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El Cristo: una influencia siempre presente

Del número de mayo de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en inglés


Desde septiembre de 2014 comencé un estudio de un año en el extranjero, en la Universidad de Múnich, Alemania. Ya en el primer mes, tuve de inmediato muchas oportunidades de saber más acerca de Dios, de poner en práctica lo que estaba aprendiendo, y obtener curación. Me gustaría compartir dos ejemplos.

Una mañana, en la tercera semana después de mi llegada, me levanté muy temprano, y me sentí extremadamente sola y nostálgica. Yo había estado sintiéndome mucho de esta manera, y era un sentimiento que iba y venía. Algunos días estaba muy contenta y agradecida por estar aquí, y un segundo después me sentía abrumada, triste y sola. Desde que llegué a Alemania, había estado orando mucho, pero francamente no creo haber vivido conforme a mis oraciones (véase Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 9).

Esa mañana en particular, inesperadamente recibí un mensaje de texto de una querida amiga que también vive en Múnich, y además es practicista de la Ciencia Cristiana. Ella quería compartir conmigo algunas ideas que le habían venido al pensamiento. Yo no le había mencionado nada sobre cómo me sentía. Ella compartió conmigo estas ideas: Deja que el mundo VEA que estás agradecida, alegre, y otros sentimientos por el estilo. Piensa acerca de cómo puedes MANIFESTAR alegría y aprecio por los demás. Ya lo tienes en tu corazón, ahora hazlo más visible. No esperes a que las personas te miren. Míralos a ELLOS, míralos como Dios los hizo. Está atenta a las oportunidades de poder EXPRESAR las cualidades que Dios te ha dado. Deja que todos los demás las VEAN. Permite que tu luz brille. Esto me impresionó mucho. ¡Qué ideas más poderosas! Leí lo que ella escribió muchas veces, dejando que mi pensamiento absorbiera esas ideas. Realmente acepté de todo corazón el mensaje de permitir que mi luz brillara.

Por supuesto yo estaba familiarizada con estas palabras de Cristo Jesús, de su Sermón del Monte, donde instó a sus oyentes: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Empecé a vivir mis oraciones. En el transcurso de los próximos días encontré maneras de “permitir que mi luz brillara”, de salir de mí misma, hacia el exterior, y buscar oportunidades de amar activamente a otros. 

A medida que empecé a poner mis oraciones en práctica –a demostrar lo que estaba aprendiendo en la Ciencia Cristiana– casi de inmediato, los sentimientos de soledad y nostalgia desaparecieron, y tuve la certeza de que no volverían, y no han vuelto. Le agradecí a Dios por esta querida amiga y la inspiración que ella había recibido, y sentí muy profundamente la influencia sanadora del Cristo en mi vida. Esta experiencia me ayudó a ver más claramente que encontramos verdadera alegría, consuelo, y paz cuando centramos nuestro pensamiento afuera de nosotros mismos, cuando demostramos el Amor divino al dar a los demás, y cuando valoramos y apreciamos todo lo que Dios ha creado.

La segunda experiencia que me gustaría relatar ocurrió unos días después. Yo tenía planeado participar en una carrera de 10 kilómetros el domingo. Esta carrera era parte del Maratón de Múnich, y unos dos mil corredores participarían en ella. Yo estaba muy entusiasmada, ya que había estado planeando y entrenándome durante varios meses. Sin embargo, el sábado, comencé a tener síntomas de gripe, y esa noche me sentía muy mal. Al principio, temí que tal vez no pudiera correr. Sin embargo, de inmediato, me volví a Dios y pasé un par de horas orando fervientemente. Me aferré con firmeza al hecho, como se enseña en la Ciencia Cristiana, de que soy espiritual, no material. Sabía que recurrir a Dios en busca de curación tiene su efecto y que la sugestión de gripe no podría tener absolutamente ningún impacto en mí porque soy la idea espiritual de Dios.

Cuanto más oraba, más sentía la profunda convicción de que podría correr. Mientras oraba, recibí un correo electrónico de una amiga que también iba a correr el domingo. Me dijo que había caído enferma por algún tipo de virus, por lo que no estaba segura si podría correr. Inmediatamente me di cuenta de que necesitaba extender mis oraciones más allá de mí misma y manejar la sugestión de contagio. Reconocí que el temor a enfermarse es la causa del contagio, y el antídoto para el miedo es el amor. Si nuestro pensamiento está lleno del amor por Dios y del amor por nuestro prójimo, no hay espacio para que el temor engendre contagio. Esto me recordó un himno con el cual estaba trabajando (Himnario de la Ciencia Cristiana, Nº 145. Trans. adapt. © CSBD). En parte dice: “Ambiente de divino Amor respira nuestro ser”. Me di cuenta de que el ambiente del Amor es lo único que existe, ¡y que este es el ambiente en el que verdaderamente vivimos! Esa noche me fui a la cama sintiéndome muy reconfortada por mis oraciones y absolutamente segura de que podría correr. Cuando me desperté, me sentía totalmente bien. Participé en la carrera, corrí más rápido de lo que nunca había corrido en una distancia larga, y me sentí completamente liberada de todas las sugestiones que habían tratado de presentarse el día anterior.

Estoy muy agradecida por estas dos experiencias. Ellas continúan enseñándome que el Cristo –“el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (véase Ciencia y Salud, pág. 332)– es una influencia siempre presente en nuestra vida, y que al recurrir a la oración y a Dios para sanar, podemos sentir la profunda convicción de que el Amor divino nos guiará y protegerá, y nos permitirá lograr lo que se requiera de nosotros. 

Estoy muy agradecida por la Ciencia Cristiana y las herramientas, tales como la Biblia y el libro que la acompaña, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que nos brinda para manejar cualquier problema que parecemos enfrentar. ¡Es verdaderamente un sistema de curación eficaz y confiable!

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