Recuerdo las soleadas tardes de mi niñez, cuando mi mamá me llamaba para que la ayudara a cuidar de las plantas ornamentales que ella cultivaba en nuestro jardín de atrás. El trabajo consistía en cavar el suelo, quitar los yuyos y regar las plantas, que en poco tiempo respondían a ese tierno cuidado con nuevas hojas y brotes. Me llenaba de alegría ver esta renovación manifestada de manera tan abundante y exuberante.
Posteriormente, a través del estudio de la Biblia, adquirí un concepto diferente de renovación. El “Predicador” dice en Eclesiastés: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá” (3:14). El Predicador también menciona: “Aquello que fue, ya es: y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó” (3:15). Esta comprensión produce una transformación en el pensamiento y, como consecuencia, alcanzamos una renovada visión del bien divino e infinito, que siempre ha existido y está continuamente a nuestro alcance para que lo disfrutemos. También aprendí que no hay acrecentamiento en el proceso de crecimiento y curación espiritual, sino que más bien lo que ocurre es la revelación de nuestro verdadero ser como la imagen y semejanza espiritual de Dios, que era, es y siempre será perfecta, completa y eterna.
Ahondar en estos conceptos me llenó de inspiración y trajo mucha serenidad a mi existencia. A menudo enfrentamos situaciones que nos llevan a hacer cambios. Es posible que no nos sintamos preparados para ellos, debido al temor, la inseguridad o la obstinación. Cuando enfrentamos cambios lo mejor es considerarlos como oportunidades para lograr renovación y progreso. En dichas ocasiones es importante expresar humildad, lo que puede liberarnos de la ilusión de que somos creadores de nuestras vidas o de nuestro destino, y ayudarnos a comprender que brillamos, pero con la luz que reflejamos de nuestro infinito Padre-Madre Dios, a quien pertenecen todo el poder y todo el bien. Reflejamos todas las cualidades y habilidades de Dios. Todo lo que tenemos son dones de Dios y sin Él nada seríamos.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!