En octubre de 2015, cuando fui a la escuela a recoger a mi hijo de dos años, su maestra me mostró que el niño tenía un sarpullido rojo en varias partes del cuello. El sarpullido parecía estar extendiéndose también a otras partes del cuerpo.
En ese momento me asusté un poco, porque me acordé de que yo había tenido varias reacciones alérgicas en mi niñez y de adulta. En aquel entonces yo no conocía la Ciencia Cristiana, y utilizaba medicina para aliviarme. Aunque había estado totalmente libre de esa condición por unos diez años, no quería que mi hijo tuviera la misma experiencia.
De modo que, en segundos me di cuenta de que debía apartar mi mirada de la condición y superar los pensamientos de temor. Afirmé mentalmente “la declaración científica del ser” que Mary Baker Eddy escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. La misma dice en parte: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo” (pág. 468). También oré para negar el concepto de la herencia material. No puede haber enfermedad hereditaria, puesto que hay un solo Padre y Madre de todos nosotros, Dios, quien creó todo espiritual y perfecto, a Su semejanza. Luego reconocí que mi hijo es una idea espiritual que evoluciona de Dios, el Principio divino —su verdadera Madre— y, por lo tanto, solo puede expresar perfección.
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