Hace unos años, a principios de unas muy deseadas vacaciones, que habían requerido meses de planeación, inversión económica y mucha expectativa, noté que tenía un bulto en la parte superior de una de mis orejas. Era doloroso, y yo tenía miedo de que esa condición no me permitiera disfrutar de mi tan esperado viaje.
Sin embargo, después de pensar una y otra vez en esa situación por un tiempo, sentí que era hora de callar y reconocer que vivimos eternamente en la atmósfera del Espíritu, no de la carne o la materia. Esta atmósfera del Espíritu es armonía pura y en ella no hay espacio para el dolor.
Recordé este pasaje de la Biblia: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2º Corintios 5:6–8). Estar “confiada”, sabiendo que reflejo la sustancia del Espíritu, me permitió no identificarme con el dolor y estar, por así decirlo, “ausente del cuerpo”, para dejar de identificarme a mí misma con el falso concepto de que mi identidad es corpórea y reconocer que la armonía es inherente a mi verdadera y única identidad, la cual es espiritual y perfecta.
Reconocí la omnipresencia de la Vida y el Amor divinos.
También reconocí la omnipresencia de la Vida y el Amor divinos. Después de todo, yo sabía que el Amor había guiado cada paso en la preparación de aquel viaje. Recordé, con mucha gratitud, cómo la oración me había ayudado a confiar en el gobierno de la Mente divina cuando, entre otras cosas, elegí las fechas, preparé los planes de viaje, y demostré provisión. Una gran sensación de paz inundó mi consciencia, y recordé el siguiente pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Para constatar nuestro progreso, debemos saber dónde están puestos nuestros afectos y a quién reconocemos y obedecemos como Dios. Si el Amor divino se nos hace más cercano, más amado y más real, la materia se está sometiendo al Espíritu. Los objetivos que perseguimos y el espíritu que manifestamos revelan nuestro punto de vista, y muestran lo que estamos ganando” (pág. 239).
En ese momento me di cuenta de que yo estaba dando “un paso mental” más elevado, y me vinieron algunas preguntas a la mente: ¿Cuáles eran las metas que yo estaba tratando de alcanzar con ese viaje? ¿Se limitaban a mi tiempo de ocio y placer individual? ¿O habría formas más elevadas de imaginar dicha experiencia?
Dios siempre guía nuestras actividades conforme a Su propósito, el cual incluye expresar amor a nuestro prójimo, abnegación, pureza y armonía, entre otras cualidades. Reconocer el propósito del Amor significa reconocer la omnipresencia del Amor divino, donde la armonía es suprema y donde no hay espacio para pensamientos orientados hacia la materia o centrados en el ego. Mirar el mundo que nos rodea desde este punto de vista espiritual, nos permite asegurarnos de que nadie está excluido de las leyes perfectas y sanadoras de la Vida y el Amor divinos. Atesorar esta consciencia no deja espacio alguno para algo desemejante a Dios.
Permití que estas ideas inundaran mi pensamiento, y dejé de pensar en mi oreja o en la inversión económica que había hecho para ese viaje. Mi enfoque ahora estaba en reconocer la expresión de las cualidades divinas en cada detalle de mis actividades, dondequiera que estuviera. Fue como si se me hubieran abierto los ojos: ¡cuánta belleza y armonía podía atesorar!
A medida que oraba, verme a mí misma como la manifestación del Amor divino fue un desenvolvimiento natural. En su libro No y Sí, Mary Baker Eddy escribe: “Orar significa utilizar el amor con el que Dios nos ama. La oración engendra un deseo vivo de ser buenos y de hacer el bien. Hace descubrimientos nuevos y científicos de Dios, —de Su bondad y Su poder. Nos muestra más claramente de lo que nosotros habíamos visto antes, lo que ya tenemos y somos; y sobre todo, nos muestra lo que Dios es” (pág. 39).
De modo que, al verme como el reflejo del Amor divino por siempre activo, encontré varias oportunidades para orar por mí misma, y también por importantes asuntos relacionados con la comunidad que iba a visitar. Pude darme cuenta de que el propósito que Dios tenía para ese viaje iba mucho más allá de que disfrutara individualmente de momentos placenteros, y que consistía en la expresión de un amor puro y desinteresado hacia mi prójimo.
Después de dos días de intensas actividades, me miré al espejo y noté que no había rastro alguno del bulto. Me di cuenta de que el dolor había desaparecido el mismo día que empecé a orar, y ahora ya ni siquiera podía recordar en qué oreja había tenido el supuesto problema.
Actuar en obediencia al propósito de Dios significa ser testigo de la omnipresencia del Amor divino y Sus leyes de armonía y perfección. Al discernir correctamente los propósitos que Dios tiene para nosotros, comprendemos nuestra verdadera identidad desde una perspectiva más elevada y más espiritual, y vemos que somos Su imagen y semejanza. Nutrir esta aspiración sincera nos revela que el “Amor divino”, de hecho, está “más cercano”, es “más amado y más real” para nosotros”.
Nombre omitido a pedido del autor, São Paulo
