A lo largo de mi vida he experimentado diversas separaciones con miembros muy cercanos de mi familia (esposo, hijos, madre), todas por diversos motivos. Algunas fueron separaciones organizadas, otras impuestas por situaciones inesperadas, algunas temporarias y otras definitivas. He notado que todas estas experiencias me han impulsado a crecer espiritualmente, a buscar respuestas más allá de la materia. Me han demostrado que ciertamente “los desafíos son pruebas del cuidado de Dios” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 66).
En todos esos casos, se hizo necesario reorganizar mi vida humana nuevamente. Hubo períodos de gran exigencia, estudio y progreso. Hubo momentos que me llevaron a profundizar y adquirir una comprensión más espiritual acerca de la familia. ¿Cuáles son sus bases? ¿Cuánto permitimos que Dios nos gobierne en nuestras relaciones familiares? Mary Baker Eddy escribió: “Hay libertad moral en el Alma. Nunca restrinjas a alguien el horizonte de sus miras nobles mediante la exigencia egoísta de todo su tiempo y sus pensamientos… El hogar es el lugar más querido en la tierra, y debiera ser el centro, aunque no el límite, de los afectos” (Ibíd., pág. 58).
Entender el consuelo que Dios nos da es aceptar Su guía, Su misericordia, Sus enseñanzas.
He descubierto que, al comprender quiénes somos realmente como idea espiritual de Dios, podemos continuar en un proceso irreversible de progreso. La comprensión espiritual permite que nuestras cualidades espirituales brillen con naturalidad, de manera que podemos bendecir a quienes tenemos cerca. Y lo mejor es que cada uno de nosotros puede apreciar el verdadero valor de la familia, reconociendo que Dios es el Padre-Madre de cada uno de nosotros, que no hay separación entre Dios y Sus ideas. Por lo tanto, todos formamos parte de la familia de Dios, somos uno con la Mente divina única. Sabiendo esto somos capaces de ayudarnos los unos a los otros, y expresar Su amor.
He sentido el consuelo del Amor divino en medio de situaciones difíciles o tristes, y me he encontrado agradeciendo a Dios por amarme, cuidarme, consolarme. La palabra consuelo antes tenía para mí una connotación de tristeza, pero me he dado cuenta de que el consuelo que Dios nos da es activo, alegre, con expectativa de bien. Su consuelo va desplegando nuestra vida; es el reconocimiento de que nunca podemos estar fuera del alcance del bien divino. Entender el consuelo que Dios nos da es aceptar Su guía, Su misericordia, Sus enseñanzas. Su consuelo nos da dominio. Este dominio nos permite resistir cualquier clase de pensamiento de tristeza, pobreza, dolor y limitación. Abre nuestro pensamiento para que sea receptivo a la expectativa de recibir el bien de formas inimaginables.
Muchas veces me he encontrado repitiendo la letra de este poema, que se encuentra en el Himnario de la Ciencia Cristiana, o cantándolo por lo bajo, a veces aferrándome a él como una tabla que me ayuda a flotar, otras con enorme gratitud. El mismo dice en parte:
Dios el consuelo, cual madre, da a Sus hijos;
es el consuelo calma en el afán,
es la esperanza y el valor invicto,
es el amor que siempre vive en paz.
Santa presencia, que calma a quien la invoca,
¡amor de Dios, que basta conocer!
(Maria Louise Baum, Christian Science Hymnal, Nº 174, Spanish translation © CSBD)
Cada miembro de mi familia ha recibido el consuelo del Amor divino en distintas formas y de acuerdo con sus necesidades. Todos hemos tenido, y continuamos teniendo esta oportunidad maravillosa de sentir que somos uno con nuestro Padre-Madre que nos cobija, alienta e inspira, sabiendo que “ahora somos hijos de Dios” (1º Juan 3:2), y que ese ahora es permanente.