Quiero aprovechar la oportunidad para expresar mi profunda gratitud por la Ciencia Cristiana, por la gracia, la guía y el cuidado de Dios.
Conocí la Ciencia Cristiana hace muchos años gracias a una buena amiga. Me dediqué a esta forma de vida de todo corazón, con alegría y entusiasmo. Las curaciones que tuve a lo largo del camino, con el tiempo también convencieron a mi familia para que estudiara la Ciencia Cristiana y caminara por esta senda conmigo. Nuestra familia tuvo hermosas curaciones, algunas de ellas fueron instantáneas. Otras tomaron más tiempo y requirieron paciencia y diligente oración.
En incontables ocasiones fui testigo de que el amor y la guía de Dios siempre nos rodeaban y protegían a mi familia y a mí. Al saber y reconocer el hecho de que Dios, el bien, es todopoderoso, y que Su voluntad se hace universalmente, llegamos a la comprensión de que Su voluntad también incluye un plan completo y perfecto, y un camino para cada uno de Sus hijos.
No obstante, cuando un repentino e inesperado divorcio sacudió hasta la médula los fundamentos de mi vida (y la vida de mis cuatro hijos), y quebrantó la vida familiar como la habíamos conocido, yo perdí mi firme confianza y cimiento en Dios, el bien, y me encontré totalmente desorientada. En lugar de aferrarme a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y orar sin cesar, en vez de afirmar la verdad en medio de la difícil situación y rechazar las adversidades, pues Dios no las había enviado, me sentí desalentada y descorazonada, y me aparté de la Ciencia Cristiana.
Decepcionada, busqué respuestas, consuelo y esperanza recurriendo a otras religiones, entre ellas, el judaísmo y el islam. Pero no pude encontrar respuestas satisfactorias a mis preguntas y necesidades.
Después de muchas luchas y rodeos, decidí asistir nuevamente a un servicio religioso de la Ciencia Cristiana. Al término del servicio, la amiga que mencioné antes me hizo un comentario que me dio qué pensar: “No puedes cambiar a la gente, pero sí puedes cambiar la manera en que tú piensas acerca de ellos”. Esta simple declaración me impactó, me ayudó a ver lo que tenía que hacer: perdonar y comprender que jamás podía estar separada del bien. En ese momento también sentí que había regresado al “hogar”, que mi lugar estaba con la Ciencia Cristiana.
En ese momento sentí que había regresado al “hogar”, que mi lugar estaba con la Ciencia Cristiana.
Fue maravilloso para mí ver que todavía podía recurrir a todas las ideas que había aprendido y comprendido alguna vez en la Ciencia Cristiana. Me di cuenta de que todos, cada persona, dondequiera que él o ella estuviera, o cuál fuera su situación en la vida en un momento dado, por siempre era, por siempre había sido y por siempre seguiría siendo el reflejo bienamado de Dios. Además, la siguiente frase adquirió un nuevo significado para mí: “En la relación científica entre Dios y el hombre, encontramos que todo lo que bendice a uno bendice a todos, como lo mostró Jesús con los panes y los peces, por ser el Espíritu, no la materia, la fuente de provisión” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 206). Esta frase me ayudó a comprender que nuestra provisión no depende de personas, sino que solo Dios es la fuente de nuestra provisión. Y realmente, todas las necesidades fueron satisfechas.
Después de reanudar el estudio de la Ciencia Cristiana y volver una vez más mi pensamiento hacia Dios, me resultó mucho más fácil cumplir con mis tareas diarias y confiar los detalles de cada día a la dirección de Dios. También pude, gracias al tierno y paciente apoyo de un practicista de la Ciencia Cristiana, dejar de tomar una variedad de ataráxicos y pastillas para dormir. También me resultó mucho más fácil identificarme constantemente a mí y a otros como el reflejo perfecto de Dios. En este contexto las Lecciones Bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, compuestas por pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, han sido un apoyo invalorable. El estudio de estas lecciones me ayuda a comprender mejor a Dios, a mí misma y a otros, y me brinda fortaleza diaria.
Estoy profundamente agradecida por el trabajo y dedicación de Mary Baker Eddy, quien nos dejó tantos preciados y útiles escritos. Estoy particularmente agradecida por su estipulación sobre las Lecciones Bíblicas semanales arriba mencionadas. También estoy muy agradecida por todos los artículos que se escriben y editan en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. No hace mucho leí un artículo titulado “The time for forgiveness has arrived” (“Ha llegado la hora de perdonar”) [Publicado originalmente en el Christian Science Journal en 1993, y su traducción al español en el número de Noviembre de 1994 de El Heraldo]. Al leer el artículo comprendí claramente que todavía había muchas cosas que necesitaba corregir.
Por último, pero no menos importante, también siento profunda gratitud por el dedicado y poderoso trabajo de los practicistas de la Ciencia Cristiana, quienes nos apoyan siempre con tanta paciencia y alegría en nuestra travesía hacia la comprensión del Principio divino único, el Amor.
Ahora, ya no puedo imaginar mi vida sin la Ciencia Cristiana. En retrospectiva puedo realmente decir que las difíciles circunstancias humanas me ayudaron a crecer. Ahora tengo la certeza de que la ayuda y el cuidado de Dios están siempre presentes, siempre a nuestro alcance, aunque al principio para el sentido humano no parezca así.
¿Puede haber acaso algo mejor que apoyarse con confianza en Dios, totalmente conscientes de que ha preparado solo lo mejor para nosotros?
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