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El buen gobierno comienza por el gobierno propio

Del número de diciembre de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 4 de julio de 2016


Arrojé a la mesa del comedor el periódico con el impactante titular. Me sentía consternada y no podía seguir leyendo. Un escándalo político había sido el tema central de la cobertura informativa durante los últimos días, y aquel día en particular había salido a la luz un hecho que había revelado irregularidades aun más graves.

Tomé una cesta llena de ropa sucia para llevarla al lavadero del sótano, pero no estaba realmente pensando en lavar la ropa. Estaba condenando mentalmente al individuo que era el centro del escándalo. Perdida en mis pensamientos, y sin poder ver las escaleras debido a la cesta que llevaba, comencé a bajar los escalones sin darme cuenta de que mi gato estaba justo delante de mí, profundamente dormido. Lo pisé, e inadvertidamente hice que él cayera por la escalera. Perdí el equilibrio y me caí, aterrizando sobre el hombro en el piso del sótano. La caída me dejó sin aliento, y por un momento no me pude mover.

De inmediato recurrí a Dios en oración. Al orar, recordé un versículo de la Biblia: “Levántate derecho sobre tus pies” (Hechos 14:10), una frase que el apóstol Pablo dijo “a gran voz” al ordenarle a un cojo que caminara. Sentí como si Dios me estuviera ordenando que me pusiera de pie, y así lo hice de inmediato, para demostrar mi fortaleza y mi dominio otorgados por Dios. Obedecí y me di cuenta de que podía pararme, aunque con mucha incomodidad al principio. Al hacerlo, la palabra íntegro resonaba en mi pensamiento. Entonces recordé otro pasaje bíblico: “Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz” (Salmos 37:37).

De pronto me di cuenta de qué era lo que había producido la caída: había erróneamente aceptado que algunas personas caen del amor de Dios, que son mortales pecadores que obran en contra de lo que es moralmente correcto y bueno. Había estado juzgando y condenando a la persona atrapada en el escándalo político como a un mortal pecador. No había reconocido a ese individuo en su verdadera naturaleza, como hijo íntegro de Dios, ¡y literalmente me había visto a mí misma como caída!

Dediqué algunos minutos a orar acerca de la controversia política y por todos los involucrados en ella. Mi punto de vista endurecido se desvaneció ante los pensamientos dulces y puros del Amor divino, que inundaron mi consciencia. Me propuse reconocer que todos los individuos son realmente íntegros, perfectos y viven en paz, pues en realidad todos son expresiones puras de Dios, y nunca están fuera de la presencia del amor de Dios; y Dios no da a Su imagen y semejanza la posibilidad de pecar. Como un buen padre, Dios ama a todos Sus hijos demasiado como para hacer que lastimen o sean lastimados. Saber esta verdad espiritual nos alienta a tener pensamientos y vidas más íntegras. Por eso a medida que oraba confiaba en que la tierna e inteligente guía de Dios me ayudaría a tener pensamientos más puros y amorosos.

Con la oración, el dolor y la rigidez que había estado sintiendo simplemente desaparecieron. Cuando ya estaba lista para lavar la ropa, de pronto oí un horrible sonido producido por mi gato, que estaba escondido en un lugar del sótano al que yo no podía llegar. Me asustó mucho pensar que quizás lo había lastimado. Una vez más recurrí a Dios en oración y le pedí que me mostrara que, por ser la expresión de Dios, yo nunca podría en realidad lastimar a ninguna de Sus tiernas y amadas ideas.

Sabía por mi experiencia como Científica Cristiana que el Cristo, la Verdad, la divina manifestación de Dios, nos revela mensajes sanadores procedentes de Dios en una forma que podamos comprender. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Cristo es la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (pág. 332). El tierno mensaje del Cristo que me vino en ese momento de oración fue un mensaje simple acerca de la necesidad de perdonar.

Me sentí guiada a perdonar no sólo al político, sino también a mí misma por la condenación que había estado albergando en mis pensamientos, y a saber, que el supremo amor de Dios, el Padre de todos, nos perdona al destruir las propensiones erróneas y al infundir en nosotros el deseo de hacer la voluntad de Dios. Dios nos conoce a todos como Sus hijos amados. El mensaje divino de perdón dio justo en el clavo; era exactamente lo que necesitaba. Me condujo en una nueva dirección, abriendo el camino para que yo afirmara que todos son libres de disfrutar la bendición divina, de reconocer y vivir de acuerdo con su verdadera bondad como hijos de Dios.

