Una mañana, recientemente, sentí el impulso maternal de abrazar al mundo y orar. Sentí el llamado urgente de la humanidad pidiendo cuidado y protección. Cada día los medios de comunicación estaban llenos de nuevos reportes de crímenes violentos, comportamiento depravado, terrorismo y guerras tribales. Parecía que nadie era inmune o estaba a salvo: ningún niño, adulto, raza o religión. Los titulares en todas partes destacaban la “Escalada de violencia”.
Allí mismo, el instinto maternal que yo hacía mucho tiempo había reconocido como una expresión del Amor divino, el Madre-Padre Amor, o Dios, me estaba llamando para que participara más activamente a fin de frenar la escalada de violencia. Sentí que tenía que haber no solo una respuesta para brindar consuelo después de una posible tragedia, sino más importante, una manera de responder al indecible anhelo de alcanzar la comprensión que impide ante todo que ese tipo de sucesos ocurran; el llamado no es solo para sanar heridas, sino para proporcionar una armadura protectora impenetrable, de manera que no haya ninguna posibilidad de que las heridas se produzcan. La necesidad de esto es muy obvia cuando vemos fotografías de madres desoladas por el sufrimiento de sus hijos envueltos en la red de violencia.
El mundo generalmente responde con toda atención y cuidado cuando se apresura a contener y reparar los terribles efectos de los actos malvados que se producen a causa del odio y la agresión. No obstante, prevenir estas acciones del mal, ponerlas al descubierto y detenerlas antes de que los perpetradores puedan llevar a cabo sus retorcidos propósitos, es una meta aún más alta. Aquellos que con toda valentía son los primeros en responder, cumplen una función vital. Pero es incluso mejor poder contar con “individuos alertas” para impedir con anticipación que estas cosas ocurran, demostrando la ley dinámica del Principio divino, el Amor, que expone, neutraliza y destruye el intento de causar daño y destrucción. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “La Ciencia neutraliza el error y a la vez lo destruye” (pág. 157).
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