Ya hace un tiempo, en una reunión de asociación de estudiantes de la Ciencia Cristiana, el orador pidió al público que oraran por ellos mismos durante tres minutos. Tenían que usar un concepto específico de la respuesta que Mary Baker Eddy da a la pregunta: “¿Qué es el hombre?” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 475). Aunque parecía simple, el orador notó que el grupo estaba visiblemente incómodo. La gente intranquila, consultaba su reloj para ver si ya habían transcurrido los tres minutos, y cosas así.
El orador hizo el mismo pedido cuatro veces más durante el día. En cada ocasión, el grupo pareció manifestar la misma inquietud y resistencia a la oración. Al término de la reunión, nuevamente se les pidió que oraran por tres minutos, pero esta vez ellos tenían que orar por el mundo. Hubo un suspiro casi audible de alivio. Orar por el mundo era fácil.
¿Cuál era la diferencia? ¿Sería que orar por el mundo parecía más importante, más interesante y, por lo tanto, más fácil de hacer? ¿Se ha transformado el orar por nosotros mismos en algo breve, mecánico y rutinario? De ser así, entonces tal vez obtener una perspectiva diferente de la oración diaria brinde renovada energía a nuestro trabajo.
Alcancé un claro entendimiento de esto al pensar en las instrucciones de seguridad que dan las azafatas de vuelo a los pasajeros en un avión. Si has estado en un vuelo, puede que recuerdes que cuando la presión del aire baja demasiado, unas máscaras de oxígeno para los pasajeros salen de la parte superior. Se les instruye que deben colocarse la máscara ellos mismos primero, antes de ayudar a otro a ponérsela, incluso si la otra persona es un niño. Para mí, esto ilustra por qué orar por nosotros mismos nos pondrá en mejor posición para orar por los demás. La oración diaria por nosotros mismos —nuestra “máscara de oxígeno”— intensifica nuestras oraciones por otros.
Entonces, ¿descuidar la oración diaria por nosotros mismos no sería acaso una forma sutil en que el magnetismo animal nos aparta de nuestro rumbo? He encontrado que la parábola de Cristo Jesús sobre las diez vírgenes es muy útil para pensar más detenidamente en esto (véase Mateo 25:1-13). Las diez estaban esperando la llegada del novio. Cinco de ellas tenían mucho aceite para mantener sus lámparas encendidas toda la noche. A las otras (llamadas insensatas), se les acabó el aceite. Después de intentar sin éxito tomar prestado de las prudentes, tuvieron que salir a comprar más aceite. Mientras ellas estaban fuera, llegó el novio. Aquellas vírgenes que no estaban preparadas perdieron por completo la ocasión.
El mensaje es el siguiente: Asegúrate de tener una buena provisión de aceite, el cual es definido en el Glosario de Ciencia y Salud, en parte, como “…oración; inspiración celestial” (pág. 592). Esto implica que podemos tener la expectativa de recibir “inspiración celestial”, o la afluencia del Cristo en la consciencia, mientras oramos. Cuando nuestro pensamiento está lleno de la realidad espiritual, también vemos cambios externos en nuestras vidas, y se producen curaciones.
¿Cómo podemos orar para experimentar ese torrente de inspiración con regularidad? ¿Cómo podemos ir más allá de la habitual repetición de frases y oraciones tan conocidas, para realmente sentir la unidad con Dios que brinda esperanza cuando las cosas parecen imposibles de resolver, consuelo cuando flaqueamos al ver las espantosas imágenes que aparecen en las noticias, alivio cuando tenemos dolor?
En mi propia experiencia, hubo una época cuando sentí el impulso de encontrar un enfoque más inspirado en la oración diaria, la cual ya no me resultaba muy inspiradora. Por lo general, mi oración había consistido en recordarme a mí misma que Dios me había creado, que Dios me mantenía, que Dios me guiaba y que Dios me protegía. Me esmeraba por insistir en que el mal no era real y, por lo tanto, yo estaba protegida de que alguna cosa desagradable sucediera. Como rutina diaria, se transformó en algo aburrido, trivial, que no me daba ninguna inspiración. Yo ansiaba algo más profundo y más edificante.
