Cuando mi sobrina tenía siete años, observó que yo era “feliz, incluso cuando no había nada por lo que estar feliz”. En realidad, nuestras reuniones familiares siempre me dieron muchos motivos para estar feliz, pero le agradecí su comentario y me alegré de que ella viera que la felicidad no tenía que estar supeditada a una serie de acontecimientos o circunstancias.
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