Arrojé a la mesa del comedor el periódico con el impactante titular. Me sentía consternada y no podía seguir leyendo. Un escándalo político había sido el tema central de la cobertura informativa durante los últimos días, y aquel día en particular había salido a la luz un hecho que había revelado irregularidades aun más graves.
Tomé una cesta llena de ropa sucia para llevarla al lavadero del sótano, pero no estaba realmente pensando en lavar la ropa. Estaba condenando mentalmente al individuo que era el centro del escándalo. Perdida en mis pensamientos, y sin poder ver las escaleras debido a la cesta que llevaba, comencé a bajar los escalones sin darme cuenta de que mi gato estaba justo delante de mí, profundamente dormido. Lo pisé, e inadvertidamente hice que él cayera por la escalera. Perdí el equilibrio y me caí, aterrizando sobre el hombro en el piso del sótano. La caída me dejó sin aliento, y por un momento no me pude mover.
De inmediato recurrí a Dios en oración. Al orar, recordé un versículo de la Biblia: “Levántate derecho sobre tus pies” (Hechos 14:10), una frase que el apóstol Pablo dijo “a gran voz” al ordenarle a un cojo que caminara. Sentí como si Dios me estuviera ordenando que me pusiera de pie, y así lo hice de inmediato, para demostrar mi fortaleza y mi dominio otorgados por Dios. Obedecí y me di cuenta de que podía pararme, aunque con mucha incomodidad al principio. Al hacerlo, la palabra íntegro resonaba en mi pensamiento. Entonces recordé otro pasaje bíblico: “Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz” (Salmos 37:37).
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