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La obstinación que sí cede

Del número de febrero de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 10 de agosto de 2015.


A veces parece como que somos nuestros peores enemigos. Tendencias y rasgos de carácter obstinados contrarios a nuestros más elevados deseos, a menudo parecen quedarse afianzados como malezas imposibles de extirpar. En la Biblia hasta Pablo se lamenta: “No hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Romanos 7:15).

Lo que “aborrecemos” puede que no siempre sean “grandes” cosas. Exigencias relacionadas con la psicología, el genio, el temperamento o la disposición, a veces puede que nos impidan avanzar en formas aparentemente pequeñas, justo cuando deseamos progresar espiritualmente. Por ejemplo, quizás reaccionemos con ira cuando sabemos que deberíamos estar tranquilos, ser pacientes o perdonar. Tal vez actuemos con egoísmo o falta de sensibilidad, cuando en verdad queríamos expresar más bondad y amor. O puede que habitualmente respondamos a los desafíos con consternación, vacilación o pesimismo, en lugar de con expectativa de progreso y curación, lo cual nos ayudaría a avanzar y a sanar más rápidamente.

Dado que el cuerpo, así como nuestra experiencia en general, exterioriza lo que ocurre en nuestro pensamiento, es bueno estar conscientes de estas tendencias y no permitir que se queden por ahí y nos amarguen. Pero al mismo tiempo, es igualmente importante comprender que no tienen ningún fundamento verdadero en nosotros. Nunca formaron parte de un paquete material que nos hayan entregado por herencia, que se haya ampliado durante años de crianza, y marcado con el rótulo de “Esto es lo que soy”, porque jamás ha existido un paquete semejante.

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