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Lecciones sanadoras del estanque de Betesda

Del número de diciembre de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Junio de 2015.


Cuando nos encontramos con una historia de la Biblia que conocemos bien, puede ser tentador interpretarla muy a la ligera, pensando que ya hemos aprendido todo lo que tiene para enseñarnos. Para mí, una de esas historias era la curación que hace Cristo Jesús del hombre paralítico que está esperando el “movimiento del agua” en el estanque de Betesda (véase Juan 5:1-9). No obstante, hace poco, reflexioné sobre estos versículos desde una perspectiva diferente, y me sorprendí al ver que contiene varias lecciones sanadoras específicas. Al sanar a este hombre, Jesús vio más allá de una serie de mentiras materiales y creencias falsas. Él percibió la integridad y espiritualidad innata del hombre.

Jesús debe de haber visto la receptividad que tenía este señor para ser sanado. Como relata la historia, había una multitud a la espera de que se movieran las aguas; sin embargo, Jesús se dirigió a este hombre en particular, sabiendo que hacía mucho tiempo que estaba esperando ser sanado. Para mí, el inválido demostró cualidades de persistencia, perseverancia y paciencia.

No obstante, parece que también se sentía impotente. Creía que la curación solo vendría si alguien lo ayudaba a entrar en el agua en el momento justo, pero no tenía “ningún hombre” que pudiera hacerlo. En realidad, como demostró Jesús, esto no tenía nada que ver con la curación. Él cambió el punto de vista, apartando la mirada de la materia y contemplando el hecho espiritual de que el hombre jamás puede estar separado de su verdadera identidad espiritual por ser la imagen y semejanza de Dios.

El Cristo, la Palabra divina, habla, es escuchada, y la eficacia sanadora de la Ciencia Cristiana se pone de manifiesto.

La comprensión que tenía Jesús de eso, le permitió al hombre paralítico ponerse de pie de inmediato y caminar. Jesús no probó que la identidad de este hombre estaba discapacitada, pero que podía arreglarse; más bien, probó que la imperfección, cualquiera sea, no puede ser parte de los hijos de Dios, y que la perfección espiritual del hombre no depende de otros seres o circunstancias materiales.

 Hace muchos años, estaba por salir de vacaciones por una semana, cuando de pronto comencé a tener muchos dolores para ir al baño. Razoné que Dios es omniactivo, y que Su ley, que mantiene la integridad y perfección de Su linaje, está siempre en operación. De modo que por ser el reflejo de Dios, yo soy espiritual y perfecta.

Llamé a varios practicistas de la Ciencia Cristiana para pedirles que oraran por mí, pero por distintas razones ninguno estuvo disponible. Pensé: “¿Qué debo hacer? No tengo ‘ningún hombre’, por así decirlo, que pueda ayudarme”. Fue entonces que, como enviado por Dios, me vino al pensamiento un maravilloso pasaje de la Biblia: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16).

Comprendí que si bien llamar a un practicista para pedir tratamiento en la Ciencia Cristiana es con frecuencia el paso correcto y útil que debemos dar, la curación no depende de una persona humana. El Espíritu divino está siempre con cada uno de nosotros, más cerca aún que nuestro propio aliento, revelando la verdad acerca de nosotros mismos y de nuestra relación con Dios. Dios no va y viene como el movimiento del agua en el estanque. Jesús probó que Dios, la Verdad, es todopoderoso y está siempre presente. Al comprender esto, la curación se produjo muy rápidamente, y salí de vacaciones muy contenta. La condición jamás volvió a manifestarse.

El hombre en el estanque también creía que estaba compitiendo con otros para sanar, que solo aquellos que entraban primero después de que se agitaran las aguas, podían sanar. La creencia de que tan solo unos pocos pueden sanar también puede tratar de engañarnos. Es posible que leamos los testimonios de curación en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, pero estemos luchando para obtener una curación que parece no manifestarse. Sin embargo, Jesús probó que la ley de Dios es universal; que todos y cada uno de nosotros es la idea espiritual perfecta de Dios.

El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, dice: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, es universal, y que el hombre es puro y santo” (págs. 476–477, yo enfaticé esa palabra). La ley divina que sana a una persona, está allí para sanar a todos, tal como “2 + 2 = 4” es verdad para todos, no solo para los matemáticos. Cada curación científica bendice al mundo en cierta medida.

