Una mañana, iba en mi motoneta rumbo al trabajo, cuando choqué contra una motocicleta que estaba delante de mí, golpeándome muy fuerte el pie. Como consecuencia, me salí del camino y terminé en la acera del lado opuesto. El motociclista se aseguró de que yo estuviera bien, y verificó que su moto no hubiera sufrido desperfectos. Como yo no me había caído de la motoneta, pude asegurarle que nada grave me había ocurrido, y que solo mi pie había golpeado contra su moto. El frente de mi motoneta estaba estropeado, pero logré arrancarla otra vez. Así que me fui, orando.
Me vino al pensamiento una frase de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy que dice que “los accidentes son desconocidos para Dios”. La oración completa dice así: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía” (pág. 424).
¡Al mirar mi motoneta, era difícil aceptar que el accidente no había ocurrido! Pero por primera vez percibí esta verdad en una nueva luz, es decir, no como una simple negación del accidente, del cual el estado material de mi motoneta parecía ser una evidencia, sino como una afirmación de la omnipresencia del bien, de la armonía que se expresa continuamente, sin interrupción, sin ruptura y, por ende, sin accidente.
Pude realizar todas mis actividades del día sin tener ningún problema para caminar. Pero por la noche, de regreso en casa, le mostré a mi esposo la motoneta para que evaluara las reparaciones necesarias. Le conté acerca del accidente y le mostré mi pie. En ese momento, ya no pude poner el pie en el suelo o caminar, puesto que me dolía mucho, aunque dos minutos antes había podido caminar perfectamente bien.
Después de cenar, me fui a la cama saltando porque todavía no lograba apoyar el pie en el suelo. Comencé a orar afirmando que el bien ya estaba presente, pero el temor comenzó a dominarme y me vinieron varios pensamientos que me preocuparon: “¿Cómo voy a trabajar si esto perdura? ¿Cómo voy a cuidar de mis hijos?”
Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda mediante la oración. Inmediatamente después de la llamada telefónica, me fui a la cama sintiéndome totalmente en paz, libre de todos mis temores de cómo lograría hacer todo lo que necesitaba hacer. Lo único que necesitaba era permitir que Dios me guiara y estar libre de temor.
Una hora después de llamar al practicista, me desperté sintiendo algo en el pie. Sabía que estaba sana. Me levanté para tomar agua, y realmente caminé sin dificultad alguna. ¡Estaba totalmente libre!
Al día siguiente y los días después, pude hacer todo lo que necesitaba. Los temores habían desaparecido.
Esta curación tuvo lugar hace más de cinco años, y nunca hubo efectos secundarios. No tengo ningún problema para caminar. ¡Qué alegría es conocer la Ciencia Cristiana, una Ciencia práctica que todos pueden demostrar en la vida diaria!
Horacia Gravet, Chatou