Una mañana, al cruzar un puente peatonal en mi barrio, sin nadie a mi alrededor, empecé a tener síntomas de gripe. Me di cuenta de inmediato que el problema no tenía nada que ver con inhalar gérmenes, contrario a lo que acostumbraba pensar en el pasado.
Mi salud y mi libertad no están a merced de una reunión inoportuna o un accidente, ni de ninguna circunstancia en particular, sino que se apoya en la gracia divina que mantiene la armonía de mi vida. De manera radical, esta inspirada percepción de la verdad me ayudó a ver la mentira respecto a una intrusión que yo no tenía que aceptar, un error de creencia que es simplemente nada, una suposición falsa de que la gripe siquiera pudiera presentarse como una realidad convincente.
De modo que mi garganta, que había estado irritada, volvió a estar normal en los próximos pocos minutos, y ese fue el fin del problema. Mary Baker Eddy escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El error quisiera ser aceptado como mente, como si fuera tan real y creado por Dios como la verdad; pero la Ciencia Cristiana no atribuye al error ni entidad ni poder, porque el error no es mente ni el producto de la Mente” (pág. 555).
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