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Para frenar la escalada de violencia

Del número de mayo de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 29 de diciembre de 2014.


Una mañana, recientemente, sentí el impulso maternal de abrazar al mundo y orar. Sentí el llamado urgente de la humanidad pidiendo cuidado y protección. Cada día los medios de comunicación estaban llenos de nuevos reportes de crímenes violentos, comportamiento depravado, terrorismo y guerras tribales. Parecía que nadie era inmune o estaba a salvo: ningún niño, adulto, raza o religión. Los titulares en todas partes destacaban la “Escalada de violencia”.

Allí mismo, el instinto maternal que yo hacía mucho tiempo había reconocido como una expresión del Amor divino, el Madre-Padre Amor, o Dios, me estaba llamando para que participara más activamente a fin de frenar la escalada de violencia. Sentí que tenía que haber no solo una respuesta para brindar consuelo después de una posible tragedia, sino más importante, una manera de responder al indecible anhelo de alcanzar la comprensión que impide ante todo que ese tipo de sucesos ocurran; el llamado no es solo para sanar heridas, sino para proporcionar una armadura protectora impenetrable, de manera que no haya ninguna posibilidad de que las heridas se produzcan. La necesidad de esto es muy obvia cuando vemos fotografías de madres desoladas por el sufrimiento de sus hijos envueltos en la red de violencia. 

El mundo generalmente responde con toda atención y cuidado cuando se apresura a contener y reparar los terribles efectos de los actos malvados que se producen a causa del odio y la agresión. No obstante, prevenir estas acciones del mal, ponerlas al descubierto y detenerlas antes de que los perpetradores puedan llevar a cabo sus retorcidos propósitos, es una meta aún más alta. Aquellos que con toda valentía son los primeros en responder, cumplen una función vital. Pero es incluso mejor poder contar con “individuos alertas” para impedir con anticipación que estas cosas ocurran, demostrando la ley dinámica del Principio divino, el Amor, que expone, neutraliza y destruye el intento de causar daño y destrucción. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “La Ciencia neutraliza el error y a la vez lo destruye” (pág. 157).

Pero, exactamente, ¿cómo opera el Amor divino de manera práctica para frustrar y destruir el odio, la depravación, el terrorismo? ¿Cómo opera para negarles cualquier actividad? 

El Amor divino, el único y solo Dios, es infinito, llena todo el espacio. Este Amor infinito es el bien total. En la universalidad de su totalidad, no existe nada más allá de sí mismo, nada más allá del bien omnipresente y omniactivo. Este bien omnisciente sólo conoce su propia perfección, y no podría tener conocimiento alguno de la más mínima imperfección. Puesto que esta es la verdad invariable y absoluta del Amor aquí y ahora, es una ley. 

Esta ley del Amor opera sin fronteras o muros. Opera en la consciencia humana y en la escena humana. Así como la luz disipa la oscuridad simplemente por ser luz, del mismo modo el Amor —simplemente por ser Amor— pone al descubierto y extermina totalmente el supuesto opuesto de sí mismo. La comprensión y utilización de esta ley del Amor por tan solo un individuo, puede alcanzar los rincones más lejanos de la tierra y penetrar la depravación más profunda y oscura, forzándola a revelar su malévola intención ante la presencia de este todo poder del Amor.

Fue nuestro Maestro, Cristo Jesús, quien probó de manera concluyente y para siempre que la respuesta absoluta para el odio despiadado y desenfrenado es la ley absoluta del Amor inalterable, el cual pone al descubierto la vileza del mal y la destruye, probando de ese modo la irrealidad del mal.

La completa dicotomía entre la depravación total y el bien invencible fue ilustrada para siempre por el Maestro, quien dijo a Poncio Pilato: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19:11). Él probó que el Amor infalible es práctico para superar todas las intrigas del mal. Como prueba de su demostración perfecta de amor incondicional, él incluso oró por sus atormentadores, declarando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Se sometió voluntariamente a lo peor que el mal podía intentar, a fin de demostrar la forma en que otros debían frustrar sus pretensiones. En sus recorridos diarios fue liberado, una y otra vez, de las manos de sus enemigos porque él conocía los pensamientos de ellos, anticipaba el peligro y podía apartarse del mismo. 

En realidad, Dios, la Mente divina, no lucha contra el mal, porque la totalidad y la unicidad de la Mente omnipotente por siempre presente —el bien total— no tiene en cuenta nada más que a sí mismo. La aparente batalla tiene lugar únicamente en la consciencia humana. De hecho, la consciencia humana se transforma en un campo de batalla, debido a la feroz resistencia que la mente mortal presenta contra el Amor divino que la aniquila. El desafío es que nosotros estemos dispuestos a abandonar la creencia de que hay mente en la materia, cedamos a la totalidad de la Mente divina, el Amor perfecto, y seamos renovados. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy escribe: “Las tendencias despóticas, inherentes a la mente mortal y que continuamente germinan en nuevas formas de tiranía, tienen que ser desarraigadas mediante la acción de la Mente divina” (Ciencia y Salud, pág. 225). 

El Apóstol Pablo declaró: “Nosotros tenemos la mente de Cristo” (1º Corintios 2:16). Al asimilar las enseñanzas de Jesús y aumentar nuestra habilidad para seguir su ejemplo de amor y bondad puras, descubrimos y comprendemos nuestra propia unidad con la Mente divina. Las limitaciones de tiempo y espacio nunca tocan esa Mente. Por lo tanto, en la proporción en que vivimos nuestra unidad con la Mente, en que aliamos nuestro pensar con la Mente, somos liberados de dichas limitaciones. Tomamos consciencia de sucesos inesperados en el presente y en el futuro, y recibimos la dirección inteligente que nos advierte por anticipado del peligro y nos dirige a un lugar seguro. Nos transformamos en esos “individuos alertas” de hoy en día. 

Años atrás, realicé una gira de charlas durante varios meses en un país de América latina que estaba experimentando violentas revueltas políticas. Un grupo estaba poniendo bombas para que explotaran al azar en lugares públicos. Yo oraba a diario para percibir que el Principio divino estaba en operación, gobernando a todos y a todo. Una mañana, me vino muy claramente este fuerte pensamiento protector: “Yo no estoy gobernado por ocurrencias fortuitas, circunstancias, azar, suerte, estadísticas, persona, lugar o cosa. Yo estoy gobernado por la ley infalible de la dirección correcta de Dios”. A medida que avanzaba por las calles, me sentía impulsado a cambiar mi ruta y en qué momento hacerlo. Varias veces, explotó una bomba justo antes o después de que hubiera pasado por un lugar en particular. Y durante esos momentos, no solo yo estuve a salvo, sino que nadie más fue lastimado. 

Frenar la escalada de violencia no solo es una meta que se espera alcanzar. Es un requisito fundamental que demanda valor, amor y persistencia. Ciencia y Salud ofrece un mapa de ruta muy claro: “Debiera entenderse plenamente que todos los hombres tienen una única Mente, un único Dios y Padre, una única Vida, Verdad y Amor” (pág. 467). Veo que este punto es la verdad absoluta que, en realidad, gobierna al hombre y el universo. Y veo los efectos prácticos que se obtienen al comprender este hecho, en la declaración que sigue a continuación: “El género humano se perfeccionará en la proporción en que este hecho se torne aparente, cesarán las guerras y la verdadera hermandad del hombre será establecida”. 

El mundo ciertamente necesita el cuidado maternal de este Amor divino, esta Mente que todo lo sabe, que nos advierte con anticipación acerca de los actos de maldad, los detiene, y mediante su totalidad omnipotente, los destruye. 

James Spencer

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