En octubre de 2015, cuando fui a la escuela a recoger a mi hijo de dos años, su maestra me mostró que el niño tenía un sarpullido rojo en varias partes del cuello. El sarpullido parecía estar extendiéndose también a otras partes del cuerpo.
En ese momento me asusté un poco, porque me acordé de que yo había tenido varias reacciones alérgicas en mi niñez y de adulta. En aquel entonces yo no conocía la Ciencia Cristiana, y utilizaba medicina para aliviarme. Aunque había estado totalmente libre de esa condición por unos diez años, no quería que mi hijo tuviera la misma experiencia.
De modo que, en segundos me di cuenta de que debía apartar mi mirada de la condición y superar los pensamientos de temor. Afirmé mentalmente “la declaración científica del ser” que Mary Baker Eddy escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. La misma dice en parte: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo” (pág. 468). También oré para negar el concepto de la herencia material. No puede haber enfermedad hereditaria, puesto que hay un solo Padre y Madre de todos nosotros, Dios, quien creó todo espiritual y perfecto, a Su semejanza. Luego reconocí que mi hijo es una idea espiritual que evoluciona de Dios, el Principio divino —su verdadera Madre— y, por lo tanto, solo puede expresar perfección.
Busqué el significa de alergia en un diccionario, y uno de los sinónimos que encontré fue aversión. Entonces me acordé que hacía unos días que el niño había estado llorando y se negaba a salir del auto cuando llegábamos a la guardería infantil. Comprendí que la aversión contra ese lugar podía sanarse.
En ese momento me vino al pensamiento esta cita de la Sra. Eddy: “La Ciencia Cristiana jamás sanó a un paciente sin probar con certeza matemática que el error, cuando se le descubre, queda destruido en sus dos terceras partes, y el tercio restante se aniquila a sí mismo” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 210). Me sentí reconfortada con la absoluta certeza de que el problema se estaba destruyendo, allí mismo, porque el llamado error, la supuesta causa de la condición, había sido puesta al descubierto.
Cuando me levanté temprano a la mañana siguiente, noté que prácticamente no quedaba rastro alguno de la alergia en la piel de mi hijo. ¡Me sentí radiante de felicidad! Por supuesto, yo conocía el poder de sanar mediante la oración en la Ciencia Cristiana, y había tenido otras curaciones, pero me sentí muy agradecida por esa rápida mejoría.
Con ese progreso pensé que la piel de mi pequeño estaría completamente sana en unas pocas horas o al día siguiente. Pero entonces me di cuenta de que no debía establecer ningún término de tiempo para que ocurriera la curación. En vez de eso, reconocí en oración que él en realidad jamás había sufrido de la condición, puesto que la enfermedad no forma parte de la creación de Dios, y, por ende, no era real. La verdad era que mi niño ya estaba expresando la perfección de Dios en ese mismo momento.
En unas horas su piel estaba completamente normal otra vez, y el problema no volvió a manifestarse.
Sin embargo, la situación con la guardería aún no se había resuelto. Después de un mes, el niño continuaba llorando cada vez que nos acercábamos a la calle donde estaba ubicada la guardería, y se negaba a quedarse allí.
Yo no podía entender porqué persistía esa sensación de aversión, porque ya se había producido la curación. Pero al orar me di cuenta de que yo también tenía que liberarme de ese sentimiento respecto de la guardería. En lo profundo de mi ser yo quería pasar más tiempo con mi hijo y sabía que era importante hacerlo, en lugar de dejarlo todo el día en la guardería. Mientras oraba, dejé de sentir la necesidad de ir a mi oficina temprano o dedicarme a hacer otras actividades, y empecé a trabajar más desde casa y a quedarme tanto como podía con mi pequeño. Mi vida y las exigencias de mi trabajo se acomodaron perfectamente. Empecé a tener más tiempo y más energía para dedicarme a mi hijo. Fue entonces que una conocida, una persona muy confiable que necesitaba trabajo extra, entró en nuestras vidas, y ella era perfecta para cuidar al niño por unas pocas horas durante el día.
Al año siguiente, mi hijo estuvo listo para hacer la transición a la escuela primaria. Me enteré de una escuela que promueve buenos valores en la educación, y decidí inscribirlo en esa escuela.
Pero entonces, aparte de pagar por la guardería (con la que todavía teníamos un contrato aunque nuestro hijo ya no asistía), y una niñera, ahora también tenía que hacerme cargo de los gastos de inscripción en la nueva escuela y de los útiles para ese año.
Mientras oraba, me acordé de una conferencia de la Ciencia Cristiana que había visto por Internet, donde la oradora mencionó que había experimentado un problema similar cuando su hija estaba estudiando en una institución cuyas colegiaturas parecían ser más altas de lo que ella podía pagar. Al orar se dio cuenta de que ella estaba buscando los valores correctos que había en esa institución educativa, y eso era un deseo correcto, necesidad que Dios seguramente respondería, puesto que “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud, pág. 494). Ella encontró los medios para pagar la educación de su hija de maneras que las bendijo a ellas y a la escuela.
Oré para hacer lo mismo, y llegué a sentir la certeza de que era Dios el que estaba respondiendo a nuestras necesidades. De modo que todos los desafíos fueron resueltos, y la provisión se manifestó natural y fácilmente. Mi hijo hizo la transición a la nueva escuela, donde estudia medio tiempo, y es muy feliz.
Esta experiencia fue muy importante para mí, porque me hizo entender que Dios, el Principio divino, la única fuente de todas las cosas verdaderas, está continuamente activo. En el primer capítulo de Ciencia y Salud aprendemos que: “El deseo es oración; y ninguna pérdida puede ocurrir por confiar a Dios nuestros deseos, para que puedan ser moldeados y exaltados antes de que tomen forma en palabras y en obras” (pág. 1).
Es Dios quien moldea nuestros pensamientos, antes de que tomen forma en palabras y en hechos en nuestra vida diaria. Podemos confiar en esto y ceder a la verdad espiritual de que Dios responde a nuestras necesidades de una forma que bendice a todos. Esta curación va más allá de la restauración de la piel de mi pequeño. Me hizo comprender que cuando dejamos de lado la voluntad humana y confiamos en que el bien de Dios está continuamente desenvolviéndose en nuestra vida, los resultados son siempre armoniosos.
Rachel Tibery Espir, Uberlândia
Original en portugués
