Un día, pasé a recoger a mi hermana mayor por su trabajo para irnos caminando juntas a casa. Me quedé esperándola afuera del edificio, cuando noté que un muchacho, aparentemente muy drogado, pasaba junto a mí. Pasó dos veces, hasta que a la tercera se paró a mi lado y empezó a querer abusar de mí. Forcejeamos un poco y comencé a sentir miedo.
Pero de inmediato recordé lo que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana acerca del “hombre espiritual” y empecé a orar. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “El hombre es espiritual y perfecto; …es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas” (pág. 475).
Los dos éramos ideas de Dios, hechos a Su imagen y semejanza.
Reconocí que si el hombre de Dios es una idea espiritual, no podía ser un abusador ni podía dañar a otra idea espiritual. Como el hombre de la creación de Dios incluye todas las ideas correctas, no podía menos que expresar pureza e inocencia; sólo el bien. A medida que fui reconociendo el poder de Dios y a ver en este joven sólo al hombre espiritual y verdadero, el temor desapareció, y él dejó de tocarme.
Entonces me sentí impulsada a hablarle acerca de Dios. Le dije que Dios lo amaba mucho, y que no necesitaba tomar drogas para sentirse bien. Le dije que todos somos los hijos de Dios y que somos hermanos. Yo continué hablándole hasta que finalmente me dijo: “Bueno, está bien”. Me dio un beso en la mejilla, me pidió perdón y se fue.
Pienso que al reconocer no sólo mi propia inocencia, sino también la de ese muchacho —que los dos éramos ideas de Dios, hechos a Su imagen y semejanza (véase Génesis 1: 26)— yo estuve protegida de que me hicieran daño, y también lo protegió a él de cometer algo más serio.
He podido comprobar muchas veces las verdades espirituales que enseña esta Ciencia, y estoy muy agradecida.
