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El perdón que viene de Dios

Del número de octubre de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Siempre es movilizador leer estas palabras del Maestro Cristo Jesús, dichas cuando ante su vista estaban desplegándose en toda su crudeza los elementos más agresivos del pensamiento materialista. De hecho, nos invitan a considerar una dimensión diferente del perdón.

Fue la comprensión que Jesús tenía de la realidad espiritual, lo que lo capacitó para comprender el perdón divino y verse a sí mismo y a otros libres de sufrimiento y de pesar. Si deseamos comprender mejor su capacidad de perdonar, debemos empezar por comprender la teología que él enseñó y demostró.

Parecía que la historia de Jesús no tendría un buen final, pero el relato no termina con la crucifixión, sino con el triunfo completo sobre la muerte mediante la resurrección y ascensión. Él estaba peleando “la buena batalla” (1º Timoteo 6:12), estaba aferrándose a su comprensión de la vida eterna y a su identidad espiritual. Al hacerlo se estaba soltando por completo de cualquier sentido material de identidad, e identificándose con su identidad espiritual, el Cristo, el cual perdura más allá del tiempo.

Siguiendo su ejemplo, cuando nos identificamos persistentemente como el reflejo de Dios, y estamos conscientes de nuestra unidad indestructible con la Vida, Dios, podemos comprobar cuán naturalmente se van eclipsando los pensamientos sombríos que tenemos en el presente, y que tal vez pensemos que son una consecuencia inevitable de experiencias pasadas.

El perdón que viene de Dios elimina de la consciencia humana todo pensamiento equivocado o malicioso. Este perdón bendice a todos.

El perdón que viene del Cristo saca a la superficie dolorosas imágenes de pensamiento asociadas con nuestro pasado terrenal, para destruirlas con la luz de la Verdad.

Lo que no hemos perdonado parece estar en el presente con nosotros, como una herida que espera ser sanada. Tener resentimiento es como seguir recreando ese mal sentimiento una y otra vez, como una canción pegadiza que no podemos sacar de nuestro pensamiento. A medida que percibimos más claramente que estos pensamientos erróneos y el sufrimiento que traen, nos están viniendo ahora, tenemos la posibilidad de corregir ahora mismo esa sensación dolorosa, sin importar cuando ocurrieron los hechos que nuestro sentido sufriente piensa que fueron los causantes de ese pesar.

Detrás de la resistencia a perdonar, yace la sensación de que nos deben algo. En la raíz de la palabra “perdonar” está la idea de estar dispuestos a “renunciar a nuestra demanda de gratificación o venganza”. Esto requiere una nueva actitud mental, y el estar dispuestos a abandonar la demanda de algún tipo de “compensación”.

Visto metafísicamente, aquello por lo cual creo estar sufriendo, no tiene un origen verdadero, pues en realidad jamás hemos estado separados de la fuente de toda bienaventuranza, el Amor divino. Nada podría haber afectado nuestra plenitud y bienestar, pues estos siempre derivan del Dios omnipresente, con quien coexistimos, y del cual mana toda bendición verdadera.

El sentido de auto-condena también merece consideración. El condenarse a sí mismo por errores cometidos en el pasado es algo que intenta resistir la transformación que el Cristo viene a hacer en nuestra consciencia. El Cristo, la Verdad, ha de salvarnos de este estado ilusorio, dándonos la certeza de que el hombre jamás ha caído de su estado de perfección. La pureza, inocencia y santidad de Dios permanecen por siempre intactas y se expresan constantemente en el hombre.

 Cuando nos damos cuenta de que lo que hemos estado pensando es una equivocación, sentiremos el arrepentimiento que nos llevará a reestablecer la idea correcta en nuestro pensamiento. A medida que pensemos correctamente en el presente, seremos liberados del peso de cualquier sensación de “deuda” pendiente que no podremos pagar, porque esa deuda, o error, será destruida.

Cuando Cristo Jesús rescató a la mujer adúltera de quienes la querían apedrear, y la liberó del pecado de adulterio, él disolvió, de la consciencia de ella, la percepción de un “acusador”. Le hizo notar que no tenía acusadores, porque era en verdad espiritualmente pura y libre.

Cuando Jesús la despidió simplemente le dijo: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11), lo cual podríamos parafrasear, como: “Asegúrate de pensar rectamente y actuar en consecuencia de ahora en adelante”. Jamás dijo que debía pagar por sus actos pasados. La justicia divina es siempre restauradora.

Jesús ejemplificó el perdón que viene de Dios y cómo este perdón, proveniente de la comprensión, nos libera definitivamente de todo sufrimiento.

La incapacidad de perdonar se asienta en cierta forma de idolatría, pues le estamos dando identidad al mal, estamos considerando que “alguien” es la causa de nuestro infortunio o malestar. Eso es falsa teología.

Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, fiel seguidora de los pasos de Cristo Jesús, tuvo una vida llena de contrastes. Su pensamiento ascendente tuvo que batallar con muchas situaciones difíciles, y las venció todas aferrándose a su creciente compresión de Dios y Su creación pura y perfecta. Al final de sus días terrenales, ella se había librado de muchas limitaciones, recuperado su salud, y dejado para la humanidad un legado maravilloso de indescriptible valor, la Ciencia Cristiana.

En su libro Mary Baker Eddy, The Years of Discovery, Robert Peel cuenta que cuando la Sra. Eddy fue separada cruelmente de su hijo, pues su familia consideraba que ella no estaba lo suficientemente fuerte como para cuidar debidamente de él, se sintió sumamente quebrantada. No obstante, al luchar apoyándose en el amor sanador de Dios, pudo avanzar espiritualmente y elevarse aún más por encima del sueño de sufrimiento.

Habiéndose elevado por encima de este pesar mediante su cultivada comprensión espiritual, ella posteriormente escribiría: “Es bueno saber, querido lector, que nuestra historia material y mortal, no es sino el registro de los sueños, no de la existencia real del hombre, y los sueños no tienen lugar en la Ciencia del ser. Es ‘como un pensamiento’ y ‘como la sombra que se va’” (Retrospección e Introspección, pág. 21). Ella agrega: “La historia humana necesita revisarse y el registro mortal borrarse” (pág. 22).

Nuestra verdadera historia, la realidad espiritual de nuestra unidad eterna con Dios, se descubre cada vez más mediante el desarrollo de la comprensión espiritual y el fortalecimiento del carácter cristiano, a medida que nos tornamos cada vez más conscientes de Dios y de nuestra semejanza con Él.

En No y Sí, la Sra Eddy escribe: “Para mí el perdón divino es aquella presencia divina que significa la destrucción segura del pecado; y yo insisto en la destrucción del pecado como única prueba completa de su perdón. ‘Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo’”(1º Juan 3:8). Luego agrega: “Jesús echó fuera los males, mediando entre lo que es y lo que no es, hasta que se adquiriera una consciencia perfecta” (pág. 31).

La creciente comprensión de la verdadera naturaleza de Dios, el bien, borra las impresiones dejadas por las experiencias del pasado, así como el pleno despertar borra las huellas de los sueños cuando nos despertamos por la mañana. Entonces nos damos cuenta de que todo está bien, que nada hemos perdido ni nada nos falta; que ese sueño inquieto nunca ha modificado ni en un ápice nuestra identidad y herencia divinas, las cuales pueden probarse aquí y ahora.

Podemos seguir los pasos de nuestro Maestro, esforzándonos por obtener la comprensión que trae el verdadero perdón y demuestra nuestra herencia de vida eterna.

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