Cuando mi sobrina tenía siete años, observó que yo era “feliz, incluso cuando no había nada por lo que estar feliz”. En realidad, nuestras reuniones familiares siempre me dieron muchos motivos para estar feliz, pero le agradecí su comentario y me alegré de que ella viera que la felicidad no tenía que estar supeditada a una serie de acontecimientos o circunstancias.
Es más, a veces sentía que la felicidad que llegaba en forma de estallido no podía durar mucho, sino que al final sería reemplazada por desilusión, preocupación y frustración. ¿Es posible o práctico esperar que la felicidad sea una parte constante de nuestras vidas, independientemente de acontecimientos o circunstancias?
La descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribió mucho sobre este tema, dejando claro que la verdadera y duradera felicidad tiene su fuente en el Espíritu Dios, no en la materia. Basándose en su propia experiencia, escribió: “Todo apoyo material le había fallado en su búsqueda de la verdad; y ahora ella puede comprender por qué, y puede percibir los medios por los cuales los mortales son divinamente conducidos hacia una fuente espiritual para la salud y la felicidad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 152).
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