Hacía tres años que me había casado en Estados Unidos, y acabábamos de mudarnos a México. Allí yo había solicitado una visa de trabajo, y tenía que irme a la frontera para recogerla afuera del país.
Antes de irme, mi suegra me comentó que yo tenía ciertos síntomas que parecían de hepatitis. Otras dos personas me dijeron lo mismo, y noté que estaban preocupadas. Inclusive uno me dijo que debía ver a un médico. Decidí no hacerlo porque sabía que mi remedio estaba en la oración. De pronto noté que tenía otros síntomas asociados con esa enfermedad. De todos modos, decidí viajar.
En cuanto llegué a la frontera, le pedí ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana. Él aceptó orar por mí y me ayudó a calmar el temor que sentía. Me sugirió que estudiara una sección en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, donde la autora, Mary Baker Eddy, pregunta: “¿Qué es la Mente?” Luego contesta: “La Mente es Dios. El exterminador del error es la gran verdad de que Dios, el bien, es la Mente única, y que lo supuestamente opuesto de la Mente infinita —llamado diablo o mal— no es la Mente, no es la Verdad, sino el error, sin inteligencia o realidad” (pág. 469). Con esto entendí que no debía fijarme en lo que hacía mi cuerpo, sino volver mi pensamiento hacia la verdad de que hay una sola Mente. Pensé en lo que escribe Pablo: “Confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2º Corintios 5:8).
El concepto de que todo es la Mente, Dios, me ayudó a entender que Dios es la fuente de mi ser, mi Padre-Madre. Percibí que Dios es infinito, está siempre presente y supe que no puede haber ninguna otra presencia. Así que me esforcé por apartar la vista de los síntomas del cuerpo y reconocer mi identidad espiritual y perfecta. Al hacerlo sabía que recurría a la inteligencia divina, al creador del universo, la Mente única. Y sabía también que “el hombre es la expresión del ser de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 470).
En Ciencia y Salud hay otra pregunta que se relaciona mucho con esto: “¿Qué es el hombre?” La Sra. Eddy responde esta pregunta en parte diciendo que el hombre no está constituido de elementos materiales (pág. 475). Esto me ayudó a ver claramente que no podía buscar la verdad de mi existencia en la materia porque estaba en el Espíritu. Por ser una idea de la Mente, tenía que expresar la naturaleza de la Mente, la cual es buena ya que no incluye ninguna enfermedad.
Me quedé en la frontera alrededor de una semana, esperando que me tramitaran la visa. Hablaba con frecuencia con el practicista, y me pasé casi todo el tiempo orando. Traté de llenar mi consciencia pensando en la relación armoniosa inherente que tenía con Dios, la cual no podía cambiar.
Refiriéndose a esta relación la Sra. Eddy escribe: “Las relaciones de Dios y el hombre, el Principio divino y la idea, son indestructibles en la Ciencia;…” (Ciencia y Salud, pág. 470-471). Necesitaba entender que la relación con mi Padre-Madre era firme y continua; no podía haber interferencia en ella debido a la hepatitis porque nada malo tiene cabida en esta relación perfecta entre Dios y el hombre.
Para cuando regresé a la Ciudad de México, todos los síntomas ya habían desaparecido, y nadie volvió a tocar el tema.
Estoy muy agradecida por el crecimiento espiritual que obtuve al orar con dedicación para tener esta curación, y por el tratamiento eficaz del practicista.
Cecily Lee, St. Louis, Missouri
Original en español
