Quiero compartir con ustedes la experiencia que mi hijo adulto y yo tuvimos que pasar hace más de un año. No sé qué palabra usar, puesto que la palabra gratitud no es lo suficientemente fuerte para la curación que tuvo mi hijo.
Un día, en agosto de 2013, recibí una llamada telefónica de una sala de emergencias, diciéndome que habían llevado a mi hijo con graves dolores estomacales, y que había perdido la consciencia. Inmediatamente sentí que debía mantenerme fiel a la Verdad divina. Lo puse mentalmente en los brazos de nuestro Padre-Madre Dios, sabiendo que Él estaba cuidando de mi hijo. Cuando lo vi en el hospital, no se veía nada bien. El personal médico empezó a hacerle varios exámenes. Mi hijo poco a poco fue recuperando la consciencia.
A las dos de la mañana, me dijeron que los resultados mostraban que tenía una considerable infección en la sangre y cáncer de colon. Yo empecé a orar de inmediato para saber que su ser no podía tener infección alguna, puesto que su verdadero ser era totalmente espiritual y puro, y que él no podía tener ninguna enfermedad, porque la dulzura del Amor divino caracterizaba su sustancia y ser verdaderos. Y me aferré a estos pensamientos. Entonces me dijeron que necesitaba ser hospitalizado y estar bajo una constante supervisión médica, pero que por esa noche permanecería en la sala de emergencias.
Me fui a casa, y abrí Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, donde encontré el siguiente pasaje: “El ser es santidad, armonía, inmortalidad. Ya se ha comprobado que un conocimiento de esto, aun en pequeño grado, elevará el estándar físico y moral de los mortales, aumentará la longevidad, purificará y elevará el carácter. Así el progreso destruirá finalmente todo error, y sacará a luz la inmortalidad” (pág. 492).
Pocas horas después, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana a quien conocía muy bien. Me sentí conmovida por su calma, su disposición de escuchar, y su convicción. Esto me dio fortaleza para regresar al hospital. Mi hijo se veía mejor, más vivaz. Una enfermera vino a decirme que los resultados de los análisis de sangre mostraban una estabilización. Nosotros dijimos: “Muchas gracias, Padre”.
Pasaron las horas, y ya nadie venía a vernos en la sala de emergencias, así que decidimos regresar a casa. Yo firmé un formulario eximiendo de responsabilidad al hospital, y después de hablar con los doctores, quienes querían seguir vigilando a mi hijo, lo llevé a mi casa.
Sabía que nuestro Padre-Madre Dios no nos abandonaría, y que Él estaba siempre presente.
Yo estaba en contacto con el practicista constantemente, y le comunicaba a mi hijo lo que él decía; oramos muchísimo. Continué teniendo en el pensamiento esta frase: “Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). Yo también estaba declarando: “¡No temáis!” (véase Mateo 14:27). Sabía que nuestro Padre-Madre Dios no nos abandonaría, y que Él estaba siempre presente.
Una semana después de salir del hospital, vino una enfermera médica (enviada por el hospital) para hacerle un nuevo análisis de sangre y otras pruebas. Por la noche, recibí una llamada telefónica. Un doctor me dijo: “Ya no hay ninguna infección en la sangre, y ¡eso es realmente increíble!” Le agradecí por darme tan buenas noticias, y llamé al practicista de inmediato. Habíamos ganado una batalla, pero necesitábamos persistir. Teníamos que mantenernos fieles a la Verdad divina, y declarar que lo que no proviene de Dios no es la realidad. Durante las siguientes dos semanas, mi hijo continuó mejorando al punto que se pudo levantar y salir afuera.
Al término de esas dos semanas, el hospital envió una notificación para que se hiciera una colonoscopía. Mi primera reacción fue decir que no, pero no había orado para saber qué era correcto hacer. Tenía que callar para poder escuchar la respuesta que el Padre me daría. Lo que me vino al pensamiento fue que si mi hijo tenía que hacerse ese examen, sería para gloria de la Verdad.
Después de decidir que se haría el procedimiento, los dos estábamos tranquilos y seguros de que habíamos tomado la decisión correcta. Teníamos la certeza de que solo se manifestaría la Verdad. La prueba, que por lo general toma 45 minutos, duró más de dos horas. Durante ese tiempo, leí a fondo el artículo “La ley de Dios que todo lo ajusta” por Adam Dickey del Christian Science Journal de Enero de 1916.
Los médicos dijeron que la prueba había tomado todo ese tiempo porque ellos no podían encontrar nada. Dos semanas después, mi hijo regresó a su casa. Hoy sigue gozando de perfecta salud.
Quiero expresar mi enorme gratitud al practicista quien nos ha apoyado continuamente con mucho amor y paciencia.
La Verdad es siempre victoriosa.
Martine Fossier, Lausana
Confirmo el testimonio de mi madre. Me he reincorporado totalmente a mi trabajo y llevo una vida normal. Estoy muy agradecido.
Olivier Simulin, Lausana
