombre “en la Ciencia”, en el “conocimiento” de Dios. Nosotros tampoco podemos confiar simplemente en nuestros ojos, pero podemos confiar en nuestro conocimiento. Por ejemplo, cuando vemos que las vías del tren se unen a lo lejos, sabemos que eso no es verdad. Nos apoyamos en el conocimiento que tenemos de este fenómeno —de que las vías jamás convergen— y con toda confianza continuamos nuestro viaje en tren. Vemos una tierra plana, pero sabemos con toda certeza que es redonda. Tomamos lo que sabemos en lugar de lo que vemos con nuestros ojos, y razonamos de acuerdo con ello.
La verdad espiritual sacó a luz lo que pertenece por siempre al hombre de Dios: una salud perfecta.
Dios sabe que el hombre es perfecto porque lo creó de Su propio conocimiento perfecto. Y aquellos que confían naturalmente en este conocimiento correcto verán la salud (integridad), allí mismo donde quienes no conocen o aceptan este hecho ven la “ilusión óptica” de enfermedad. El conocimiento correcto de Dios y el hombre perfecto anula la ignorancia acerca de la perfección y trae a luz lo que siempre estuvo allí: integridad, libertad, felicidad, etc. No hay necesidad de esperar para que estas cosas ocurran.
Hace un tiempo, en una semana tuve que asistir a varios talleres, y tuve una experiencia que ilustra este hecho. Una noche, cuando me preparaba para el día siguiente, me sentí tan cansada y exhausta, que hubiera querido dejar todo, desplomarme y no volver a despertar jamás. No obstante, no cedí a ese impulso, sino que me volví a Dios. Mientras oraba recibí un pensamiento angelical: “Yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y esta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia”. Mary Baker Eddy escribió estas palabras en respuesta a la pregunta: “¿Qué soy yo?” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 165). Se encuentra a continuación de esta declaración fundamental acerca de la unidad de Dios, el bien, y el hombre: “Como parte activa del único estupendo todo, la bondad identifica al hombre con el bien universal”.
Este pasaje me dijo la verdad acerca de mí misma. Yo sabía que esta era la manera en que Dios me veía: capaz de hacer las cosas maravillosas que tenía por delante. Así era como Él me había creado. Dios no cambia Su creación. Estaba segura de eso. Sólo tenía que reconocer y admitir esto para mí misma. ¿Por qué habría de ceder al debilitante pensamiento de ineptitud y permitir que me derrumbara? No, esto no estaría de acuerdo con el amor de Dios, con la creación de Dios que Él hizo perfecta —completa— para toda la eternidad. Mi consciencia se vio inundada de este propósito del ser, de “impartir verdad, salud y felicidad”, de modo que la salud se manifestó muy naturalmente, de acuerdo con la ley divina. Me repuse de inmediato y me sentí bien, y al día siguiente pude realizar mis tareas llena de alegría. No fue necesario un largo proceso de recuperación. Más bien, la verdad espiritual sacó a luz lo que siempre pertenece al hombre de Dios y, por ende, a mí: una salud perfecta.
Estoy muy agradecida por poder percibir, mediante la Ciencia Cristiana, la integridad del hombre y experimentarla cada vez más.
