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Artículo de portada

El envejecimiento no es inevitable

Del número de mayo de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en francés


Una profesora de psicología de la Universidad de Harvard, Ellen Langer, tenía una intuición acerca de la naturaleza mental de las limitaciones conectadas con la edad. De modo que en 1979 diseñó un experimento para probar su hipótesis (véase Ellen Langer, Counter clockwise, Hodder, 2010).

Para este experimento, se seleccionó un grupo de hombres de edad avanzada y se les pidió que vivieran juntos por una semana en un lugar que estaba totalmente remodelado para que se viera como en el año 1959 (veinte años atrás). Los participantes aceptaron las reglas del juego que requerían que vivieran una vez más el año 1959 plenamente. Debían volver a ser la persona que eran veinte años antes.

La profesora registró, una semana más tarde, algunos interesantes efectos. Explicó que los participantes tenían mejor sentido del oído, mejor memoria. Saludaban con un apretón de manos mucho más fuerte. Eran más flexibles y más ágiles.

Este experimento da qué pensar. La Ciencia Cristiana confirma que las causas para el envejecimiento son mentales, pero su naturaleza mental y la manera de superar el envejecimiento, se encuentran más allá de las explicaciones de una teoría humana. Envuelve reconocer nuestra identidad espiritual como reflejos perfectos de Dios, ni jóvenes ni viejos.

Aquellos que leen con regularidad el libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, están familiarizados con el pasaje donde la autora dice que “Una mujer de ochenta y cinco años, a quien conocí, recobró la vista. A otra mujer, a los noventa, le salieron nuevos dientes, incisivos, colmillos, premolares y un molar. Un hombre de sesenta años había conservado su dentadura superior e inferior completa sin una caries” (pág. 247).

El Christian Science Journal de Diciembre de 1895 menciona la experiencia de un hombre que, aunque tenía más de 80 años, comenzó a rejuvenecer. Sus arrugas comenzaron a desaparecer, comenzó a crecerle el cabello nuevamente, y otras cosas por el estilo (http://journal.christianscience.com/issues).

Todas estas experiencias indican que el envejecimiento no es un hecho inevitable de la vida contra el cual somos impotentes. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe: “Todo es tan real como lo hagáis y no más. Lo que véis, oís, y palpáis es un modo de consciencia, y no puede tener otra realidad que el concepto que tengáis de ello” (La unidad del bien, pág. 8). ¿Podemos aplicar esta declaración al envejecimiento? Sí. Entonces, ¿qué debemos hacer cuando nos enfrentamos con una de las pretensiones relacionadas con la creencia en la edad? Cualquiera sea el problema, nunca está afuera, sino que reside en nuestro pensamiento. A fin de destruirlo y recuperar nuestra vitalidad natural, necesitamos eliminar esta creencia de nuestro pensamiento.

Nuestra energía es una cualidad divina que poseemos eternamente.

Puesto que es un concepto equivocado acerca del hombre que se guarda en el pensamiento, y no una realidad física, la dificultad es destruida cuando es reemplazada por la verdadera idea del hombre. El hombre no es un agregado de partículas físicas, sino la compuesta idea de Dios.

Estamos seguros y no somos ni jóvenes ni viejos. Nuestra energía no es afectada por la revolución de la tierra alrededor del sol. Nuestra energía es una cualidad divina que poseemos eternamente. Nuestra fuerza es una expresión del poder de Dios, que no es contaminada por el tiempo. Nuestra inteligencia es una expresión individual de la inteligencia divina, la Mente infinita, que no es tocada por la descomposición. Nuestra creatividad y nuestra alegría son expresiones únicas y eternas del Alma. Somos y continuamos siendo lo que Dios conoce que somos ideas perfectas, completas, eternas. La creencia en el cerebro, la sangre, los huesos, es incapaz de definir lo que podemos o no podemos hacer, puesto que somos enteramente espirituales e incluimos eternamente oportunidades infinitas. Aquello que no es no puede tocar aquello que es. La oscuridad no afecta la luz. La luz siempre destruye la oscuridad. Y todos somos “hijos de luz” (1º Tesalonicenses 5:5).

¿Qué tan vieja es tu honradez, tu bondad, tu alegría? No tienes edad alguna.

Eres eterno.

Eres indestructible.

Eres útil.

Eres el representante de la Vida y su infinita vitalidad.

“Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (Ciencia y Salud, pág. 261).

Ahora, preguntémonos: “¿Qué ocupa nuestro pensamiento?” Y asegurémonos de que lo que aceptamos en nuestro pensamiento es solo la idea verdadera de nuestro ser, espiritual y lleno de vitalidad.

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