Recuerdo las soleadas tardes de mi niñez, cuando mi mamá me llamaba para que la ayudara a cuidar de las plantas ornamentales que ella cultivaba en nuestro jardín de atrás. El trabajo consistía en cavar el suelo, quitar los yuyos y regar las plantas, que en poco tiempo respondían a ese tierno cuidado con nuevas hojas y brotes. Me llenaba de alegría ver esta renovación manifestada de manera tan abundante y exuberante.
Posteriormente, a través del estudio de la Biblia, adquirí un concepto diferente de renovación. El “Predicador” dice en Eclesiastés: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá” (3:14). El Predicador también menciona: “Aquello que fue, ya es: y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó” (3:15). Esta comprensión produce una transformación en el pensamiento y, como consecuencia, alcanzamos una renovada visión del bien divino e infinito, que siempre ha existido y está continuamente a nuestro alcance para que lo disfrutemos. También aprendí que no hay acrecentamiento en el proceso de crecimiento y curación espiritual, sino que más bien lo que ocurre es la revelación de nuestro verdadero ser como la imagen y semejanza espiritual de Dios, que era, es y siempre será perfecta, completa y eterna.
Ahondar en estos conceptos me llenó de inspiración y trajo mucha serenidad a mi existencia. A menudo enfrentamos situaciones que nos llevan a hacer cambios. Es posible que no nos sintamos preparados para ellos, debido al temor, la inseguridad o la obstinación. Cuando enfrentamos cambios lo mejor es considerarlos como oportunidades para lograr renovación y progreso. En dichas ocasiones es importante expresar humildad, lo que puede liberarnos de la ilusión de que somos creadores de nuestras vidas o de nuestro destino, y ayudarnos a comprender que brillamos, pero con la luz que reflejamos de nuestro infinito Padre-Madre Dios, a quien pertenecen todo el poder y todo el bien. Reflejamos todas las cualidades y habilidades de Dios. Todo lo que tenemos son dones de Dios y sin Él nada seríamos.
Me he dado cuenta de que todo obstáculo o dificultad es una oportunidad para progresar y que no hay nada que temer cuando permito que Dios se haga cargo de mi vida.
El concepto de renovación está muy relacionado con el concepto de resurrección. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy da la siguiente definición de resurrección: “Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de la inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material cediendo ante la comprensión espiritual” (pág. 593). La resurrección entraña romper con los antiguos paradigmas que no ofrecen la armonía que todos tanto anhelamos. Podemos experimentar resurrecciones constantes cuando nos esforzamos por familiarizarnos más con las enseñanzas de Cristo Jesús y las seguimos, puesto que ellas destacan el poder de Dios, el Amor divino e ilimitado, que ama a todos Sus hijos incondicionalmente, regenerándolos y liberándolos del pecado, la enfermedad y la muerte.
En una ocasión experimenté una de esas resurrecciones. Mi esposo falleció inesperadamente en una época en que jamás había pasado por mi mente cuestionar la vida y sus sucesos. Yo era bastante joven y tenía dos hijas que estaban entrando en la adolescencia.
Fue entonces que encontré la Ciencia Cristiana y me enteré de un concepto radicalmente nuevo, es decir, que la muerte es una ilusión, como la Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud: “En la ilusión de la muerte, los mortales despiertan al conocimiento de dos hechos: (1) que no están muertos; (2) que sólo han atravesado las puertas de una nueva creencia” (pág. 251). Más adelante, en la página 469, ella escribe: “La Vida es la Mente divina. La Vida no es limitada. La muerte y lo finito son desconocidos para la Vida. Si la Vida alguna vez tuvo un comienzo, también tendría un final”. Estas ideas tuvieron un gran impacto en mí. Yo tenía el sincero deseo de entender más estos conceptos, lo que me condujo a una forma de pensar mucho más elevada, serena y pacífica, y me permitió seguir avanzando.
Yo llamo a esta experiencia mi primera resurrección consciente porque me llevó a hacer un cambio consciente y valiente en el pensamiento, me permitió recuperar mi tranquilidad, y creer que podía ser feliz otra vez. Desde entonces mi vida ha estado en paz. Los problemas se solucionan a medida que surgen, ya que me centro en la gran verdad de que Dios me creó completa, segura, fuerte y valiente. Me he dado cuenta de que todo obstáculo o dificultad es una oportunidad para progresar, y que no hay nada que temer cuando permito que Dios se haga cargo de mi vida.
También he comprendido que es importante orar para poder tener renovación. En la Ciencia Cristiana aprendemos que la oración nos lleva a tener una unidad consciente con Dios, como enseñan estos versículos de la Biblia: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30), y también: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). A medida que profundizamos nuestra comprensión de nuestra unidad con Dios expresamos más fortaleza, inteligencia y habilidad para encontrar soluciones a los problemas. Saber que soy un instrumento en las manos de Dios y que Dios produce en mí tanto el querer como el hacer, me da la seguridad de que las bendiciones están a mi alcance en todo momento. Cualquier carga mundana se aligera cuando aceptamos estas verdades divinas.
La oración es un arma poderosa contra el desaliento, y la costumbre de orar sinceramente sostiene nuestra valentía y nuestra perseverancia para superar los desafíos y avanzar espiritualmente. Mediante la oración, todos somos capaces de experimentar una resurrección consciente cada vez que nos elevamos por encima de las limitaciones que los sentidos humanos tratan de imponernos, y en cambio disfrutamos de los dones que los efectos de la oración traen a nuestras vidas.
