La alegría que podemos dar

A medida que se acercan las Navidades, solemos pensar en qué obsequios podemos dar a nuestros seres queridos. A menudo pensamos qué les complacería más, ¿verdad? Y ¡lo bonito que es ver sus expresiones de felicidad cuando les damos algo que realmente les gusta! Sin embargo, la temporada navideña puede ser una buena oportunidad para que en oración, elevemos nuestro pensamiento y obtengamos un sentido más elevado de lo que nos puede bendecir a nosotros mismos y a otros de una manera más duradera.

Recientemente meditaba sobre este breve mensaje de Mary Baker Eddy: “Amados: Para los sabios una palabra es suficiente. La Madre os desea a todos una feliz Navidad, una fiesta del Alma y un ayuno de los sentidos” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, Pág. 263). El diccionario Merriam-Webster.com incluye “algo que da inusual o abundante alegría” como uno de los significados de fiesta. Por lo tanto, la Navidad es un momento lleno de las alegrías del Alma. Y nosotros, como la imagen y semejanza de Dios, reflejamos las cualidades del Alma a medida que expresamos los atributos de Dios, tales como la felicidad, la gracia, la armonía, la paciencia y la alegría.

En el artículo de la pág. 9 de este Heraldo, leemos que “la alegria ni está determinada por las circumstancias ni depende de ellas. Más bien, la alegría procede de su fuente permanente e ilimitada, Dios”. De hecho, Dios, el Amor divino, es la fuente incesante de la verdadera alegría, que derrama bendiciones sin medida para todos Sus hijos. Puesto que Dios es la fuente de la felicidad, la felicidad es eterna, universal y no depende de las circunstancias humanas para ser manifestada en nuestra experiencia. Como escribió la Sra. Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La felicidad es espiritual, nacida de la Verdad y el Amor. No es egoísta; por lo tanto, no puede existir sola, sino que requiere que toda la humanidad la comparta” (pág. 57).