Empecé por no permitirme caer en mi enfoque habitual. En cambio, oraba para ser receptiva a lo que Dios siempre está revelando de Sí Mismo al hombre y, por ende, a mí. Luego escuchaba, en lugar de hablar todo el tiempo.
Obtuve percepciones espirituales en las que nunca antes había pensado. Cada día había algo diferente, siempre inspirador. Estos discernimientos hicieron que mi oración tuviera nuevas ideas acerca de la identidad, la operación de la ley divina, el querido amor que tiene el Padre-Madre Dios por Su creación. Y venían de diferentes maneras. Por ejemplo, una mañana una frase de un himno reveló nuevas ideas e inspiración. A veces algún versículo de la Biblia me venía al pensamiento y se expandía de nuevas formas.
Mi oración por lo general incluye el sincero deseo de que Dios abra mis ojos para que yo pueda ver más de Su creación, para permitirme ser más fielmente testigo de Su amor por todos. Le pido a mi Padre-Madre Dios que me use para Su propósito, que me ayude a dejar de lado el yo al servirlo, y así sucesivamente. Cultivar los anhelos, el genuino deseo, de conocer y comprender mejor a Dios, es una parte importante de mi oración diaria.
Las oraciones que siempre me han encantado (como es el Padre Nuestro con su interpretación espiritual de Ciencia y Salud, páginas 16 y 17), comenzaron a adquirir una mayor profundidad, a medida que aflojaba el paso mentalmente para permitir que las ideas se desenvolvieran. Por ejemplo, hace poco pasé bastante tiempo reflexionando sobre el significado de la frase “Capacítanos para saber que —como en el cielo, así también en la tierra— Dios es omnipotente, supremo”, el cual es la interpretación espiritual que hace la Sra. Eddy de “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (pág. 17). Saboreé cada palabra y las implicaciones de esa oración por mí misma, mi práctica de la Ciencia Cristiana y por el planeta.
La gratitud por lo maravilloso que es Dios y los regalos del Espíritu, que se nos dan a todos con tanta liberalidad, también se han transformado en parte de mi oración diaria. Me deleito al reflexionar sobre la belleza, la abundancia y el color de la creación de Dios. Agradezco a Dios por Su amoroso cuidado y misericordia. Aprecio la diversidad que expresa el universo de Dios. Encuentro que la oración de gratitud suaviza los contratiempos cuando enfrentamos serios desafíos. La gratitud por la bondad de Dios fortalece la esperanza y la fe. Abre nuestros corazones para recibir aún más de las bendiciones de Dios, y nos da el valor para seguir adelante cuando las cosas parecen difíciles.
En mi oración diaria por mí misma, incluyo “La oración diaria” y una defensa contra la “sugestión mental agresiva” (véase Manual de La Iglesia Madre, Artículo VIII, Secciones 4 y 6, por la Sra. Eddy). Esta defensa incluye la insistencia de que Dios es realmente Todo-en-todo, y que no existe nada sino Su bondad. No existe mentalidad alguna que pueda oponerse a la Mente y sus ideas. No hay mente que haga mala práctica porque solo existe la Mente infinita que todo lo sabe. El mal no puede ser real cuando el bien es Todo. Me mantengo en estas afirmaciones hasta que siento la convicción, la certeza, de que la Verdad es verdadera y la única realidad. Por lo tanto, nada desemejante a la Verdad puede ser real o tener poder.
Este enfoque diligente de mi oración diaria por mí misma, se ha transformado en una actividad que me llena de alegría. No veo el momento de hacerla cada mañana. Es como si estuviera parada en las puntas de mis pies mentales para ver qué cosas maravillosas Dios tiene para mostrarme. Y al mantener lealmente mi lámpara llena de inspiración a diario, experimento la venida del Cristo con más frecuencia, bendiciendo mis días, y haciendo que mis oraciones por otros y por el mundo sean más inspiradas.
Mantener nuestras lámparas llenas de aceite al orar a diario por nosotros mismos, asegurará que estaremos listos para percibir y demostrar más del Cristo en nuestras propias vidas, y como una bendición para la humanidad. En palabras de la Sra. Eddy:
A Cristo veo caminar,
venir a mí
por sobre el torvo y fiero mar;
su voz oí.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, Himno Nº 253)
¡Qué maravillosa promesa de una profunda e inspiradora conexión, una que nos elevará, guiará y sanará a todos!
