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Felicidad ahora y siempre

Del número de diciembre de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 13 de junio de 2016


Cuando mi sobrina tenía siete años, observó que yo era “feliz, incluso cuando no había nada por lo que estar feliz”. En realidad, nuestras reuniones familiares siempre me dieron muchos motivos para estar feliz, pero le agradecí su comentario y me alegré de que ella viera que la felicidad no tenía que estar supeditada a una serie de acontecimientos o circunstancias.

Es más, a veces sentía que la felicidad que llegaba en forma de estallido no podía durar mucho, sino que al final sería reemplazada por desilusión, preocupación y frustración. ¿Es posible o práctico esperar que la felicidad sea una parte constante de nuestras vidas, independientemente de acontecimientos o circunstancias?

La descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribió mucho sobre este tema, dejando claro que la verdadera y duradera felicidad tiene su fuente en el Espíritu Dios, no en la materia. Basándose en su propia experiencia, escribió: “Todo apoyo material le había fallado en su búsqueda de la verdad; y ahora ella puede comprender por qué, y puede percibir los medios por los cuales los mortales son divinamente conducidos hacia una fuente espiritual para la salud y la felicidad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 152).

No me podía aferrar a la creencia de que mi felicidad vendría solamente cuando mis circunstancias cambiaran.

Muchas personas están de acuerdo en que buscar la felicidad en fuentes materiales, como el dinero, las posesiones, o las relaciones humanas, puede satisfacer algunos de los deseos humanos y aportar consuelo temporal, pero que la alegría verdadera y duradera tiene su fuente en algo que no cambia ni se agota. La “fuente espiritual” a la que la Sra. Eddy hace referencia es Dios, el Amor infinito. Confiar solamente en Dios para nuestra felicidad puede parecer difícil si sentimos que Dios puede estar separado de nosotros o que es intangible. Sin embargo, cuando descubrimos lo cerca que está y lo real que el Amor divino es en verdad, nos damos cuenta de que nuestra felicidad es una realidad siempre presente y permanentemente establecida. En realidad es una cualidad espiritual de Dios, en quien nosotros vivimos como Sus ideas; por lo tanto, la felicidad es una cualidad permanente de nuestro ser como reflejo espiritual de Dios.

No hace mucho, nuestra familia se mudó de la que había sido nuestra casa durante 17 años a otra a muchas millas de distancia de nuestra ciudad. Aunque tuvimos la ayuda de unos cuantos amigos, la mayor parte de la mudanza la hicimos nosotros, y en medio de un invierno en el que había nevado mucho. El extenuante trabajo físico, las malas condiciones para conducir y la presión por la limitación de tiempo para mudarnos de la casa antigua a la nueva, fueron agotadores. También tenía sentimientos encontrados en cuanto a dejar una casa que había amado.

Además de la mudanza, se avecinaban la toma de decisiones importantes y gastos inminentes para nuestra familia, y había momentos en los que me preocupaba sobre cómo les haríamos frente. Me sentía tan abrumada por todo lo que estaba pasando que a menudo, en medio de todo esto, lo único que quería era sentarme y llorar. Por supuesto, yo sabía que mucha gente en el mundo estaba afrontando retos mucho mayores a su felicidad. Pero para mí, muchas cosas en mi vida parecían estar interfiriendo con el estado de mi ser, alegre por naturaleza. Más de una vez me escuché decir: “Qué feliz voy a ser cuando todo esto acabe”.

Uno de los días de la mudanza, justo cuando estaba bajando varias cosas al sótano de la casa nueva, alguien me llamó al teléfono móvil pidiéndome que orara por él y le diera tratamiento por medio de la Ciencia Cristiana. El paciente tenía dificultad al respirar y al hablar. Él había estudiado la Ciencia Cristiana en el pasado, pero no la había practicado durante algún tiempo y estaba buscando respuestas y curación. 

El resto de mi familia estaba trabajando en la planta de arriba, así que agradecí la tranquilidad y la privacidad que tenía en el sótano. No pude evitar pensar en este lugar como en una especie de santuario, donde podía dejar fuera las distracciones y escuchar a Dios. La Sra. Eddy escribe, refiriéndose a cuando Jesús enseña a sus discípulos a “entrar en su aposento” (Mateo 6:6) para orar: “El aposento simboliza el santuario del Espíritu, cuya puerta se cierra al sentido pecaminoso mas deja entrar la Verdad, la Vida y el Amor. Cerrada para el error, está abierta para la Verdad, y viceversa” (Ciencia y Salud, pág. 15).

