Creo que mi casa nunca había estado tan hermosa. Había descendido la paz y todo estaba en calma. Mi familia estaba bien arropada en la cama. Con el chisporroteo de los leños en el hogar y el fragante aroma de las velas, me acurruqué en un sillón frente a nuestro árbol de Navidad y contemplé con deleite la escena.
Estaba agradecida por la paz y la calma, pero realmente no me sentía cómoda ni tranquila. Lejos de ello. Los padres de un niño pequeño me habían llamado hacía unas horas para pedirme que le diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. Yo había estado toda la noche ansiando encontrar en mis oraciones esa dulce certeza que viene cuando uno sabe que todo está bien, pero no la había sentido aún.
La época de Navidad y los preparativos previos a las fiestas siempre habían sido muy importantes para mí. De hecho, me encantaba recrear dentro de mi casa un libro de cuentos de Navidad, lleno de dulzura y que fuera un deleite de visión y sonido. Sin embargo, al orar por el niño, pude sentir que algo cambiaba en el pensamiento. Sentada sola junto al árbol, los adornos materiales de las fiestas comenzaron a alejarse del pensamiento, a medida que empecé a pensar en el verdadero significado de la Navidad como lo expresa claramente Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, en la siguiente declaración: “Una Navidad eterna haría de la materia un extraño, excepto como un fenómeno, y la materia se retiraría con reverencia ante la Mente. El despotismo del sentido material o la carne huiría ante tal realidad para dar lugar a la sustancia, y la sombra de la frivolidad y la inexactitud del sentido material desaparecerían.
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