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La decisión de hoy

Del número de septiembre de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 16 de marzo de 2015.


En el verano de 1906, los Científicos Cristianos se estaban reuniendo para celebrar la dedicación de la Extensión de La Iglesia Madre. Hasta los informes en los diarios de la época parecieron captar el espíritu de que estaba ocurriendo algo más que la simple congregación, de los que se estimaba entre treinta y cuarenta mil Científicos Cristianos, en Boston, para asistir a las diversas actividades. El Boston Herald escribió:

“Cinco mil personas arrodilladas en comunión silenciosa; una profunda quietud; y luego, elevándose al unísono desde la vasta congregación, ¡las palabras del Padre Nuestro!...

“Fue un acontecimiento que quien lo haya presenciado no podrá olvidar jamás… Había algo que emanaba de los miles que adoraban bajo la cúpula del gran edificio, cuya inauguración formal habían venido a celebrar, algo que atraía a la imaginación y la avivaba. ¡Una religión comparativamente nueva iniciándose en una nueva era, y adoptando una posición completamente diferente ante el mundo!” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 29).

¿Qué era ese “algo que emanaba” de aquellas personas reunidas que “avivaba la imaginación”? Era el poder y la gracia del Cristo comprendidos. Esta era sencillamente una congregación de miembros a quienes se les había demostrado a través de la Ciencia Cristiana, que comprender que Dios es totalmente bueno y que el hombre es totalmente espiritual, podía restaurar la curación cristiana primitiva en sus propias vidas.

¿Cuál era esa “posición completamente diferente ante el mundo”? La respuesta puede verse en otro informe del mismo diario: “Tranquilamente, sin rastro de fanatismo, haciendo sus notables declaraciones con una sencillez que brotaba de la convicción de que se les creería, veintenas de Científicos Cristianos contaron curaciones de enfermedades físicas y mentales en las reuniones de testimonios que marcaron el final de su visita a Boston; curaciones que nos transportaron a la era de los milagros. Escuchar a hombres y mujeres prósperos y satisfechos, gente pudiente y de buena reputación, asegurar con seriedad a miles de oyentes que habían sido sanados de ceguera, de tuberculosis en grado avanzado, de enfermedades del corazón, de cáncer; que no habían sentido dolor cuando les acomodaron huesos fracturados; que estando al borde de la muerte habían sido sanados, pareció exigir demasiado a la frágil credulidad humana; sin embargo, se les creyó” (Miscelánea, págs. 79-80).

Lo que edificó, y continúa edificando, la Iglesia de Cristo, Científico, es la disposición que tienen sus miembros de escoger la realidad del Espíritu, la Mente, la Verdad, como la base de su pensamiento.

No obstante, el informe que realmente explicó lo que estaba ocurriendo, lo que hizo que el cristianismo se viera imbuido de una renovada percepción de la curación, fue el sermón dedicatorio que Mary Baker Eddy escribió para la ocasión: “ ‘Escoged’ ” (véase Miscelánea, págs. 3-6). El párrafo con que comienza no tiene un tono de “bueno, lo logramos ahora es tiempo de celebrar”, sino que habla, en cambio, de la fuerte exigencia que recae sobre los miembros. Después de citar a San Juan, donde dice que solo aquellos que “cumplen” los mandamientos de Dios tienen “derecho al árbol de la vida”, ella contrasta la imagen de un árbol vivo lleno de hojas verdes, con algo muy diferente. Ella habla de “las hojas secas de la fe sin obras”. Esa es una imagen sumamente poderosa con que comenzar: si hacemos las obras de Dios, nuestra fe está arraigada y floreciendo en la vida; si no las hacemos, puede que expresemos muchas palabras que suenan espirituales, pero realmente de lo que estamos hablando es de pilas de hojas pardas y arrugadas.

El mensaje dedicatorio de la Sra. Eddy indica claramente que la práctica de la Ciencia Cristiana nunca consistirá en tener una serie de creencias que podemos llamar nuestra “teología”, y luego llevar una vida y una forma de vivir diferente. Ella plantea el hecho de que debemos decidir qué es sustancia para nosotros, la materia o la Mente divina, pero debemos hacerlo a través de nuestra vida, no mediante pronunciamientos teológicos. Debemos responder al llamado: “¡Escoged!”

En 1906, la Ciencia Cristiana era la religión de crecimiento más rápido en los Estados Unidos, y nuevas iglesias surgían por todos lados. La gente acudía a ellas para averiguar de qué se trataba esta curación cristiana restablecida, de la que todos estaban hablando. Pero hoy en día, la atmósfera mental que rodea la religión en general, tiene muchas más probabilidades de incluir preguntas de duda y oscuridad, impuestas por el materialismo de estos tiempos.

Me parece que en aquel entonces, la Sra. Eddy les decía a sus seguidores que no se sintieran impresionados por toda la atención y los elogios, sino que se dedicaran al trabajo desinteresado de amar a otros siendo sanadores activos. Hoy sus palabras hablan con la misma energía, diciéndonos que no nos sintamos impresionados por toda la atención de fatalidad y desaliento que trata de imponerse, como si fuera nuestro propio pensamiento, sino que nos dediquemos a la labor desinteresada de amar a los demás siendo sanadores activos.

Lo que edificó, y continúa edificando, la Iglesia de Cristo, Científico, es la disposición de sus miembros de escoger la realidad del Espíritu, la Mente, la Verdad, como la base de su pensamiento; de escuchar conscientemente para oír al Cristo, el cual siempre está hablando a la consciencia humana, expresando la verdad de la unidad del hombre con el Espíritu, hablando del derecho que tiene el hombre de manifestar salud y santidad. Si no escogemos ser activos en esta labor, entonces el mundo está más que dispuesto a escoger por nosotros. Como Cristo Jesús indicó tan claramente, no podemos servir al pecado y a Dios al mismo tiempo.

Cada uno de nosotros debe decidir, ¿Es Dios —la Verdad, la Vida, el Amor— la realidad y sustancia a partir de las cuales yo escojo pensar y actuar? ¿Evoca esto dentro de mí un deseo natural de vivir la Regla de Oro de hacer a los demás lo que quisiera que ellos me hicieran a mí?  O bien, si soy sincero conmigo mismo, ¿acaso no me dedico principalmente a servir al sentido mortal al que llamo “yo”? La respuesta no se puede dar por sentada. Y no podemos responder como si recitáramos alguna declaración muy conocida de nuestra fe. Debemos escoger la verdad de todo corazón, con todas nuestras fuerzas.

Hace unos meses, los Científicos Cristianos se reunieron no solo en Boston, sino también por Internet, para compartir con alegría, los unos con los otros, sus experiencias de cómo han estado respondiendo a ese llamado de “Escoged”. Los corazones están conmovidos. Los Científicos Cristianos están respondiendo. Están llegando informes de curaciones y de una consagración más profunda. Como nos asegura Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “El tiempo para la reaparición de la curación divina es a través de todos los tiempos;…” y esto incluye esta época. Y a medida que escogemos hoy dedicar todo nuestro ser a la Ciencia divina, nosotros también tenemos la certeza de que estamos dotados “del espíritu y del poder de la curación cristiana” (pág. 55).

Scott Preller

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