Me di cuenta de que, aunque estaba agradecida porque tenía un lugar físico tranquilo para orar, lo que realmente importaba para la curación era que mi pensamiento estuviese tranquilo, o “cerrado al error” y “abierto a la Verdad”. Esto significaba que no me podía aferrar a la creencia de que mi felicidad vendría solamente cuando mis circunstancias cambiaran. Si esperaba poder ayudar a esta persona que me llamaba, yo tenía que comprender que mi paz, y la suya, y la de todos, era otorgada por Dios, ahora y siempre.

La alegría procede de su fuente permanente e ilimitada, Dios.

Empezamos hablando del hombre (el cual incluye a todas las personas) como inseparable de Dios, así como los rayos son inseparables del sol. Los rayos de sol nunca podrían existir por sí solos; existen porque son el producto de su fuente. De manera similar, nosotros, como ideas de Dios, irradiamos de Él, las cualidades que Él expresa en cada uno de nosotros, las cuales incluyen la salud y la felicidad. No podemos escapar de Dios, quien es infinito; por lo tanto, no podemos escapar de la salud o de la felicidad, ni la salud ni la felicidad pueden escapar de nosotros. Impregnan nuestra existencia misma.

Mientras hablábamos, la voz del hombre que me había llamado sonaba fuerte, clara y calmada y, después de unos pocos minutos, dijo que había escuchado justo lo que necesitaba. Cuando estábamos a punto de colgar, me dijo: “Seguro que usted es muy feliz. ¡Debe de creer de verdad que la Ciencia Cristiana sana!” 

Esta fue una prueba de que la alegría ni está determinada por las circunstancias ni depende de ellas. Más bien, la alegría procede de su fuente permanente e ilimitada, Dios. De haber seguido creyendo que necesitaba esperar a que las circunstancias personales cambiaran para poder encontrar paz y orar por este paciente, habría creído que la alegría, una cualidad de Dios, era esporádica, fugaz e impredecible. Cuando me di cuenta de que nosotros podemos expresar la salud y la felicidad por completo, ahora y siempre, y lo supe, fue natural y eficaz, compartir estas ideas sanadoras con el paciente.

En Ciencia y Salud leemos: “La Ciencia revela que la Vida no está a merced de la muerte, ni la Ciencia admitirá que la felicidad esté jamás a merced de las circunstancias” (pág. 250). Esta declaración a menudo me hace pensar en un partido de tenis, donde los espectadores vuelven sus cabezas repetidamente para ver la pelota de tenis golpeada de un lado para otro. Pero la felicidad no es “golpeada de un lado para otro” mientras intentamos seguirla de una experiencia o circunstancia humana a otra. En su lugar, la felicidad existe como una manifestación de la corriente continua de paz espiritual desde Dios.

Conforme seguía orando por la felicidad durante las siguientes semanas, obtuve un sentimiento de satisfacción más profundo. De vez en cuando me paraba a pensar: “Espera: todavía no se cómo voy a pagar esta factura o tomar esa decisión. ¿Cómo puedo estar tan feliz?” Y me daba cuenta de que era porque estaba confiando en la única fuente verdadera de felicidad: el Espíritu, Dios. Esta no era una confianza ciega, ni era mi voluntad propia de ser feliz. Era una confianza basada en lo que sé de Dios y de mí misma como Su idea, inseparable de Él, inclusive Su capacidad para responder a toda necesidad humana. Y nuestras necesidades son de verdad respondidas.

Así que, ¿podemos ser “felices incluso cuando no hay nada por lo que estar felices”? Comprender y sentir el amor de Dios en nuestras vidas no solamente nos muestra que hay una causa infinita de felicidad y un bien infinito por el que estar felices, sino que nos garantiza que la felicidad es nuestro derecho divino, un aspecto constante y consistente de nuestra existencia, ahora y siempre.

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 13 de junio de 2016

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