Si no fuera por algunos nombres que pertenecen a otro siglo, parecería un mensaje puesto en Facebook hoy en día: “Asegúrate de darle una cordial bienvenida a Febe; ella ha sido muy bondadosa y generosa con tanta gente. Saluda de mi parte a Priscila y a Aquila, que realmente arriesgaron su vida por mí. Y saluda también a Epeneto, Andrónico y Junias”.
En total, unos 30 cristianos, que en su mayoría se habían perdido en la historia, son nombrados en el último capítulo de la epístola a los Romanos en la Biblia. Esto ofrece una vislumbre de cómo fue edificada la Iglesia primitiva.
Su edificio no era tanto un lugar para reunirse, como una manera de vivir que profundizaba su compromiso con el Cristo. No hay ninguna indicación de que alguno de ellos haya conocido a Jesús personalmente, como Pablo tampoco lo hizo. En cambio, la inspiración de la vida abnegada del Maestro, sus enseñanzas tan íntimamente conectadas con su ministerio de curación, y la magnífica alegría que encontraron en las buenas nuevas de la gracia y el amor infinitos de Dios, los unió tan estrechamente como cualquier familia.
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