Reconocí que Dios no pasa por alto el pecado, sino que la constante ley de la bondad de Dios, actuando en el pensamiento humano, vence y destruye el pecado, probando que dondequiera está el único e inmaculado Dios (y Dios está en todas partes) no puede haber pecado ni pecador, pues el pecado no puede existir en la omnipresencia del amor de Dios. Al orar de esta forma, me sentí absuelta de mi propio pensamiento pecaminoso, y aprendí una valiosa lección: cuando los pensamientos pecaminosos me dejaron también desaparecieron sus efectos aparentes. Mi gato no tenía por qué pagar por mi error, ni por mi egoismo, ni por mi descuido. En ese momento pude probar que tanto ese animalito como yo éramos inocentes, porque esa era la forma en la que Dios nos había creado y nos conocía.

Serenamente, me senté en el piso cerca de donde mi gato estaba escondido y le hablé del amor de Dios y de cómo ese amor garantizaba su seguridad y su paz. Pronto salió de su escondite y saltó a mis brazos, ronroneando. Era evidente que estaba completamente bien, y esto fue para mí una indicación del cuidado constante de Dios.

Esta experiencia ocurrió hace algunos años, y desde entonces he seguido viendo la necesidad de gobernar mejor mis pensamientos de acuerdo con las enseñanzas de Cristo. Al gobernar mejor mis pensamientos, contribuyo a que haya un buen gobierno para todos. No puedo juzgar ni condenar a otros si demuestro que Dios, mediante el Cristo, me está gobernando a mí y está gobernando a todos. Como Pablo escribe, sé que debo llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2o Corintios 10:5).

Recientemente estuve considerando cómo puedo ayudar a sanar las divisiones políticas que actúan en contra de un gobierno eficaz. Para encontrar respuestas, escudriñé las Escrituras y los escritos publicados de Mary Baker Eddy. Me interesó especialmente leer lo que la Sra. Eddy tenía para decir respecto al gobierno, pues ella vivió en una época que parecía experimentar muchos de los problemas que vemos hoy: un país dividido, traiciones políticas, noticias tendenciosas e inseguridades económicas. Es obvio que esas circunstancias humanas difíciles no obscurecieron su profunda convicción en el gobierno de Dios, ni la capacidad que todos tenemos de experimentarlo aquí y ahora.

Ella esperaba que los Científicos Cristianos oraran por el gobierno, como muestra el siguiente pasaje: “Orad para que la divina presencia continúe guiando y bendiciendo a nuestro primer magistrado, a aquellos asociados con su cargo ejecutivo y a nuestro poder judicial; que dé a nuestro congreso sabiduría, y que sostenga a nuestra nación con la diestra de Su justicia” (La Ciencia Cristiana en contraste con el panteísmo, pág. 14). Siguiendo el ejemplo de Jesús, Eddy tenía una inquebrantable convicción en la capacidad de Dios para gobernar. Ella escribió: “Sé firme en tu comprensión de que la Mente divina gobierna, y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 393). Y: “Es confiable dejar en Dios el gobierno del hombre” (Retrospección e Introspección, pág. 90).

El estudio que realicé me demostró cómo Dios gobierna. Dios gobierna siendo Él mismo. Por ser toda la creación la emanación de Dios, y por existir en Dios y de Dios, al gobernarse a Sí mismo Dios, gobierna a todos, incluyendo a cada uno de nosotros, Su perfecta imagen. Aceptar que Dios gobierna todo nuestro ser, como realmente lo hace, nos permite expresar un mejor gobierno propio. Como Eddy lo expresa: “El hombre se gobierna a sí mismo debidamente sólo cuando es guiado correctamente y gobernado por su Hacedor, la Verdad y el Amor divinos” (Ciencia y Salud pág. 106), y: “Al reflejar el gobierno de Dios, el hombre se gobierna a sí mismo” (Ciencia y Salud, pág. 125).

Aquella caída por la escalera del sótano y la rápida curación posterior fueron una llamada de atención para mantener pensamientos puros respecto al gobierno, a orar por él, y a respetar a todos los que lo sirven. En tiempos de escándalos, partidismo políticos extremos y elecciones convulsionadas, es fácil dejarse atrapar por la atmósfera mental en ebullición, e incluso tomar partido y contribuir a la virulencia. Pero tenemos el supremo llamado a ser sanadores del mundo, incluyendo la purificación del ambiente político y del gobierno.

La Sra. Eddy elevó las expectativas sobre este tema cuando le preguntaron: “¿Cuáles son sus ideas políticas?” Su respuesta fue la siguiente: “En realidad no tengo ninguna, sino la de apoyar a un gobierno justo, amar a Dios supremamente y a mi prójimo como a mí misma” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 276). Orar en apoyo de un gobierno justo y amar a Dios y a nuestro prójimo nos mantendrá por encima de las luchas partidistas y contribuirá a sanar los conflictos políticos.

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 4 de julio de 2016

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