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La Navidad: El cumplimiento de su promesa

Del número de diciembre de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado asimismo en el Christian Science Journal de Diciembre de 2015.


La Navidad significa una variedad de cosas diferentes para la gente. Muchos comerciantes lo ven como una bendición económica, una fuente importante de ingresos necesarios, mientras que otros se quejan de que se ha comercializado demasiado. Para muchas personas es una época feliz porque las familias se reúnen. Para demasiada gente, es una época difícil, debido a los desafíos que hay en la familia, o porque no tienen familia.

Más allá de las actividades felices o difíciles de la Navidad —más allá de la infelicidad o las alegrías humanas— existe un profundo y oculto significado de la Navidad, que sigue a la espera de que todos lo descubran, y que tiene una importancia insondable para cada uno de nosotros.

El nacimiento de Jesús fue el nacimiento de “un Salvador”, el Mesías prometido. Un ángel anunció esto a los pastores que estaban atendiendo a sus ovejas en el campo aquella noche. Luego una multitud de ángeles proclamaron el alegre mensaje: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (véase Lucas 2:8–14).

La afectuosa naturaleza divina que les habló, y que otorgó esa paz y esa “buena voluntad para con los hombres”, fue mejor conocida para la humanidad cuando Cristo Jesús empezó a enseñar y a sanar. Le mostró a la gente el amor que Dios, su Padre, tenía por todos. Les mostró el poder sanador de Dios, y qué se requería para poder experimentarlo.

 La promesa de la Navidad se refiere al amor de Dios manifestándose a la humanidad, y a la curación y la regeneración que trae. El mensaje de Navidad es la unidad que tenemos con Dios por ser Sus hijos; no somos mortales fracturados que necesitan arreglo, sino el linaje perfecto, o expresión, del Ser Divino, nuestro Padre-Madre. Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana, vio en su descubrimiento la reaparición de esta promesa, junto con la curación y la regeneración que una vez más estaba trayendo.

En esta revista, hay testimonios de aquellos que han experimentado la “buena voluntad” del poder sanador de Dios. Muchos de nosotros, yo incluido, podemos recordar con gratitud las curaciones de malestares y enfermedades, y las reformas del carácter que han traído creciente alegría y paz. Dichas experiencias también han guiado a muchos a compartir esta verdad sanadora con otros, asumiendo un compromiso con la práctica pública de la Ciencia Cristiana.

La Sra. Eddy afirma en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Del infinito Uno en la Ciencia Cristiana procede un Principio y su idea infinita, y con esta infinitud vienen reglas espirituales, leyes, y su demostración, que, como el gran Dador, son las mismas ‘ayer, y hoy, y por los siglos’; porque así son caracterizados el Principio divino de la curación y la idea-Cristo en la epístola a los Hebreos” (pág. 112).

El Principio implica ley. Si Dios es el Principio divino benevolente e inalterable del hombre y el universo, entonces Él debe gobernar afectuosamente toda Su creación, mediante la ley divina. Cuando Sus leyes son comprendidas, traen curación. Por ejemplo, la ley de la armonía de Dios, destruye la enfermedad. La ley de compleción de Dios, la compleción de todo lo que Él ha creado, restaura lo que sea que parezca faltar.

Las leyes de Dios están en operación por siempre para mantener nuestra inalterable armonía e integridad, y las reglas de la Ciencia divina nos capacitan a cada uno de nosotros para probar esto. Estas reglas son nuestras guías esenciales para la curación, porque nos enseñan cómo poner nuestro pensamiento y vida conforme a las leyes sanadoras de Dios.

Por ejemplo, en el Sermón del Monte de Jesús se encuentra una regla implícita: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz” (Mateo 6:22). Como en gran parte de su enseñanza, Jesús se refiere aquí al pensamiento humano. El ojo físico no puede producir dicho efecto en el cuerpo, pero el hecho de mantener “bueno” nuestro pensamiento, es decir, nuestra visión mental, al aceptar que la verdad espiritual es la única realidad, puede traer y trae curación al cuerpo.

Dos ejemplos de reglas en Ciencia y Salud imparten una guía similar: “Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (pág. 261). “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado te tiente, aférrate firmemente a Dios y Su idea. No permitas que nada sino Su semejanza more en tu pensamiento” (pág. 495).

La Sra. Eddy dice de su descubrimiento: “Yo sabía que el Principio de toda acción-Mente armoniosa es Dios, y que las curaciones cristianas primitivas eran producidas mediante una fe santa y enaltecedora; pero tenía que conocer la Ciencia de esta curación, y llegué a conclusiones absolutas mediante la revelación divina, la razón y la demostración” (Ciencia y Salud, pág. 109). Muchos de nosotros podemos dar fe de la invaluable ayuda que esta Ciencia brinda, con sus reglas claras como guía, a aquellos que buscan curación. Cuando el temor trata de abrumarnos, siempre tenemos a nuestra disposición una orientación clara que nos ayuda a apartar nuestro pensamiento del temor, y lo dirige hacia la comprensión espiritual que destruye el temor.

Otras reglas de la Ciencia incluyen directivas morales para vivir, que se encuentran en los Diez Mandamientos y en las enseñanzas de Jesús y sus apóstoles. La obediencia moral apoya nuestro crecimiento espiritual, mientras trabajamos pacientemente para seguir a Cristo Jesús en vivir la verdad y probarla en la curación. El mismo Amor divino que nos sana, proporciona dirección y guía para que caminemos con seguridad en la luz del Espíritu.

Aquella noche bendita del nacimiento de Jesús, los pastores no conocían el Principio divino, Dios, y su idea infinita, el hombre, como tampoco la Ciencia divina que los explica. Pero la profunda emoción espiritual que deben de haber sentido, se repite hoy en nuestros propios corazones. Y el mismo amor divino por la humanidad que se evidenció aquella noche, se hace evidente hoy a través de la Ciencia del Cristo, la cual nos da dirección, guía y una comprensión de la verdad salvadora.

Cada curación de enfermedad que tú y yo tenemos mediante el tierno amor del Cristo, cada paso de progreso que damos en la regeneración de nuestro carácter, y cada nueva vislumbre que obtenemos de Dios, el Amor divino, que emociona nuestro corazón y vuelve humilde nuestro espíritu, es otro pequeño pero sumamente importante cumplimiento de la promesa de “en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”; la promesa del Cristo, nuestro Salvador, que viene a nosotros una vez más.

David C. Kennedy

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