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Continuemos construyendo

Del número de octubre de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Junio de 2015.


Si no fuera por algunos nombres que pertenecen a otro siglo, parecería un mensaje puesto en Facebook hoy en día: “Asegúrate de darle una cordial bienvenida a Febe; ella ha sido muy bondadosa y generosa con tanta gente. Saluda de mi parte a Priscila y a Aquila, que realmente arriesgaron su vida por mí. Y saluda también a Epeneto, Andrónico y Junias”.

En total, unos 30 cristianos, que en su mayoría se habían perdido en la historia, son nombrados en el último capítulo de la epístola a los Romanos en la Biblia. Esto ofrece una vislumbre de cómo fue edificada la Iglesia primitiva.

Su edificio no era tanto un lugar para reunirse, como una manera de vivir que profundizaba su compromiso con el Cristo. No hay ninguna indicación de que alguno de ellos haya conocido a Jesús personalmente, como Pablo tampoco lo hizo. En cambio, la inspiración de la vida abnegada del Maestro, sus enseñanzas tan íntimamente conectadas con su ministerio de curación, y la magnífica alegría que encontraron en las buenas nuevas de la gracia y el amor infinitos de Dios, los unió tan estrechamente como cualquier familia.

Con profundo afecto, se llamaban hermano y hermana unos a otros, y se reunían en pequeños grupos para alentarse y apoyarse mutuamente en su crecimiento espiritual. Habían encontrado que el poder y la realidad de Dios eran el Espíritu por siempre presente. Esto había producido un cambio completo en ellos, y no estaban dispuestos a permitir que ese fuego espiritual se perdiera.

No obstante, estos pocos grupos de cristianos eran una minoría de una minoría, un subgrupo del judaísmo, en un extenso y opresivo imperio de dioses y prácticas paganas. Para el mundo que los rodeaba, no eran algo que mereciera mucha atención. Pocos de ellos eran bien conocidos u ocupaban puestos de poder. Eran simplemente un puñado de personas comunes diseminadas aquí y allá.

Pablo reconoce abiertamente esto en una carta al grupo de cristianos en Corinto. Dice que lo que ellos consideran que es verdad y sustancial, es una locura total para la sabiduría del mundo, algo con lo que la religión establecida tropieza (véase 1º Corintios 1:22, 23). Pero él replica que ellos tienen el poder que derroca imperios humanos, y así lo hizo, y lo sigue haciendo.

Hay una preciosa continuidad entre la casa-iglesia de Priscila y Aquila, mencionada en la epístola a los Romanos, y las filiales y sociedades de la Iglesia de la Ciencia Cristiana en su segundo siglo. Las dos requieren del mismo tipo de edificación: la gozosa certeza de que las promesas de Dios se han cumplido, así como también, la confraternidad sincera y el trabajar hombro a hombro, para compartir el mensaje de curación y redención con el resto de la comunidad. Tal como ocurrió con esos primeros cristianos, parecería como que nuestros esfuerzos fueran modestos, frente a una inmensa resistencia. Pero nosotros, como ellos, podemos cobrar ánimo. Es un mensaje con impulso, y está transformando a toda la humanidad.

Lo que hoy le brinda renovada fortaleza e importancia, es la Ciencia de la curación-Cristo que Mary Baker Eddy descubrió y estableció como el fundamento de su Iglesia. Es la Ciencia del Espíritu que deja atrás las promesas de las ciencias del intelectualismo de hoy basadas en la materia, al ofrecer una necesaria regeneración espiritual y moral mucho más profunda y más expansiva. Da a conocer la realidad de la vida en y del Espíritu mediante las pruebas prácticas de la curación que compartimos los unos con los otros en nuestras reuniones de testimonios de los miércoles, y en las publicaciones de nuestra Iglesia. Sentimos que estas aumentan nuestra confianza y amplían nuestra hermandad. Hasta la más humilde de estas experiencias ofrece una evidencia concluyente de la naturaleza de Dios como Amor infinito, como la constancia del Principio al que todos y cada uno de nosotros puede recurrir y apoyarse en él, por más intimidantes que puedan parecer las circunstancias que estemos enfrentando.

Lo que Dios es y hace penetra en la condición humana de sufrimiento y tristeza, con la realidad de la existencia espiritual y su perpetua compleción y perfección. Descubrimos que somos co-herederos con Cristo como siempre hemos sido, y la curación es el efecto natural de esa comprensión espiritual iluminada.

Pero, para ser honestos, seguir construyendo sobre este fundamento de la curación-Cristo, no es fácil. Podemos sentirnos desalentados por las circunstancias externas de la aparente falta de curación en una situación en particular. Es posible que sintamos la insistencia, tanto sutil como agresiva, de arreglar la materia por cualquier medio que sea. O tal vez, vayamos a la iglesia con nuestro propio aceite de alegría tan agotado, que puede que sintamos que la aparente simplicidad del servicio religioso tiene poco para satisfacer nuestras necesidades. Al estar tan agobiados, ¿cómo podemos siquiera pensar en compartir el mensaje del Cristo con otros y fortalecerlos?

El último capítulo de la Epístola a los Romanos, si bien es principalmente y en todo sentido, una celebración de amigos, no obstante, alerta a cada miembro de la iglesia acerca de la claridad espiritual que se necesita para oponerse a las variadas formas de adversidad que enfrentan, y que tratan de socavar su fe individual y colectiva. La resistencia que encontraron dentro de sus propias filas, así como la persecución de afuera, fue lo que Mary Baker Eddy presentó en sus escritos como magnetismo animal, manifestado como obstinación y egoísmo humanos, prejuicio arraigado, e incluso oposición organizada contra el Cristo y su poder sanador, el cual se encuentra en la Ciencia Cristiana.

El remedio se halla en una vida consagrada a las cosas del Espíritu. La misma tiene el ritmo de la oración y el estudio, y la música de la gratitud y la generosidad. Saca a relucir la comprensión espiritual y el amor desinteresado que son innatos en cada uno de nosotros. Esto nos alinea cada día, cada hora, con el poder del Amor divino. Es el verdadero poder que continúa edificando nuestra Iglesia.

Nuestra Pastora Emérita, Mary Baker Eddy, nos recuerda: “La Ciencia divina revela el Principio de este poder, y la regla por la cual son destruidos el pecado, la enfermedad, la dolencia y la muerte; y Dios es este Principio. Investiguemos, entonces, esta Ciencia; para que podamos conocerle a Él mejor, y amarle más” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 194).

A medida que lo hacemos, nos encontramos ejerciendo nuestro verdadero dominio sobre la adversidad y el adversario: la mentira y el mentiroso. Imbuidos de esta consciencia de gracia infinita, todos juntos somos miembros de una Iglesia que es edificada por Dios, bendecida por Dios y sostenida por Dios.

Robin Hoagland

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