“Los números no mienten” —los usamos para cuantificar y evaluar prácticamente todo, a fin de comprender de manera tangible lo que ocurre a nuestro alrededor: dónde vivimos, cómo vivimos, cuán saludables somos, qué tan seguro es el mundo, qué tan bien nos va, o qué tan bien le va a esta Iglesia. “Los números no mienten”, con frecuencia son los números los que nos dan la prueba objetiva que estamos buscando para efectuar una comparación con lo que se afirma sólo anecdóticamente. “Los números no mienten”, ¿o sí?
Hablando de dichos que se usan demasiado, otro de ellos es: “Hay fuerza en la cantidad numérica”. Gedeón, un antiguo juez de los israelitas que vivió hace unos 3100 años, fue tentado a contar la cantidad de hombres del ejército madianita, que todos los años saqueaba los cultivos de los israelitas, y así evaluar las posibilidades de vencerlos y deshacerse de su opresión. El enemigo tenía un total de 32.000 hombres. Demasiados parecería, incluso para Dios, quien nos dio una lección importante a Gedeón y a nosotros. No fue la cantidad de hombres lo que produjo la victoria. Fue la calidad y unidad de su fe en Dios. Al final, 300 soldados fueron suficientes para ganar la batalla (véase Jueces caps. 6-8).
Cuando consideramos los momentos de notable progreso de la humanidad a lo largo de los siglos, con frecuencia estos no se produjeron gracias a un gran número de personas, sino más bien, a través del poder de la verdad manifestada mediante un número relativamente pequeño, cuyos corazones eran valientes, leales y generosos. Pensemos en Jesús y sus 11 discípulos, Pablo de Tarso, Martín Lutero y otros reformadores protestantes, Mahatma Gandhi, Galileo, para nombrar a unos pocos. Todos ellos fueron impulsados por una profunda convicción que no estaba basada en los números; estaba arraigada en la verdad, podríamos decir en la Verdad, Dios.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!
