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Las cadenas se habían roto

Del número de mayo de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


Desde niña mis familiares me decían que como mis dos abuelas tenían diabetes, yo también sufriría de ella, por lo que crecí con la idea de que esa enfermedad era inevitable y natural.

Ya de jovencita comencé a tener todos los síntomas que tenía la abuela que vivía conmigo, por lo que me hacían análisis regularmente, y vivía haciendo un régimen estricto.

Con el tiempo me casé y tuve que dejar mi trabajo porque a mi esposo no le gustaba que trabajara. Así que, años después, cuando me abandonó, con tres hijos pequeños, yo no tenía ninguna entrada. En ese entonces, mis padres estaban enfermos e internados en distintos hospitales, así que me resultaba difícil atenderlos a ellos y a los niños. Me sentía tan agobiada por las responsabilidades, que el temor que tenía por los síntomas de diabetes recrudeció.

Para distraerme, visitaba a una vecina, y siempre le pedía algo para leer. Un día, me dio una revista que yo no conocía: El Heraldo de la Ciencia Cristiana.Y me señaló un artículo que hablaba del matrimonio y el divorcio.

Lo empecé a leer y sentí que el autor me estaba hablando a mí, que lo había escrito para mí, que me amaba. Incluía el pasaje bíblico: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). La lectura de ese artículo me hizo sentir muy bien. Para cuando acabé de leer ese artículo mi perspectiva de las cosas había empezado a cambiar. Así que decidí leer otros artículos. Todos me daban consuelo, me hablaban directo al corazón. Me decían que yo podía, que yo servía. Me decían que Dios me amaba.

Esto me impulsó a leer el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Allí encontré el concepto de Dios como Amor, como Padre, como Madre, como el que nos ama a todos por igual.

A mí siempre me había preocupado mucho la desigualdad, el hecho de que unos eran felices y otros no, que unos tenían provisión, y otros no. Y aquí me estaban presentando a un Dios que amaba a todos, y éramos todos Sus hijos y expresábamos Su amada creación.

El siguiente pasaje me ayudó mucho: “Las piedras principales en el templo de la Ciencia Cristiana han de encontrarse en los siguientes postulados: que la Vida es Dios, el bien, y no el mal; que el Alma es impecable, y no ha de ser encontrada en el cuerpo; que el Espíritu no está, y no puede ser, materializado; que la Vida no está sujeta a la muerte; que el hombre espiritual y verdadero no tiene nacimiento, ni vida material, ni muerte” (Ciencia y Salud, pág. 288).

Empecé a sentirme parte del mundo de nuestro Padre-Madre Dios, donde el Espíritu se expresa en Vida, Verdad y Amor. Comencé a sentir amor por mí misma. Entendí que formaba parte de la creación divina y esto quería decir que Dios me protegía y cuidaba de mí y de todos. No había diferencias, no había privilegios, no había nada que fuera injusto. Era realmente el mundo en el que todos deseamos vivir.

Cuando leí la definición de hombre fue para mí como llegar a la cima del conocimiento verdadero. Dice que el hombre no es material, sino idea, la imagen del Amor. Que no es el físico (Ibíd., pág. 475).

Esto me llevó a leer el primer capítulo del Génesis en la Biblia. El mismo afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, es decir, que somos la culminación de Su creación; y toda la creación es buena en gran manera. Esto me ayudó a dejar atrás, poco a poco, las creencias materiales que nos agobian y hacen que se manifiesten la enfermedad, el pecado y la muerte.  El temor a la enfermedad comenzó a desaparecer, y dejé de usar medicamentos.

A través de esta nueva perspectiva de la vida, pude encontrar trabajo muy pronto, lo cual me ayudó a responder a los problemas económicos que enfrentaba. Me sentía agradecida, feliz y útil. Aprendí a incluir a toda mi familia en mis oraciones, sabiendo que ellos también son los hijos amados de Dios.

Empecé a agradecer al Amor divino porque me di cuenta de que cuando uno enfrenta desafíos, el estudio de la Ciencia Cristiana nos ayuda a estar conscientes de la realidad, y ya no vemos al que sufre como un pobre ser humano, sino como alguien que está por despertar de sus creencias materiales, y entra en el mundo del Espíritu donde todos somos Sus hijos, todos somos Su imagen y semejanza.

Al dedicar mi tiempo a la lectura de Ciencia y Salud, todas las experiencias que había tenido por la creencia en la herencia se esfumaron. Los síntomas de diabetes desaparecieron y nunca volvieron a manifestarse.

Para mí fue como si las cadenas —aquellos lazos carnales que me habían tenido atada— se hubieran roto. Había despertado a una vida completamente nueva.

Solo puedo decir: “¡Gracias a Dios por su don inefable!”, (2° Corintios 9:15).

Rosario Iris Corrotti, Montevideo

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