Hay personas que se sienten muy cerca de Dios. Creen que Dios cuida de ellos y que pueden contar con Su cuidado. La Biblia promueve esta idea profundamente arraigada, y muchos han tenido pruebas de ella en su vida.
La idea de que somos uno con Dios va espiritualmente aún más hondo, a la esencia misma de nuestra relación con Dios, y a la razón por la cual Él está cerca de nosotros. Cristo Jesús nos enseñó y demostró nuestra unidad con Dios, con el fin de eliminar la creencia de separación que sustenta el pecado y el sufrimiento humano. Los resultados de la verdad que Jesús enseñó fueron las innumerables curaciones que realizó, la restauración de la integridad y la salud de aquellos que estaban discapacitados o abrumados por la enfermedad, aparentemente apartados de la ayuda de Dios.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy escribe: “Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser. Las Escrituras dicen: ‘Porque en Él vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser’” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 361).
El sentido material de la vida es lo que hace que sintamos que estamos aparentemente separados de Dios; no solo aislados de Su cuidado, sino también separados de Él en nuestra naturaleza. Sin embargo, la Ciencia Cristiana razona como hizo Jesús, cuando dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). De sus curaciones y enseñanzas, es evidente que Jesús sabía que el hombre era el linaje amado y perfecto de su Hacedor. Jesús destruía las imperfecciones morales así como el sufrimiento físico, y nos enseñó el cuidado completo que Dios nos brinda.
La Ciencia Cristiana razona partiendo de la base de que lo que Dios crea, lo expresa a Él; que un Dios perfecto produce una creación perfecta; que un Dios bueno y afectuoso produce solo el bien. El libro de Isaías dice que los hijos de Dios son creados para la gloria de Dios, para alabarlo (véase Isaías 43:7, 21). Ser uno con Dios significa que alabamos a Dios por medio de nuestra existencia misma, porque Él está expresando Su propia naturaleza y ser en nosotros. La Sra. Eddy escribe en el libro de texto: “El hombre y la mujer, coexistentes y eternos con Dios, reflejan para siempre, en cualidad glorificada, al infinito Padre-Madre Dios” (pág. 516).
Las consecuencias de esta unidad elevan y bendicen todo aspecto de nuestra vida diaria, incluso nuestra salud y los pensamientos que tenemos. En lugar de vivir como si estuviéramos separados de la bondad y el control afectuoso de Dios, podemos probar cada vez más la presencia de dicha bondad y control aquí mismo.
Por ejemplo, he encontrado que comprender mi unidad con Dios, la Mente divina —como imagen o expresión de la Mente— me ha ayudado a demostrar a través de mejores pensamientos y salud, algo de la armonía que es normal para mi verdadera individualidad. He alcanzado cierta comprensión de la verdad de que no hay irritación, inflamación o reacción en la Mente, de manera que no hay nada de eso en la expresión de la Mente. He percibido en cierto grado que la imagen de la Mente no puede hacer nada o ser nada por sí misma; no puede estar inflamada, enferma o perturbada de ninguna forma, porque la imagen de la Mente es una con la Mente, y solo puede expresar la armonía que está constantemente presente en la Mente.
Nuestra unidad con Dios significa que nuestros pensamientos verdaderos no son el producto de un cerebro. El hecho de que el Espíritu nos creó espiritualmente quiere decir que la verdadera fuente de nuestros pensamientos es la Mente infinitamente buena, el Amor divino, y por lo tanto nuestros pensamientos son buenos, generosos, verdaderos y sabios. En la medida en que comprendemos esto, comprobamos que tenemos exactamente los pensamientos que necesitamos, cuando los necesitamos. Sabemos qué decir y hacer, cuándo necesitamos decirlo o hacerlo. También sabemos cuándo no tenemos que decir algo, así como, cuándo, en cambio, calladamente debemos esperar en Dios.
El Dios que nos ama y es la fuente de nuestro existir no cambia ni fluctúa. Nuestra verdadera individualidad permanece tan constante en sus capacidades, como la Mente divina, que es eterna e inalterable. Nuestras verdaderas facultades mentales no se pierden, porque el Amor divino afectuosamente nos las otorga, reflejándolas por siempre en nosotros.
Cada vislumbre que obtenemos de dichas verdades espirituales absolutas, trae curación a la mente y al cuerpo, brindándonos la tranquilizadora evidencia de que nuestra unidad con Dios es real y puede probarse; y dándonos la promesa de que habrá descubrimientos espirituales continuamente y más curaciones. Con el continuo progreso espiritual, aprendemos más plena y profundamente cuán amorosos somos por ser los hijos del Amor divino. Descubrimos cuán armoniosos, completos y perfectamente formados somos, por ser la manifestación misma del Espíritu. Y aprendemos cada vez más cuán puros y buenos somos, por ser el reflejo del bien divino.
Con dicho progreso no solo encontramos curación y regeneración para nosotros mismos, sino que podemos sanar a otros, mediante este mismo entendimiento. Dicha curación no es una habilidad personal, sino el efecto natural de la verdad que brilla en nuestro pensamiento. Reconocemos la unidad que otros tienen con su Padre-Madre, Dios. Discernimos su armonía, integridad, equilibrio, compleción, dominio y libertad espirituales, que Dios refleja en ellos. Discernimos y sentimos el amor que Dios tiene por ellos, y sabemos que el amor de Dios es el poder sanador.
Nuestra unidad individual con el Amor divino alcanza cada senda de nuestra experiencia y pensamiento humanos. De modo que en nuestros esfuerzos por sanarnos a nosotros mismos o a otros de la enfermedad, deshacernos de la manera errada de pensar y vivir, y crecer en gracia y comprensión, tenemos la provechosa mano de nuestro Padre-Madre. El Amor nos rodea y su abrazo no falla. El amor conoce nuestras necesidades en todos los sentidos. La presencia, el poder y la influencia del Amor están por siempre en operación, para fortalecer todo esfuerzo que surja para ser totalmente buenos, y para abrir nuestros ojos a la libertad y dominio espirituales que ya tenemos por ser la imagen misma de nuestro Hacedor.
David C. Kennedy
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Mayo de 2016.
