Ya hace un tiempo, en una reunión de asociación de estudiantes de la Ciencia Cristiana, el orador pidió al público que oraran por ellos mismos durante tres minutos. Tenían que usar un concepto específico de la respuesta que Mary Baker Eddy da a la pregunta: “¿Qué es el hombre?” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 475). Aunque parecía simple, el orador notó que el grupo estaba visiblemente incómodo. La gente intranquila, consultaba su reloj para ver si ya habían transcurrido los tres minutos, y cosas así.
El orador hizo el mismo pedido cuatro veces más durante el día. En cada ocasión, el grupo pareció manifestar la misma inquietud y resistencia a la oración. Al término de la reunión, nuevamente se les pidió que oraran por tres minutos, pero esta vez ellos tenían que orar por el mundo. Hubo un suspiro casi audible de alivio. Orar por el mundo era fácil.
¿Cuál era la diferencia? ¿Sería que orar por el mundo parecía más importante, más interesante y, por lo tanto, más fácil de hacer? ¿Se ha transformado el orar por nosotros mismos en algo breve, mecánico y rutinario? De ser así, entonces tal vez obtener una perspectiva diferente de la oración diaria brinde renovada energía a nuestro trabajo.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!