Un día, hace varios años, leí un artículo en la página de deportes del diario que se refería a un doloroso problema en el talón. Comenté: “Oh, es la misma condición de la que sané anteriormente con la Ciencia Cristiana”. De pronto, comencé a tener los síntomas. En silencio insistí con vehemencia en que la curación no podía deshacerse ni invertirse, puesto que Dios, la Verdad, es eterno. Todavía necesitaba aprender que las verdades que habían producido mi curación, también se aplicaban a todos los hijos de Dios, y oré para comprender mejor la universalidad de la ley de Dios. Con esta nueva comprensión, los dolorosos síntomas muy pronto desaparecieron definitivamente.

A veces puede que nos sintamos desalentados porque parece que hemos lidiado con un problema por mucho tiempo, y sentimos que debido a eso es más difícil de sanar. Jesús desaprobó esa mentira, sanando instantáneamente al hombre en el estanque, que había estado acostado allí, sin poder caminar, durante 38 años.

En un sueño nocturno, no tendría importancia si hemos sido perseguidos por un oso durante una hora o cinco minutos. La solución es la misma: despertar. Entonces nos damos cuenta de que estamos ilesos y que, para empezar, la situación jamás fue real.

Las leyes de Dios son perfectas y universales.

 La Sra. Eddy escribe: “La existencia mortal es un sueño de dolor y placer en la materia, un sueño de pecado, enfermedad y muerte; y es como el sueño que tenemos cuando dormimos, en el cual cada uno reconoce que su condición es enteramente un estado mental” (Ciencia y Salud, pág. 188). Puesto que Dios, el Espíritu, es Todo, la historia material y la medición mortal del tiempo no tienen nada que ver con nuestro verdadero y perfecto ser espiritual. Demostrar que somos completos no es cuestión de tiempo, sino de “despertar” a la verdad de la existencia.

Cuando era adolescente, tenía una dolorosa condición llamada sinusitis. Cada vez que se presentaba, se me inflamaba la cabeza y me dolía durante varios días. Mi familia no conocía la Ciencia Cristiana en aquella época, así que me llevaron a un especialista, quien predijo que si no me operaban, la condición regresaría para acosarme en el futuro. Siguiendo la sugerencia de otro médico, mi familia decidió que tomara medicamentos para manejar la condición, y que no me operara.

Más adelante, cuando era una joven madre, los dolorosos síntomas volvieron a presentarse. Para entonces, yo había aprendido acerca de la curación mediante la Ciencia Cristiana, así que decidí tratar la situación con la oración. Declaré que como Dios, el Espíritu, llena todo el espacio y mi ser está en Él, no puede haber infección alguna en Su reino o en mí.

Estas verdades eran reconfortantes, pero yo seguía sintiendo que la predicción de que esta condición regresaría era como una falsa profecía o una maldición que se me había impuesto. Pensé en la advertencia de Jesús: “Guardaos de los falsos profetas” (Mateo 7:15), y en un pasaje donde la Sra. Eddy dice: “Un único Dios infinito, el bien, …anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido” (Ciencia y Salud, pág. 340). ¡Qué promesa más maravillosa! Comprendí que el único Dios infinito del todo afectuoso impide toda posibilidad de que se manifieste una llamada maldición material.

Con esta comprensión vino el repentino entendimiento de que yo estaba libre de toda maldición o profecía falsa. Aunque  parecía que había tenido que lidiar con esa condición por mucho tiempo, en un día me sentí completamente bien. Esto ocurrió hace años, y los dolorosos síntomas jamás regresaron.

Esta renovada perspectiva de la curación del hombre del estanque de Betesda, ha iluminado y reforzado las verdades que me han ayudado en mi propia práctica de la Ciencia Cristiana. El relato ilustra que el poder para sanar yace en el Espíritu, no en la materia o en una persona humana; que “el espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha” (Juan 6:63). Prueba que las leyes de Dios son perfectas y universales; nadie queda jamás fuera de la totalidad de Dios. Y demuestra que el tiempo no es un factor en la curación.  

Como dice la versión en inglés de este himno del Himnario de la Ciencia Cristiana:

Hasta que el tiempo, el espacio
      y el temor sean nada,
mi búsqueda no cesará,
      Tu presencia siempre va conmigo,
y Tú me brindas paz.

(Violet Hay, Nº 136 © CSBD)

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