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Artículo de portada

Una Navidad eterna

Del número de diciembre de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Diciembre de 2014.


Creo que mi casa nunca había estado tan hermosa. Había descendido la paz y todo estaba en calma. Mi familia estaba bien arropada en la cama. Con el chisporroteo de los leños en el hogar y el fragante aroma de las velas, me acurruqué en un sillón frente a nuestro árbol de Navidad y contemplé con deleite la escena. 

Estaba agradecida por la paz y la calma, pero realmente no me sentía cómoda ni tranquila. Lejos de ello. Los padres de un niño pequeño me habían llamado hacía unas horas para pedirme que le diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. Yo había estado toda la noche ansiando encontrar en mis oraciones esa dulce certeza que viene cuando uno sabe que todo está bien, pero no la había sentido aún.

La época de Navidad y los preparativos previos a las fiestas siempre habían sido muy importantes para mí. De hecho, me encantaba recrear dentro de mi casa un libro de cuentos de Navidad, lleno de dulzura y que fuera un deleite de visión y sonido. Sin embargo, al orar por el niño, pude sentir que algo cambiaba en el pensamiento. Sentada sola junto al árbol, los adornos materiales de las fiestas comenzaron a alejarse del pensamiento, a medida que empecé a pensar en el verdadero significado de la Navidad como lo expresa claramente Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, en la siguiente declaración: “Una Navidad eterna haría de la materia un extraño, excepto como un fenómeno, y la materia se retiraría con reverencia ante la Mente. El despotismo del sentido material o la carne huiría ante tal realidad para dar lugar a la sustancia, y la sombra de la frivolidad y la inexactitud del sentido material desaparecerían.

“En la Ciencia Cristiana, la Navidad representa lo real, lo absoluto y eterno, las cosas del Espíritu, no de la materia” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 260).

De pronto, la Navidad adquirió un significado mucho más grande para mí. Rodeada por toda la belleza material que uno podía pedir, comprendí que solo había una cosa que verdaderamente podía conmemorar esta Navidad: que el niño sanara rápida y completamente.

Cristo Jesús mostró al mundo cómo sanar, venciendo toda condición de la carne y acabando con el “despotismo” de la materia mediante una comprensión de la Mente, Dios, y de nuestra verdadera e inseparable relación con Dios. El Evangelio de Marcos dice que un padre llamado Jairo, en una ocasión le imploró a Jesús que sanara a su hija de doce años, quien falleció antes de que Jesús llegara a la casa de ellos. No obstante, le dijo a la niña: “Levántate”, y ella se puso de pie y caminó, ante el gran asombro de todos (véase Marcos 5:21-43). Jesús debe de haber visto muy claramente la verdadera naturaleza de la niña como hija de Dios, una con el Espíritu, y libre de las trabas de la carne o de las condiciones materiales.

La Sra. Eddy explica: “Jesús no reconoció ningún vínculo con la carne.... Reconocía al Espíritu, Dios, como el único creador, y por tanto, el Padre de todos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 31). Aunque nacido de una mujer, “estaba dotado del Cristo, el Espíritu divino, sin medida” (pág. 30). Esto lo capacitó para sanar a los enfermos y pecadores, y ser el Mostrador del camino para otros que querían seguir su ejemplo de la curación mediante el Cristo.

Más que la experiencia de un libro de cuentos de Navidad, yo deseaba sentir la presencia del Cristo. Y empecé a ceder a algo de lo más esencial para la curación cristiana: un amor incondicional que está dispuesto a sacrificar lo material y temporal, a fin de hacer lugar para aquello que es real, espiritual y permanente.

Fue entonces que percibí que el Amor divino, que es Dios, era el creador de este pequeño y que el Amor no había agregado  —nunca podría ni querría agregar— ningún elemento material destructible a Su creación perfecta. Mi oración se extendió más allá de las palabras hasta realmente sentir la presencia de este Amor todopoderoso. No era una presencia física, sino una influencia santa, espiritual, que me aseguraba que todo estaba bien.

El niño sanó esa noche. De acuerdo con la mamá, él anunció con toda alegría su curación a la familia a la mañana siguiente.

Huelga decir que esa Navidad fue muy preciada y memorable, un dulce recordatorio de que esa celebración conmemora muchísimo más que el nacimiento del niño Jesús, por más único y especial que fue aquel nacimiento. Mediante la demostración que hizo Jesús del Cristo eterno, o idea divina, el cual no tiene nacimiento ni muerte, se nos ha dado el preciado obsequio de la curación divina.

 La Sra. Eddy explica en su libro Escritos Misceláneos 1883–1896: “En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de atesorar. Éste es el niño que rodea con brazos amorosos el cuello de la omnipotencia, e invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios” (pág. 370).

Siempre que nosotros mismos atesoramos este “niño” mediante la demostración del Cristo, la Verdad, al sanar a los enfermos, estamos celebrando una Navidad eterna, llena de genuina sustancia, alegría y encanto.

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