Estaba en el séptimo mes de embarazo de mi hija menor, cuando recibimos la noticia de que había fallecido el sobrino de mi marido. Esto me afectó mucho, y además del dolor de la pérdida me invadió un gran miedo por la salud de la criatura. Estos pensamientos eran como fantasmas que me venían a la mente constantemente, y comenzaron a afectar mi descanso, mi tranquilidad.
Mi familia estaba muy preocupada por mi salud. Para entonces, mis padres ya conocían la Ciencia Cristiana, y estaban leyendo el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Yo había comenzado a leer algunos Heraldos, y sus ideas realmente me encantaban, me daban mucha paz.
No obstante, a mí me costaba mucho descansar. También tenía un niño de tres años, y trabajaba, así que realizar todas esas actividades sin haber dormido, me resultaba difícil.
Entonces mis padres me recomendaron que le pidiera a una practicista de la Ciencia Cristiana que me apoyara con la oración. Recuerdo que la llamé y ella simplemente me dio una frase corta pero muy profunda. Me dijo: “Tu hija no es indefensa”. Esas palabras llegaron muy claramente a mi consciencia. Ella me habló con tanta certeza y seguridad, que sentí mucha tranquilidad.
Mientras leía Ciencia y Salud, encontré este pasaje que me llamó la atención: “Recuerda que la letra y el argumento mental son sólo auxiliares humanos para ayudar a poner el pensamiento en concordancia con el espíritu de la Verdad y el Amor, que sana a los enfermos y los pecadores” (págs. 454-455). Entendí que no eran las palabras lo que importaba en esta situación, tanto como la paz, la seguridad que la practicista había logrado transmitirme. Me mostró que Dios es el que gobierna y ha modelado nuestra verdadera individualidad a Su propia semejanza, y a medida que nos mantenemos en quietud y comprendemos esto, podemos superar cualquier desafío.
Recuperé de a poco la paz y el descanso, y me reintegré a mi vida normal. Cuando llegó el momento del parto, no fue necesario usar ninguna medicación. Recuerdo que el médico que me asistía me dijo que le había reservado un lugar en neonatología porque la bebé era muy chiquita. En ese momento, recordé las palabras: “Tu hija no es indefensa”. Me embargó una paz muy grande, y el parto fue normal. No hubo necesidad de que me dieran anestesia de ningún tipo, y la bebé pesó dos kilos y medio, que era justo el límite para no tener que ser internada para recibir cuidados especiales. La llevamos a casa con nosotros.
Cuando nos ponemos en armonía con el Principio divino, las leyes espirituales que gobiernan todo el universo, solo el bien puede manifestarse.
Después de esto, empecé a asistir a la iglesia, a estudiar las Lecciones Bíblicas de la Ciencia Cristiana. Luego los niños comenzaron a asistir a la Escuela Dominical, lo cual me ha ayudado mucho durante su crianza.
Lo que más me impactó cuando empecé a estudiar Ciencia y Salud fue la idea de Dios como Mente, como esa inteligencia infinita única que gobierna todo el universo de la Mente, el cual es espiritual. A veces podemos ver evidencia de esto en las flores, en las estrellas, en los cuerpos celestes. Yo siempre había buscado una explicación más elevada de lo que gobierna el universo, y la encontré al entender que Dios es Mente, es inteligencia, y que ningún detalle escapa a esta inteligencia.
Esta idea de que Dios es Mente, cambió por completo mi pensamiento. Yo soy bioquímica y había estudiado biología, de modo que, entender que el orden que contemplamos en la naturaleza es en realidad apenas un indicio de esa inteligencia superior que gobierna el universo espiritual y verdadero, fue para mí la respuesta final a la que ninguna investigación científica nunca podrá llegar.
Hay tres cosas centrales que me sostienen. Dios como Mente, Dios como Padre y Madre, o sea la expresión de la fuerza y la inteligencia masculina, y la ternura, la comprensión y el amor femenino, que se complementan entre sí y constituyen todo lo que existe. Y Dios como Principio, como el Legislador espiritual que nos gobierna a todos, incluso el universo. Cuando nuestros pensamientos están en armonía con esas leyes, con la verdad de la existencia, el bien se manifiesta en nuestra experiencia. Es así como podemos recurrir al Amor divino y confiar en él.
Este estudio ha contribuido grandemente a mejorar mi calidad de vida, y me ha cambiado como persona. Siento que ahora soy más receptiva y razonable. Expreso más paciencia y comprensión. He descubierto que, al apoyarnos en el infinito sostenedor, tenemos inagotables posibilidades de bien, y nuevas oportunidades para descubrir y redescubrir cuánto nos ama Dios.
La Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana ha sido de gran ayuda, porque todos los domingos mis hijos trabajan con ideas que los ayudan en su vida cotidiana. Siento que gracias a esta enseñanza, realmente no he tenido grandes desafíos respecto a su conducta.
Recuerdo una noche, cuando mi hijo se despertó llorando debido a un fuerte dolor de oído. Ese día yo había estado leyendo la Biblia y Ciencia y Salud, y tenía firme en el pensamiento la unidad indisoluble que existe entre Dios y el hombre. Soy maestra de la Escuela Dominical, y siempre hablamos y traemos el ejemplo de que Dios y el hombre son como el mar y una gota de agua. Con mi hijo leímos juntos el himno 135, que dice en parte: “No sé de alguna vida que no descanse en Ti; / yo a la Tuya unida, la vida recibí”. Eso nos dio la seguridad de que esta unidad de la vida estaba intacta y que en ella no podía haber ningún accidente, ninguna contaminación que pudiera afectar la plenitud de esa vida que Dios le había dado. Después dice: “No puede atormentarme ni pena ni dolor, / ni nada separarme jamás de Ti, Señor” (Carl J. P. Spitta and Richard Massie Christian Science Hymnal, Nº 135, Spanish translation © CSBD). Estar consciente de la unidad del hombre con Dios es lo que produce la curación. El niño muy pronto se durmió y al otro día estaba de lo más bien.
Muchas cosas han cambiado desde que empecé a estudiar el libro Ciencia y Salud. Estoy muy agradecida.
Claudia de León, Rosario